La maestra tucumana fue vista por última vez el 31 de julio de 2006. Para la Justicia, la mataron porque iba a ser Directora de una escuela y una de las condenadas aspiraba al mismo cargo. En la cárcel, las exnovicias se casaron y una de ellas cambió de género.
Beatriz Argañaraz tenía 45 años cuando desapareció camino a la escuela donde trabajaba el 31 de julio de 2006 en Tucumán. Aunque hay dos personas condenadas por el crimen, su cuerpo nunca apareció y el caso se cerró con la herida abierta. “La Justicia sepultó a mi hermana, la olvidó”, dijo Liliana Argañaraz.
“En estos 16 años y 11 meses que pasaron, la familia está igual que el primer día cuando Betty desapareció”, lamentó la hermana de la maestra, que se puso sobre sus hombros a la difícil tarea de buscar la verdad. Y agregó: “El dolor de no poder recuperarla en tantos años es inmenso, todavía no pudimos hacer el duelo por ella”.
El día que la vieron por última vez, Argañaraz iba a asumir su nuevo cargo como directora del colegio franciscano Padre Roque Correa, en el que la ahora condenada Susana Acosta era secretaria y con cuya área de pastoral había colaborado años atrás Nélida Fernández, la otra persona que fue juzgada, declarada culpable y todavía cumple su pena por el crimen.
Según se pudo probar en la investigación, Acosta y Fernández, dos exmonjas que mantenían una relación de pareja y convivían en un departamento de la zona céntrica de la provincia, engañaron a Betty ese día para que pasara por la casa de ellas antes de ir a la escuela y allí mismo la mataron, por un conflicto laboral.
“Susana Acosta perseguía ese cargo en la Dirección, la ambición de poder las hizo hacer esto tan terrible”, sostuvo Liliana. Para la Justicia, también fueron ellas las que mataron a la maestra y por eso las condenó a la pena de 20 años de prisión.
Pasó mucho tiempo desde aquel trágico 31 de julio. Nélida Fernández, una de las condenadas por el homicidio de la docente, ahora se llama Marcos. Cambió de sexo en la cárcel y se casó con la otra condenada. Nunca fueron separadas. “Las dos vivían juntas antes en su departamento y siguieron viviendo juntas después dentro del penal”, señaló oportunamente Liliana Argañaraz, y remarcó: “Con este matrimonio lo que hicieron fue sellar el pacto de silencio”.
“Un tsunami que nos devastó”
Al terminar el secundario, Beatriz siguió su vocación: magisterio. Empezó su carrera ejerciendo en una escuelita rural. Después tomó dos turnos en el colegio San Francisco. Así permaneció hasta que en 2006 le ofrecieron ser directora.
“Mi hermana era una mujer íntegra, muy recta, digna del cargo que iba a tomar”, dijo Liliana sobre la mujer desaparecida. En el mismo sentido, señaló que Acosta en ese entonces “era dueña de manejar la parte administrativa” y “no le convenía” que su hermana tomara el cargo de directora.
Beatriz no aceptó enseguida porque amaba estar frente al grado, pero terminó por decir que sí y se desató a partir de ese momento una tragedia impensada para cualquiera. “Fue como un tsunami que nos devastó”, describió su hermana.
La docente debía estar en la escuela cuando abriera las puertas a las 7 para recibir a los alumnos pero nunca llegó. Cuando horas después, llamaron por teléfono a su hermana para avisarle que Betty no se había presentado a trabajar, ella supo de inmediato que algo malo tenía que haberle pasado. Y no se equivocó.
El delito sin cuerpo
“Hay testigos que la vieron en el colectivo 103 y después la vieron subir a un taxi o un remis”, relató Liliana Argañaraz sobre la reconstrucción que surgió de la causa. “Ella terminó en el edificio donde vivían las dos condenadas y nadie la vio salir”, subrayó.
En el departamento de las exmonjas se encontraron rastros de sangre y más tarde los estudios comparativos de ADN confirmaron que algunas de estas muestras correspondían a Beatriz Argañaraz. “A Betty la mataron a golpes en ese lugar, después ellas (Acosta y Fernández) se fueron y alguien más se quedó ahí ocupándose de mi hermana”, apuntó Liliana, convencida de que hubo más involucrados en el hecho.
No obstante, no pudo determinarse de qué forma sacaron el cuerpo de la escena del crimen, un edificio ubicado en una zona céntrica de la ciudad y que tenía una sola salida. “Luis Fernández (hermano de una de las asesinas) estuvo prófugo más de un año y fue entregado por su abogado”, recordó la hermana de Betty.
