Algoritmos que predicen pandemias, drones que salvan vidas y tecnología de ciencia ficción: cómo resolver los problemas de ayer y hoy con las herramientas de mañana.
“Los problemas del pasado y del presente se solucionan con la tecnología del futuro”, escribe el Dr. Diego Pereyra en su nuevo libro, La salud del futuro, en el que analiza el estado actual de los sistemas de salud alrededor del mundo y la “profunda necesidad de hacer cambios” que se volvió evidente después de la pandemia.
Según plantea el autor, la medicina podría (y debería) dar un salto evolutivo “más allá de lo imaginado” de la mano de las nuevas tecnologías, pero de todos modos presenta una “resistencia al cambio” que debe vencerse para no quedar obsoleta.
Escribe Pereyra: “Con el COVID-19 vivimos una crisis sanitaria devastadora y no la vimos venir por no prestarle atención a la inteligencia artificial. Hoy, un algoritmo puede predecir si habrá o no una pandemia en los próximos meses. Esto es un viaje y recién esta empezando. Los invito a ver el futuro de la salud”.
En La salud del futuro, editado por Lea, el Dr. Diego Pereyra toma los recursos existentes (y los que están por venir) que podrían cambiar para siempre la forma en la que concebimos la salud y el cuidado del cuerpo, desde la creación de dispositivos que con una sola gota de saliva pueden identificar una patología, hasta un drone que puede ingresar en zonas peligrosas, y de forma inmediata, para salvarle la vida a una persona.
“La salud del futuro” (fragmento)
Resistencia al cambio
¿Quién de ustedes, lectores y lectoras, recibió en el último año una receta escrita a mano, en tinta, coronada con sello de goma? Es un montón, ¿no? Papel, tinta, sello de goma, sobre lacrado, carruaje, desde el consultorio directo al castillo del Conde Drácula. Eso es: tecnología de la época del conde Drácula en el siglo XXI, en tiempos de pandemia, ¿No les resulta absurdo que las recetas sean así?, ¿no es ridículo que la medicina siga haciendo esto?
De repente, la pandemia de Covid-19 nos trajo este tipo de situaciones y, una vez frente a ellas, nos puso a pensar sobre la profunda necesidad de hacer cambios. Por dar un ejemplo cercano y sencillo en esta línea: una amiga me pide una receta de pastillas anticonceptivas. Se la hago, le saco una foto y se la mando. Ella va con la foto en su WhatsApp a alguna de estas cadenas de farmacias y cuando llega se la rebotan. ¿Por qué se la rebotan? Porque no dice “emergencia Covid-19″. ¿No es ridículo que le reboten algo así porque no dice “emergencia Covid-19″?
Otro ejemplo. Le receto a mi mamá un antihipertensivo que ella toma y pasa algo similar: le mando la foto de la receta por teléfono, pero el farmacéutico le pide que se la envíe a una dirección de correo electrónico. Se complica todo, mi mamá no tiene mail y todos sabemos que es muy probable que esto suceda con mucha gente, entonces yo desde mi casa tengo que mandarle un mail a la farmacia, mientras ella espera que el correo le llegue, acorralada por las miradas y murmullos de todos los que están en la fila demorados, apurados, nerviosos. Momentos de tensión, situación completamente evitable, innecesaria.
¿Adónde quiero llegar con todo esto? Analizando en detalle todas estas situaciones, se trata de circunstancias ridículas, inverosímiles si las comparo con la experiencia en otros ámbitos que no están relacionados con la salud o con los medicamentos, una esfera en la que, por otro lado, la celeridad y la practicidad se vuelven vitales.
Hoy yo toco dos botones en Mercado Libre y tengo el último Iphone en mis manos al día siguiente: hago dos movimientos en una app de comida y pido una hamburguesa sin cheddar, por favor, y veo toda la trazabilidad del recorrido, cómo viene la bicicleta a la puerta de mi casa en tiempo récord. Pero después, cuando voy a comprar con receta a una farmacia, pasan estas cosas: me rebotan porque no dice “emergencia Covid-19″.
