La supuesta invencibilidad del correísmo es un dogma que se sostiene en el discurso entusiasta de los seguidores del expresidente y en lo conveniente que les resulta a sus opositores para justificar arbitrariedades. No obstante, ni las cifras ni los hechos respaldan esta apresurada creencia.
Durante cinco años, el expresidente Rafael Correa y sus seguidores se han aferrado al discurso de que su victoria electoral definitiva es inminente. Según esta narrativa, son invencibles en las urnas y, si se les concede la oportunidad de competir limpiamente, volverán a conquistar el poder total.
Se aferran, igualmente, a ciertas excusas al momento de explicar sus derrotas en la consulta popular de 2018 —la gente, incauta, no estaba consciente todavía de la ