Tal como la conocemos hoy, la jerarquía eclesiástica es fruto de innumerables concilios y deliberaciones. A lo largo de los siglos y milenios, ha tenido que definir una serie de figuras clave y oficios, que van desde el Sumo Pontífice hasta los diáconos, que pueden casarse y tener hijos.
Jesús instituyó a Pedro como cabeza de la Iglesia cuando le dijo, como narra el Evangelio de Mateo: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo. Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”. Así, la iglesia tuvo su jerarquía eclesiástica, que con el paso de los siglos se fue ampliando y diversificando.
Después del cisma de Oriente, las Iglesias orientales mantuvieron casi la misma jerarquía que la católica, pero las cosas cambiaron con La Reforma de Martín Lutero, y con la diversificación de diversos modos de vivir la fe que propuso el cristianismo.
Hoy trataremos sobre la jerarquía católica, sus significados y demás cuestiones anexas.
La cabeza de la Iglesia católica es el obispo de Roma. Comúnmente llamado: “El Papa”, es el sucesor del apóstol Pedro, designado por Jesús como maestro y fundador de la Iglesia católica. La etimología de la palabra posee varias acepciones: del griego: πάπας pápas que significa sacerdote, obispo y también papá. Según otros es un acróstico de la frase: “Petrus Apostolus Princep Apostolorum” que se traduce como “Pedro apóstol, príncipe de los apóstoles”.
El Papa no es más que el obispo de Roma, y como la Iglesia fue creciendo fue necesario enviar delegados del obispo de Roma a todas partes. La palabra obispo proviene del latín episcopus; en griego ἐπίσκοπος, que significa: ‘vigilante’, ‘inspector’, ‘supervisor’ o ‘superintendente’. Es aquel que liderará un territorio: el obispado, y mantendrá la ortodoxia de la fe, por eso es el que vigila. Cada obispo es elegido por el Papa y él los designa a qué lugar del mundo irán a desempeñar la función asignada.
En el manejo directo de los temas eclesiásticos, al Papa lo ayudan los cardenales. En efecto, los demás obispos son considerados sucesores de los apóstoles y son nombrados por el Papa, pero algunos de ellos pueden ser elevados al cargo de cardenales, siempre por su voluntad. Estos deben ayudar al Papa a administrar la iglesia. Para ello se reúnen en el Colegio Cardenalicio o Sacro Colegio. También deben participar en el Cónclave, es decir, en la elección del nuevo Papa. El color que caracteriza a los cardenales es el rojo carmesí, que simboliza que son los primeros que deberían verter su sangre para dar testimonio de Cristo (mártires). El término “cardenal” deriva del latín “cardo” (que no tiene nada que ver con la planta que crece en nuestros campos) y que se traduce como bisagra, lo que sugiere el papel de punto de apoyo que desempeñan: ellos son las “bisagras” alrededor de las cuales gira toda la Institución de la Iglesia, en torno a su máximo dirigente, el Papa, el sucesor de Pedro.
Los siglos y milenios transcurrieron y la jerarquía eclesiástica católica, tal como la conocemos hoy, es fruto de innumerables concilios y deliberaciones. A lo largo de los siglos, habiendo tomado parte en las vicisitudes humanas, la Iglesia ha tenido que definir una serie de figuras clave, oficios eclesiásticos, que apoyan al Papa y los obispos en su tarea de conducir y guiar a los fieles. Los obispos obtienen su oficio a través de la ordenación episcopal. Y como los presbíteros se jubilan a los 75 años. Uno de sus deberes es dirigir la diócesis, las “porciones del pueblo de Dios”, es decir las unidades territoriales y administrativas que componen la iglesia, ordenar presbíteros y diáconos y administrar el sacramento de la confirmación. Los obispos pueden además administrar todos los sacramentos, incluida la ordenación sacerdotal y de diáconos. Su color característico es el púrpura. Un simple obispo gobierna una diócesis. Un arzobispo es el obispo de una archidiócesis, es decir, la diócesis a la cabeza de una provincia eclesiástica formada por varias diócesis. Si el arzobispo es también cabeza de la provincia eclesiástica, asume el nombre de metropolitano u obispo metropolitano.