En un principio, el hombre fue señalado como quien se ocupó de deshacerse de la evidencia. La familia de la maestra desaparecida aún hoy lo cree, pero la Justicia lo absolvió. En el mismo juicio, en diciembre de 2009, la sala V de la Cámara Penal encontró culpables a las exmonjas Fernández y Acosta del homicidio de Betty y las condenó a 20 años de prisión.
El pacto de silencio
Unos años después de la sentencia, las dos condenadas se casaron y en 2015 una de ellas, Nélida Fernández, hizo un cambio de género y recibió su nuevo documento. Ahora, es conocido como Marcos Daniel Fernández, pero nunca lo trasladaron a una cárcel para hombres, por lo que sigue junto a su pareja en el mismo penal.
Cada vez más cerca de agotar la pena, Liliana ya no tiene esperanzas de que se rompa el pacto de silencio de las condenadas y lamentó: “A pesar de que la Justicia determinó que mi hermana está fallecida, nunca encontraron su cuerpo, creo que es el peor dolor que puede tener un ser humano, el de no poder encontrar a su ser querido”.
En relación a las personas que fueron condenadas por el homicidio, Liliana Argañaraz fue contundente: “No puedo perdonar a estos delincuentes porque Betty no está”.
Libertad condicional
Con 15 años y 10 meses del total del castigo cumplidos, el año pasado Acosta y Fernández a través de sus abogados empezaron a solicitar la libertad condicional.
“Como los informes psicológicos desaconsejaban la condicional, les dieron salidas transitorias”, apuntó Argañaraz. Así, ambos empezaron a salir del penal “dos veces al mes por el lapso de 3 horas, con un dispositivo electrónico y un guardia de la penitenciaría que la acompañe en todo momento”.
Pero el 13 de junio pasado la familia de Betty sufrió un nuevo revés. Tras un recurso presentado por la defensa, finalmente Susana Acosta obtuvo el beneficio de la libertad condicional. Distinta en la situación de Marcos Fernández, para quien otro juez, basado en los informes de los profesionales, rechazó el mismo privilegio y aseguró que “seguirá preso hasta que reconozca el crimen, haya un arrepentimiento”.
Entre las condiciones que se le impusieron a Acosta para salir, está la obligación de notificarse una vez al mes en el Patronato de los Liberados y una restricción de acercamiento a la familia de la víctima.
“Nosotros sabemos que estamos en riesgo porque nunca bajamos los brazos”, afirmó Liliana, convencida, y sin intenciones de cambiar eso. De hecho, hace algunos años, atacaron una madrugada el frente de su casa y su auto con bombas molotov. Afortunadamente, los daños solo fueron materiales.
“Nosotros sabemos cuáles son los derechos de los condenados, pero también cuáles son las obligaciones de los magistrados”, indicó Liliana Argañaraz, en diálogo con este medio, y enfatizó: “Ellos tienen una responsabilidad con todos nosotros, no nos deben poner en riesgo. Necesito confiar en la Justicia”.
La ausencia, presente
En su momento, se ofreció una recompensa para quien aportara información. Una suma de 150 mil pesos, que al día de hoy nunca se actualizó. “Lamentablemente, lo que se ofreció como recompensa en 2006 quedó obsoleto”, sostuvo la hermana de Betty, y apuntó: “La Justicia se relajó con haber podido sentenciar a estas dos personas y nunca más volvieron a hablar de Betty, no se investigó más”.
Dieciséis años es mucho tiempo, pero a los Argañaraz el dolor y la incertidumbre los dejó anclados en aquel primer día, en ese fatídico llamado que anticipó la tragedia.
“A Betty la recuerdo todas las noches al acostarme y rezar para pedir por ella, y cuando me despierto lo primero que veo es su foto en mi mesa de luz”, señaló con la voz entrecortada por el dolor Liliana sobre el cierre de esta entrevista. “Le pido que me dé alguna señal para que podamos recuperarla, su mamá se murió en el año 2007 llamándola”, expresó.
Liliana Argañaraz siente miedo, y lo dice abiertamente. De la misma manera, no duda en afirmar: “Solo si hacen conmigo lo mismo que hicieron con Betty, yo voy a dejar de buscar a mi hermana. Si no, la voy a seguir buscando el resto de mi vida”.
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