Columnista invitada (*) | Estar en contacto continuo con agua y viento fríos puede producir una exóstosis. Qué es, cómo se trata y un dato extra: por qué era común entre los neandertales.
Es conocida como exostosis auricular, trastorno del canal óseo del conducto auditivo externo, que tiende a ocluir poco a poco su luz, por lo que puede terminar provocando disminución auditiva e infecciones en algunos casos por humedad remanente de agua al exponerse a deportes acuáticos. Por esta razón, se la llama popularmente “oído de surfista” u “oído del nadador”.
El paciente generalmente no refiere, que recuerde, episodios compatibles con infección ótica, pero sí cuenta que con frecuencia, especialmente, realiza inmersiones a 3-4 metros de profundidad, así como deportes acuáticos en aguas frías y está expuesto a vientos fríos durante actividades recreativas en distintos ríos de la Patagonia argentina.
El origen o la causa no están claro en absoluto, aunque se piensa que pueden influir factores inflamatorios liberados durante procesos infecciosos crónicos del oído. Lo cierto es que, desde un punto de vista epidemiológico, se vincula su aparición con la inmersión repetida u otras actividades llevadas a cabo en aguas frías, lo que al parecer condiciona una vasoconstricción mantenida y la predisposición a padecer infecciones óticas de repetición, aunque este mecanismo es especulativo.
Con frecuencia, las exóstosis son asintomáticas, bilaterales y se descubren durante una revisión de oídos rutinaria. Evolucionan de forma muy lenta, por lo que en pocas ocasiones suponen un problema grave. También se puede sospechar de exóstosis u oído de surfista al facilitar la información sobre las prácticas deportivas al aire libre y a determinadas temperaturas y ante la aparición de tapones en los oídos y de otitis frecuentes.
Un dato que sirve para la historia
Al relacionarse su aparición con la inmersión más o menos prolongada en agua fría, una prevalencia elevada en un grupo poblacional amplio puede indicar que esta población practicaba actividades como pesca o marisqueo, u otras que requerían inmersión en aguas frías.
Un estudio, publicado en la revista ‘PLOS ONE’, liderado por Erik Trinkaus, de la Universidad de Washington (Estados Unidos), examinó los canales auditivos bien conservados en los restos de 77 humanos antiguos, incluidos neandertales y humanos de la época del Pleistoceno medio a tardío en el oeste de Eurasia.
Las muestras de humanos del Pleistoceno analizadas contienen frecuencias similares de “oído de nadador” respecto a la actualidad, pero la otitis externa era excepcionalmente común entre los neandertales, ya que cerca de la mitad de los 23 restos de neandertales examinados exhibió exostosis de leves a severas, al menos el doble de la frecuencia observada en casi cualquier otra población estudiada.
Los autores sugieren que la explicación más probable es que estos neandertales pasaron una cantidad significativa de tiempo recolectando recursos en entornos acuáticos.
Sin embargo, la distribución geográfica de exostosis observada en los neandertales no muestra una correlación definitiva con la proximidad a las fuentes de agua antiguas ni a los climas más fríos, como era de esperar. Los autores indican que múltiples factores probablemente estuvieron involucrados en esta gran abundancia de ‘oído de nadador’, desde factores ambientales como predisposiciones genéticas.
“Una frecuencia excepcionalmente alta de exostosis auditiva externa entre los neandertales y un nivel más modesto entre las altas latitudes anteriores a los humanos modernos del Paleolítico superior indican una mayor frecuencia de explotación de recursos acuáticos entre ambos grupos de humanos que lo sugerido por el registro arqueológico. En particular, refuerza las habilidades de búsqueda de alimento y la diversidad de recursos de los neandertales”, explica Trinkaus.
Cómo se previene y se trata en el presente
La clave es mantener los oídos a salvo del frío y la humedad. El uso de tapones indicado por el otorrinolaringólogo y, sobre todo, gorros de protección son esenciales. Tras la práctica deportiva hay que secar de inmediato los oídos con un paño limpio y/o con alcohol boricado. Es clave que el alcohol no sea irritante, ya que podría ser contraproducente. El oído debe estar sano, libre de perforaciones e infecciones.
Siempre hay que consultar al médico para que aconseje el tratamiento adecuado en estos casos: realizará una otoscopia y, con toda probabilidad, realizará el examen externo e interno del oído con el otoscopio y pruebas audiológicas para detectar si hay hipoacusia que incluirán una audiometría tonal y una timpanometría. Aparte, se pueden hacer pruebas de imagen como una tomografía computarizada (TC) de oídos. En caso de cerumen, se realiza una limpieza del oído conocida como otomicroscopia y la aplicación de gotas óticas con antibiótico. Ambas pueden ser las opciones para restablecer las condiciones de salud auditiva. En los casos más graves, puede ser necesaria la intervención quirúrgica para extraer el hueso que se ha formado.
Después de la operación, hay que evitar el contacto con el agua fría o el viento durante unas cuantas semanas, al menos hasta que el oído se haya recuperado y si no se quiere que esas malformaciones se puedan desarrollar de nuevo en el conducto auditivo.
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