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El triunfo de Gustavo Petro es histórico. Ganó como lo hacen los grandes: contra todos los pronósticos, desafiando la influencia de los poderosos en América Latina, enfrentándose a los empresarios que se oponían a su llegada a la Casa de Nariño y desafiando a los partidos tradicionales, quienes llevan más de 200 años en el poder y temían perder sus privilegios.
Petro superó a las encuestadoras y a sus encuestas manipuladas, ninguna de las cuales lo declaró ganador en la segunda vuelta. Venció a los fervientes uribistas que afirmaban en redes sociales y medios afines que el líder de Colombia Humana “nunca sería presidente de Colombia”.
También superó a los canales de noticias, cuyo sesgo en la forma de informar fueron más que evidente. Ganó el voto de los indecisos y recorrió el país de norte a sur y de este a oeste. Conversó con campesinos, pescadores, mototaxistas, vendedores ambulantes y madres de familia desempleadas.
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El lema de la ultraderecha recalcitrante fue “Cualquiera, menos Petro”, encabezada por Álvaro Uribe Vélez y un establecimiento que hace cuatro años colocó a un mamarracho como Iván Duque Márquez en la presidencia. Hay que dejar en claro que, sin el desastroso gobierno de Duque, es probable que Gustavo Petro no hubiera llegado al palacio de gobierno. El asesinato de casi cien colombianos en las protestas ciudadanas en el 2021 por parte de la Fuerza Pública, el crecimiento acelerado de la pobreza monetaria del gobierno anterior (con 21 millones de ciudadanos pasando hambre) y un gran número de personas viviendo en la miseria (siete millones, según el DANE), fueron solo la punta del iceberg que amenazaba con colapsar la institucionalidad del Estado.
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No es una exageración lo que afirmó una de las hijas de Petro a un medio español, en el sentido de que la eventual llegada de Rodolfo Hernández a la Casa de Nariño habría desatado una ola de protestas como la que presenciamos. La razón es sencilla: detrás del corruptísimo exalcalde de Bucaramanga se encontraba todo el abanico de corruptos que anteriormente estuvo en la campaña de Federico Gutiérrez, unidos a los partidos políticos que llevaron a Iván Duque al poder.
Por lo tanto, no era difícil deducir que un eventual triunfo de Hernández habría desencadenado la rabia acumulada por la mayoría de los colombianos excluidos, abandonados por el Estado y por aquellos en quienes confían. No era difícil concluir que Hernández, quien se presentó ante los ciudadanos como anticorrupción, en realidad era uno más de los corruptos, imputado por la Fiscalía por el delito de corrupción. Decir, entonces, que el exalcalde de Bucaramanga se despojaría de su piel para luchar contra clanes mafiosos como los Char, los Aguilar o los Gnecco, era razonar con el corazón.
Gustavo Petro ganó, es cierto. Ganó la democracia. Ganaron aquellos que eran considerados “nadie”. Ganaron los habitantes de las grandes regiones del país abandonadas por el Estado. Ganaron los campesinos que, bajo la lluvia o el inclemente sol, salieron aquel icónico domingo 19 de junio para cumplir con su deber constitucional del voto. Ganaron los estudiantes a quienes Petro prometió mejorar sus condiciones de estudio y aseguró que crearía nuevas universidades y colegios. En resumen, ganó Colombia porque no se registraron incidentes graves de violencia durante la “fiesta democrática”.
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Sin embargo, hay que decirlo, el periodismo perdió. Los grandes canales de noticias perdieron credibilidad. Perdieron credibilidad porque informaron de manera errónea a los colombianos, inclinando la balanza de los hechos a favor de los candidatos afines al establecimiento. Noticias Caracol, RCN Noticias y Revista Semana demostraron que lo importante para ellos no era la verdad de los acontecimientos, sino defender a ultranza los intereses particulares de los medios.
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carloscastaneda@prensamercosur.org
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