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Vie. Nov 22nd, 2024
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Columnista Invitado-Opinión: Carlos Fajardo
@CarlosFajardila

Nuestra dramática historia resumida en un trino. Nos hicieron creer que el país se salvaba profundizando la guerra, pero se acentuó la desigualdad, la corrupción, la impunidad y la violencia. No sólo fueron víctimas los “falsos positivos”, lo fuimos y seguimos siendo todos…

De ese relato falaz y tendencioso fueron responsables la prensa, los privilegiados y sus politiqueros, también nuestra candidez, ceguera e indolencia, nuestro fatal individualismo y nuestra indiferencia. La guerra no aporta magia, el odio no nos une como nación, la sangre que se riega no nos ata, la muerte no es la victoria…

Ante el peso de la evidencia aportada por los ejecutores de sus designios, las criaturas qué invocó, los verdugos y sicarios qué obedecieron cumplidamente sus órdenes, esos que entendieron y aplicaron estrictamente su mensaje de odio, no le queda más que intentar deslindarse…

Toda su pertinaz y vil lucha para sostener los privilegios de pocos haciéndonos creer que nos salvaba a todos, para señalar y atacar a los “violentos” acentuando la violencia, poniendo al servicio de la clase “alta” el poder del estado, convirtieron al país en un lodazal de sangre, un escenario cruento, una escena de crimen salpimentada con los lamentos de las víctimas, el dolor de sus deudos, la orfandad de sus hijos. El estado se convirtió en un cómplice y actor de la violencia, la paz en un juego infame de palabras: “La paz sí, pero no así”…

La prensa fue un actor fundamental de la masacre, un medio de propaganda y difusión de los falsos reportes de “éxito” del estado genocida.

Las fuerzas armadas con su pompa y su boato, con su derroche y su apelación constante al honor, la dignidad y la “patria”, fueron el verdugo. Montaron un escenario sanguinolento de engaño y de muerte, cambiaron vidas jóvenes por pollo asado, permisos, licencias, vacaciones, ascensos. Con sus manos ensangrentadas por los cadáveres aún tibios de sus víctimas salían dichosos a reunirse con sus familias como si nada, como si hubieran matado moscas no jóvenes inocentes a quienes reclutaron con engaños, ofrecimientos de trabajos en zonas rurales, valiéndose de sus angustiosas necesidades y falencias.

Por su parte empresarios y terratenientes crearon, financiaron, prohijaron, alimentaron y ocultaron a las autodefensas, las diseminaron por todo el país. Sus miembros, asesinos a sueldo, bien entrenados y alimentados mejor que sus víctimas, eran los encargados del trabajo sucio, seleccionaba y asesinaban sin compasión, jugaban con las cabezas decapitadas de sus víctimas, ultrajaban sus cuerpos lacerados…

Algunos de los miembros de la clase política y empresarial un poco asqueados por la masacre y más que todo preocupados por el señalamiento internacional se vieron forzados a buscar la paz, preocupados por el rumbo de desintegración y muerte buscaron crear mecanismos de reconciliación. Con gran esfuerzo pactaron con el grupo más importante. Pero el genocidio continuó. El olor a mortecino no es bueno para los negocios ni era un cómodo precedente para sus socios en el nuevo club al que habían conseguido entrar: La OCD

Previamente la nueva versión del “pacificador” Murillo, el criminal Álvaro Uribe, había urdido y ejecutado una falsa desmovilización de las autodefensas que resultó en un entrampamiento para los ahora incómodos cabecillas y previniendo sus comprometedoras confesiones los extraditó para acallarlos.

Hoy, a su regreso del destierro, en el marco de un gobierno comprometido con la paz, revitalizador de los mecanismos de verdad, se oyen terribles confesiones, dedos acusadores señalan a los cerebros de la masacre. Cínicamente tratan de deslindarse y atacar al gobierno del cambio, anuncian alianzas para contrarrestar la agenda reformista que el país pide a gritos.

Elegimos un gobierno para materializar genuinamente la paz, pero los señores de la guerra, los cacos del erario, los oscuros activistas del odio, del despojo y de la muerte han unido sus esfuerzos con la prensa del establecimiento para sabotear esa gesta, dinamitar esa senda…

Ni siquiera intentan maquillarse, son los mismos, los que llevaron el país a las puertas del abismo, los herederos de los canallas que nos engañaron y torcieron su destino, miles de vidas cargan en sus prontuarios, mucha sangre empapa sus atuendos, señores de la guerra y de la muerte.

Evoca en mi memoria una consigna de mis años de estudiante en la Universidad Nacional. Una consigna que se reitera en todos los escenarios de protesta ciudadana: ¡Ahí están, esos son, los que roban la nación!

No se alcanza el anhelado cambio solamente con un portaestandarte, a su lado hay que elegir un sólido equipo legislativo. Los esfuerzos de @petrogustavo y su equipo, por más intensos, por más idóneos, por más denodados, no bastan si no hay un congreso de mayorías progresistas.

Luego de años de señalamientos, mentiras, desplazamiento y despojo, asesinatos selectivos y masacres, asalto infame e impune al tesoro público, narcotráfico y politiquería logramos elegir un gobierno afín con el cambio, pero no conseguimos mayorías propias en el Congreso…

La crisis actual tiene su origen justamente en esa situación, se hizo la tarea a medias, dejamos la culebra viva, ya nos había pasado en la Alcaldía de Bogotá. Hay que forjar mayorías parlamentarias. Nadie dijo que era fácil, pero tampoco que es imposible. #AdelanteColombia

Sergio David Pérez Montañez
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