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Jue. Nov 21st, 2024
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Foto que muestra el paisaje de lo que un día fue una agreste montaña.

En 40 hectáreas, en la parroquia Pablo Arenas, fueron sembradas miles de plantas. El objetivo, trabajado durante seis años, es consolidar uno de los jardines botánicos más grandes y biodiversos del área andina.

Lo que un día fue una agreste montaña, llena de maleza y arbustos, se ha transformado en un «laboratorio vivo» con unas 30.000 plantas sembradas de diferentes especies y variedades sobre unas 40 hectáreas en la parroquia Pablo Arenas, en Imbabura.

Conocida otrora como la loma de «San Juan», esta elevación de 2.240 metros de altitud es ahora la «Montaña de Luz», un espacio en el que se reemplazaron los matorrales por 3.700 frutales de 50 variedades, 600 bambúes de 9 variedades y 900 palmas de 27 variedades.

Además, 600 coníferas de 26 variedades, 300 árboles de arupos, 300 plantas de agave, suculentas, sábila y cactus, alrededor de 1.000 orquídeas y un millar de bugambillas de 25 colores, entre otros.

Y aunque aún está en construcción, los creadores de la comunidad «Montaña de Luz» quieren convertirla en uno de los jardines botánicos más grandes y biodiversos del área andina y dotar así a Ecuador de uno de sus mayores laboratorios vivos, donde profundizar en la importancia de proteger y conservar la naturaleza.

Convertido también en un centro para educación sobre la trascendencia de las plantas y del manejo adecuado de los recursos naturales, los visitantes pueden atravesar distintos jardines temáticos dentro de la «Montaña de Luz»: el del zen, el del orquideario, el del desierto, el del silencio e incluso el chamánico, en caminatas de hasta 90 minutos, dijo a EFE Sara Hurtado, integrante de la comunidad.

Recursos genéticos y vegetales

Con la intención de contribuir a la preservación de los recursos genéticos vegetales y apoyar la utilización sostenida de especies vegetales, a los creadores de la comunidad «Montaña de Luz» les ha tomado unos seis años abrir caminos, construir reservorios y reforestar la loma.

«Estas son zonas con una gran presión antrópica, que han sufrido fuertes procesos de deforestación, de corte de vegetación mediante talas para hacer carbón vegetal, para madera o para abrir espacios para cultivar, que también trae otros procesos, como es la pérdida de suelo por erosión», dijo el geólogo español Germán Martín.

Por ello, destacó el proceso de reforestación llevado a cabo, pues «previene la erosión, atrapa nutrientes en el suelo, trae fauna y eso ayuda a mantener toda la red trófica».

Vista de una de las plantas de la «Montaña de Luz».

«Esta abundante cantidad de especies vegetales ha ayudado a que gran número de animales, que ya estaban abandonando o estaban disminuyendo sus poblaciones«, encuentren un «refugio donde proliferar», indicó rodeado de una colorida vegetación y del canto de los pájaros en lo alto de la montaña, donde ahora es habitual ver, incluso, conejos silvestres.

Alta biodiversidad

Carlos Merizalde, quien fuera el director de Cooperación Internacional del Geoparque Mundial Imbabura de la Unesco, recordó que, hasta hace seis años, la loma de San Juan era «una montaña pelada, prácticamente deforestada» hasta que llegó Marcelo Vinueza, «con ideas de conservación, de desarrollo comunitario, de desarrollo local diferentes», de ecoturismo, de ecoespiritualidad, de alimentación sana…

Y «empezó a repoblar con una variedad interesante de plantas, una variedad amplia, muy agradable, y de a poco se han ido repoblando los halcones, las águilas, los quilicos, los conejos han regresado, y esto es producto, justamente, de este crecimiento, este afloramiento de la biodiversidad en el territorio», explicó.

Merizalde estima que la «Montaña de Luz» puede ser en este momento el jardín botánico «que más biodiversidad tenga en proyectos o iniciativas de este tipo en el mundo andino de Ecuador».

Sostenibilidad, residencia e identidad

Además, «la gente que viene a disfrutar de este ambiente natural, se encuentra con un espacio de paz, de tranquilidad, de aire puro«, dijo al destacar un desarrollo con criterios de sostenibilidad, resiliencia, identidad, «porque aquí conversamos de geología, de biodiversidad, de cultura», de espiritualidad, de sanación.

«Afortunadamente, poco a poco la gente y las entidades vamos entendiendo que este cambio en la conducta no depende de los demás, sino que depende de uno mismo», comentó.

Hay que estar, «a veces un poquito loco, en el buen sentido de la palabra, para emprender en estas iniciativas que le hacen bien a la comunidad, al territorio«, señaló en el sitio donde cada acción busca fomentar una educación ambiental que favorezca cambios en el comportamiento de los visitantes en beneficio de la naturaleza.


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