Mi amiga me odia porque estuvo en la farmacia y tuvo que volverse sin las pastillas, furiosa; mi mamá se queda esperando en una fila mientras la gente la mira con cara de pocos amigos y yo me tengo que apurar para mandarle el mail al farmacéutico, lo más velozmente posible, así no se extiende demasiado la impaciencia e incomodidad de quienes están comprando medicamentos y quienes los están vendiendo.
Puntos de dolor en salud
Estos sucesos, que relato como circunstancias anecdóticas o puntuales, son muy habituales en la experiencia cotidiana del personal médico, así como de aquellos que ingresan a estos canales como pacientes, y están fuertemente vinculados a la resistencia al cambio que presentan nuestros sistemas de salud.
Para comprender dónde se fundan estas problemáticas, nos puede ser de gran ayuda aproximarnos a lo que se conoce como “puntos de dolor” o “pain points”: esa piedrita en el zapato, esa incomodidad recurrente, los pequeños procesos burocráticos que molestan, que retrasan en la diaria del trabajo y que suelen ser solucionables con ayuda de la tecnología.
Lo primero que hay que hacer, lógicamente, es identificarlos, hacer un diagnóstico: cuáles son los puntos de dolor que yo tengo en el día a día laboral, qué cosas me molestan que podrían modificarse o transformarse tocando dos botones, o permitiendo la intervención de tecnología que me saque ese proceso de encima, que me automatice una actividad rutinaria y engorrosa, por más incorporada que yo la tenga en mi hacer cotidiano. Identificarlos es lo primero, como ejercicio, porque cualquier persona me puede señalar en su trabajo diario cuáles son las cosas que molestan y que podrían mejorar. En esos puntos de dolor es donde tenemos que empezar a trabajar para mejorar la gestión cotidiana de los sistemas de salud.
Liberar al médico de estas tareas, por nimias que sean, le permitirá dedicarle más tiempo a hablar con los pacientes. Fíjense si no pasa a ser algo sumamente importante. Si, como médico, tengo un proceso burocrático que atender constantemente, si cada vez que quiero ordenar una placa radiográfica, por ejemplo, tengo que pasar por siete procesos, pasos repetitivos y una computadora, hasta que finalmente llego a pedirla, me toma unos siete minutos valiosísimos de trabajo.
Esto podría solucionarse, por dar una alternativa, invirtiendo en un tipo de tecnología que se llama “automatización” y que es como un robot que toma el control del puntero del mouse para hacer este mismo proceso que hago todos los días, es decir, te lo hace la computadora. Porque, de otra manera, es como que me siento en una película de Chaplin, ¿o no? Me gusta compararlo con eso… Es como estar en la escena de la fábrica de Tiempos modernos: rutina, automatismo, la cinta pasa rápido, tengo en la mano la llave para ajustar la mayor cantidad de tuercas en el menor tiempo posible, y el tiempo vuela.
Bueno, lo mismo pero con apretar botones en una computadora mientras se me va el tiempo del consultorio. Y ese tiempo, que se va sumando en el correr de mi día laboral, yo podría estar invirtiéndolo en algo tan esencial como el diálogo con mis pacientes. Eso es un punto de dolor, es una traba que impone el sistema y que no solo nos saca esos momentos tan valiosos, sino que, paralelamente, reduce la eficiencia y la productividad que se puede desplegar en la atención de otros procesos mucho más importantes que no pueden automatizarse ni deshumanizarse.
La otra cara de esta moneda es la experiencia del paciente: supongamos que una persona tiene que hacerse un estudio costoso y complejo. En nuestros sistemas de salud, bastante reticentes al cambio, le exigen que llene tal formulario, que complete esto otro, que lo lleve a su obra social o a la oficina administrativa de su prepaga para que se lo auditen y se lo autoricen. Le piden un montón de trámites y de pasos que hay que cumplimentar, para armar carpetitas y así poder llegar a este estudio complejo o, en muchos casos, a medicamentos de alto costo para los que se ponen en juego los mismos requisitos. Hay pacientes que para llegar a una medicación de alto costo, por ejemplo, a una droga oncológica, pueden tardar hasta un año en conseguirla y poder suministrársela.
