La realización de la recordada película infantil de los ‘80 tiene un halo trágico que la rodea desde hace décadas.
El mar está picado. Las olas golpean sin cesar contra las piedras de la base de un acantilado, mientras el viento sopla con fuerza. En lo más alto de ese terreno, un gatito de pocos meses de vida se desploma hacia el agua. Cae de lleno e intenta salir. Nada, va contra la corriente y se acerca a la costa. Se sube a las rocas y, con mucho cansancio, trepa para escapar. La gravedad le juega una mala pasada y vuelve a tropezarse. No hay salida.
La escena es cruel y despiadada. Son imágenes que quedaron fuera de la recordada película infantil Las aventuras de Chatrán, pero que se conocieron en diferentes reediciones en DVD y, con la tecnología actual, llegaron a YouTube. Son la prueba de lo que pasó en el rodaje de ese film tan famoso en los ‘80, pero infame: maltrato animal, desconsideración por la vida de los gatos y perros que fueron grabados y la sospecha de que, muchos de ellos, murieron en diferentes momentos.
Al igual que ocurrió con otras películas en las que estuvieron involucrados animales, como la de terror gore Holocausto Caníbal o la inclasificable Roar, Las aventuras de Chatrán se transformó en un ejemplo de lo que no hay que hacer en cine cuando se trata de rodar con criaturas salvajes o mascotas.
De qué se trata “Las aventuras de Chatrán”
Bajo el título original en japonés de Koneko monogatari -que significa “la historia de un gatito”-, la película dirigida por Masanori Hata se conoció en Latinoamérica como Las aventuras de Chatrán y en los Estados Unidos como The adventures of Milo y Otis.
Con una mirada documentalista de la ficción, Hata se metió en la historia de un gato y un perro Pug de pocas semanas de vida que, por diferentes razones, se hacen amigos, aunque después se distancian.
Durante todo el film, los dos intentan volver a reencontrarse, pero en el medio enfrentan las amenazas constantes de la naturaleza y la ciudad. Otras especies, un tren o el cruce de una calle pueden volverse un verdadero infierno para ellos.
A través de una fotografía casi de un film de la National Geographic, Hata retrató en primer plano los gestos, expresiones y juegos que hacía cada uno de los animales. El cineasta capturó la conexión que los perritos y gatitos tenían con el ambiente, en medio de su intento por zafar de algún peligro real.
La historia del rodaje de “Las aventuras de Chatrán”
La película Las aventuras de Chatrán tiene dos versiones. La original, estrenada en 1986, fue realizada en Japón. Con una factura para adultos, expone una mirada poética de la imagen y voz en off que funciona muy a lo lejos. La música, acompaña.
El director Masanori Hata tardó cuatro años en filmarla y, en casi su totalidad, lo hizo en un rancho propio y sus alrededores. Desde allí intentó darle personalidad a los animales a través de sus acciones.
Cuando Columbia Pictures le compró la película para estrenarla en los Estados Unidos, el editor Jim Clark tuvo la idea de retocar la versión inicial. Para eso, revisó las más de 70 horas de metraje que Hata había dejado y reearmó todo.
De esta forma, en los VHS de los 90 quedó la versión estadounidense, bastante diferente a la original. Paradójicamente, en los cines argentinos sí se vio el corte japonés en 1988, lo que fue un éxito con casi un millón y medio de espectadores en las salas.
Un cambio sustancial entre las dos es que, mientras que en la japonesa hay un narrador que interviene ocasionalmente, en la estadounidense es el reconocido Dudley Moore el que puntualiza en cada una de las situaciones que sufren los animales. Además, en la segunda les pusieron voces a los animales, humanizándolos, un recurso que se usa en Babe, el chanchito valiente, por ejemplo.
La otra modificación clave es que la que se reeditó para Columbia Pictures no tiene muchas de las imágenes más explícitas de los animales en situación de peligro, lo más polémico de toda la producción, más allá de lo artístico que podría parecer el film.
Las críticas a la crueldad animal en “Las aventuras de Chatrán”
Hata, que murió en abril de este año, era un documentalista y zoólogo que intentaba llevar al gran público la vida de los animales, su gran pasión. Las aventuras de Chatrán la grabó en el enorme rancho que tenía en Hokkaido, una isla al norte de Japón, donde todavía coexisten más de 300 especies, entre osos pardos, caballos y perros de una gran variedad de razas y tamaños.
De acuerdo a la biografía que sintetizó el medio BBC, la propiedad lleva su apodo, Mutsugoro, que el cineasta consideraba como su “reino animal”. Ese escenario fue clave para el desarrollo del film.
Aunque Hata fue muy elogiado a lo largo de su vida por su trabajo en favor de la naturaleza, y en los últimos años se había convertido en un youtuber que daba consejos de cómo tratar a las mascotas, la realidad es que Las aventuras de Chatrán enfrentó severas críticas sobre la crueldad que existió durante su rodaje.
Durante cuatro años, Hata grabó material para su film y, para lograrlo, recurrió a decenas de perros y gatos de similares características, con edades parecidas, ya que en la trama los personajes principales son chicos. Cangrejos, osos, vacas, serpientes, gaviotas, caballos: diferentes especies, todas mezcladas, fueron parte de la gran construcción que armó el japonés con su cámara y que reflejó en la pantalla grande.
La sospecha de una masacre de gatos en “Las aventuras de Chatrán”
Según publicó en The Guardian Ana Billson, autora del libro Cats on film, aunque la American Humane Association aseguró que no se dañó ningún animal, encontró reportes de quejas de lo que parece una verdadera masacre: se habla de la muerte de 20 gatos en diferentes momentos del rodaje.
“Hemos intentado a través de personas en Japón y a través de otro productor japonés determinar si estos rumores son ciertos o no, pero todo nos llevó a un callejón sin salida”, sintetizó una carta publicada hace años en la web de la organización American Humane Association, para justificar su decisión de apoyar la producción.
La periodista, a su vez, puntualiza que hubo protestas que llegaron a darse en la previa al estreno en algunos países, a fines de los ‘80. Uno de los reclamos fue en Australia, que tiene una larga trayectoria en el cuidado animal, mucho más que, incluso, varios estados de Europa.
A pesar de los enojos, la película se estrenó en las salas de cada lugar al que se llevó y no se pudo certificar que hubiera habido especies muertas. Sí está más que claro que a muchos de los animales se los ve sufrir en serio para que el cineasta lograra la emoción buscada en cada escena. No hay ni actuación ni CGI.
¿Se justificaba exponer a un gatito de pocas semanas al lado de una serpiente? ¿Valía la pena arrojar a uno de los felinos en una caja para que cayera por una catarata? ¿Y lanzarlo desde un acantilado para que, como pueda, intente salvar su vida en el mar?
La nostalgia de esa bella aventura infantil puede todavía dibujar una sonrisa en la cara de alguien que recuerde haber visto a Las aventuras de Chatrán cuando era chico. Detrás de eso y a pesar de ese gesto que lleva a lo mejor del pasado, hay una verdad, que es la realidad: para obtener ese “brillo”, hubo crueldad. De la peor.
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