Para las sorpresivas elecciones 2023 se avisora un panorama sombrío y enmarañado por la cantidad interminable de candidatos que sueñan; unos, con llegar a martillazos a Carondelet; y otros, quizá millares, en alcanzar el bulto mundano de legisladores.
Efímeros. Aparecen y desaparecen. Sin mostrar un proyecto extraordinario de país. Lo que sí, la precariedad e incoherencia del sistema electoral ha permitido la inscripción trivial de cualquier aventurado fanfarrón que aplica por la dispersión de votos, a que se rompa el electorado de su misma tendencia.
¿Cómo es el candidato chimbador? En la cúspide están los inútiles, los cromos de los que ya militaron en el correísmo o en sus sobras, los últimos 16 años. ¡Qué vuelven por más!, dicen. Creen que, ahora como antes, pueden ganar porque el pueblo sigue desmemoriado y confundido.
Con apagones informáticos y fraudes cantados en el conteo de votos; al estilo añejo de la dictadura castro-chavista. Hoy, parte sensible del ecosistema electoral vigente.
Que, junto a varios chimbadores y vanidosos, repiten los hábitos de un manicomio. Y, nadie está dispuesto a renunciar o dejar de participar. Lo propio ocurre al escoger binomios nimios bajo el supuesto de pasar a una segunda vuelta. Y, a nadie se le cruza la idea del triunfo por consenso; pues, su única intención es quitarse votos mutuamente, salir del anonimato y añadir algo más a su hoja de vida.
Pero, tres son las fuerzas que sacuden la contienda. En salida, la derecha conservadora oficial que salió de la lid en caída libre y no presentó nombres. Luego, viene la tendencia del autoritarismo populista que pretende resurgir en doble vía: con la ilusión del ‘outsider’ mercenario de una refriega o con el desempolvar el viejo totalitarismo reciclado, almacenado y maquillado. En cambio, el tercer carril se llena del pluralismo ideológico, desde el centro variopinto, con todas sus variantes y matices; y, abarca, por naturaleza, el grueso resto de candidaturas con su desintegración anunciada.
Es que el candidato chimbador nace de clanes politiqueros obsoletos que buscan la victoria o fracaso de cualquiera de sus adversarios. No transmite emoción; daña y manipula el complejo mercado electoral, pero él sabe que sus posibilidades de triunfo son nulas.
Un epitafio de locura viene escrito en el heredado Código de la Democracia, esa regla demencial del correísmo para sobrevivir a capa y espada, 300 años. Y, avivar locos, incompetentes y chufleteros. El juego de la imagen y el discurso licuado para evitar que un nuevo líder conduzca el futuro de la nación por mejores días. ¡Aún estamos a tiempo!
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