Además de eso, muchas veces se hace cargo únicamente el paciente de todos estos pasos, de cumplir con esos trámites, mientras tiene que lidiar con una enfermedad y cuidar su salud.
Estamos acostumbrados a eso pero, ¿no resulta demencial cuando nos lo ponemos a pensar detenidamente? Este es un gran punto de dolor que yo identifico en nuestros sistemas de salud y que perjudica esencialmente, y como problemática más alarmante, a los pacientes. Pero también influye en todo el entorno que rodea a estos procesos. Si un medicamento no llega en tiempo y forma, en ese periodo el paciente puede no necesitarlo más por empeoramiento de la patología o por cambio del tratamiento.
Los médicos, así, ven su trabajo impactado por el aumento de las consultas y la necesidad de atención que se desprende de la falta del correcto tratamiento. Por su parte, las empresas de medicina prepaga y las obras sociales se ven afectadas por las complicaciones en las que puede incurrir un paciente al cual el medicamento no le llega en tiempo y forma. Complicaciones en las patologías por falta del tratamiento indicado se suman a pacientes disconformes, con un montón de procesos interminables que dificultan la vida de las personas en un momento complejo per se, como es lidiar con un problema de salud: todos perdemos en esta lógica.
Analizado desde un montón de perspectivas, podemos detectar, problematizar y trabajar para reducir puntos de dolor, encontrar esta piedrita en el zapato de nuestro hacer cotidiano y con pequeñas inversiones en tecnología solucionándolos eficientemente. Esta propuesta, que yo aprendo y tomo del ámbito corporativo y que es altamente eficaz para mejorar la experiencia del empleado y del cliente, en este caso aportaría muchísimo si queremos empezar a vencer la resistencia al cambio en nuestro ámbito y mejorar sustancialmente la experiencia tanto del personal de la salud como de los pacientes.
Si podemos detectar estos puntos de dolor, estos procesos en los que aprieta el zapato o fastidia la piedrita, si podemos identificar cuales son esos aspectos que molestan en la diaria de una compaña, que afectan a sus clientes, ¿por qué no pensarlo así para la experiencia en salud? ¿Cuáles son los dolores que afectan cotidianamente a los pacientes y cuáles a los médicos? Invito a la gente que está leyendo este libro a que piense en estos procesos y en como podrían transformarse en superadores de la resistencia al cambio.
Los puntos de dolor y la resistencia al cambio están intimamente relacionados: ¿por qué?, se preguntarán. Voy a intentar trazar la relación lo más claramente posible y veremos si por este camino podemos desentramar algunas de las causas. Los puntos de dolor son una manifestación de la resistencia; son la evidencia más palpable de la imposibilidad que tenemos como sociedad de avanzar en una línea que supere la adversidad y las dificultades, para propiciar transformaciones que mejoren la calidad de vida y la experiencia en el ámbito de la salud.
Quién es Diego Pereyra
♦ Es médico especialista en Medicina Crítica y Terapia Intensiva con una gran pasión por la tecnología y su aplicación en la atención de emergencias.
♦ Con más de 15 años de experiencia en el campo, ha dedicado gran parte de su carrera a la investigación y desarrollo de tecnologías innovadoras en el ámbito de la salud.
♦ Fue fundador de MEDIVAC, un centro de capacitación especializado en tecnología médica para empresas e instituciones, personal de la salud y público en general.
♦ Lideró el proyecto Drones Ambulancia en la Argentina, un proyecto pionero que busca mejorar la eficiencia y rapidez en la atención de emergencias mediante el uso de drones.
♦ La salud del futuro es su primer libro.
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