Luego vendrán los presbíteros, es decir, los sacerdotes. La palabra presbítero proviene del latín “presbíteros”, y este del griego “πρεσβύτερος” “el más anciano”, dado que en los ancianos radica la sabiduría, la experiencia y la constancia en las virtudes. Los sacerdotes pueden o no ser curas párrocos. El término “cura” para dirigirse a un párroco está muy bien dicho, dado que a este sacerdote se le da la posibilidad de “la cura de las almas” de su parroquia, por eso es “cura párroco” y no “sacerdote párroco”. Los sacerdotes poseen dos divisiones: los del clero secular, es decir que pertenecen a una diócesis y deben obediencia al obispo del lugar y los del clero regular, es decir que pertenecen a una orden o congregación que posee una “regla” de vida, como ser: los franciscanos, dominicos, jesuitas, etcétera.
Los párrocos, tanto seculares como regulares están vinculados a una determinada parroquia que una unidad administrativa de la Iglesia. Varias parroquias forman un vicariato y un sacerdote también puede asumir el oficio de vicario, coordinador de todas las parroquias del territorio. Los presbíteros también se jubilan a los 75 años. Los sacerdotes pueden administrar todos los sacramentos, excepto la ordenación religiosa, dar la bendición eucarística y administrar la Eucaristía a los fieles.
Y en la base de la jerarquía católica están los diáconos, del griego “διακονος”, (diakonos) y luego del latín “diaconus”, (servidor). El libro de los Hechos de los Apóstoles 6.1-6 narra la constitución por parte de los apóstoles de los que podrían ser considerados los primeros siete diáconos de la Iglesia de Jerusalén. “…Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: “No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra”. Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía; los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos.”. Su función en la actualidad es casi la misma que en los momentos apostólicos: son quienes asisten a los sacerdotes y obispos durante las ceremonias, pueden administrar el sacramento del Bautismo, y el del matrimonio con poder específico, predican en las homilías durante la misa y brindan servicio a las comunidades parroquiales. Pueden estar casados y tener hijos, estos son llamados “diáconos permanentes”.
Todo esto forma la jerarquía. La palabra jerarquía deriva de dos palabras griegas “hierós”, sagrado, y “archeía”, mando. En la Iglesia se basa fundamentalmente en la facultad al menos, por parte de los ordenados de diferentes niveles, de administrar o no los sacramentos y en el poder de intervenir a nivel jurisdiccional, nombrando por ejemplo un nuevo obispo o por asignar una parroquia a un sacerdote.
Existen otros títulos eclesiásticos y oficios más o menos específicos generalmente asumidos por hombres que ya ocupan un puesto en la jerarquía eclesiástica.
El Nuncio Apostólico, por ejemplo, es el embajador de la Santa Sede ante un país. Erróneamente muchos creen que el nuncio está por encima de un obispo, pero no es así. Es un embajador y no posee potestad, salvo que el mismo Papa se la otorgue, por sobre el obispo de una diócesis.
El obispo o arzobispo primado de la Iglesia, por otro lado, es un cargo honorario atribuido a un obispo o arzobispo que preside una diócesis o archidiócesis particularmente antigua y prestigiosa.
El Vicariato General es una figura que puede representar al obispo en la gestión de las relaciones entre parroquias y vicariatos, los diferentes distritos en que se subdivide la diócesis desde el punto de vista territorial, y en las cuestiones que afectan a las administraciones locales, la administración de bienes eclesiásticos y asuntos legales.
Por supuesto, dependiendo del nivel de membresía y las tareas asignadas a los diferentes eclesiásticos, hay vestimentas litúrgicas y vestimentas ordinarias que se deben usar.
Los presbíteros pueden llevar simplemente la sotana o, en su defecto, el cuello en la camisa llamado “clériman” que es un derivado del inglés “clergyman”, eventualmente acompañado de otros complementos y vestiduras. En particular, el cinturón de sotana es un accesorio que permite identificar, gracias a su color, el nivel al que pertenece el hombre de la iglesia: será negro para los simples sacerdotes, morado oscuro para un obispo y en general para los demás prelados, morado oscuro jaspeado; para el Nuncio Apostólico, rojo jaspeado para un Cardenal, jaspeado blanco con los flecos dorados para el Papa.
Hoy en día la vestidura clerical, como lo hemos especificado, prácticamente en muchas regiones está en desuso, y el sacerdote y hasta los obispos visten de particular en la calle.
Las órdenes religiosas poseen sus hábitos que son fácilmente reconocibles a simple vista: los franciscanos, los dominicos, etc… Aunque estos también, en mucho casos, han adoptado la vestimentas civiles para andar en las calles de los barrios.
Este es solo un breve pantallazo sobre la jerarquía de la Iglesia católica de rito latino. Casa uno poseerá su jerarquía, por ejemplo la maronita, poseen sub-diáconos. Pero la gran mayoría mantiene esta misma jerarquía con sutiles diferencias.
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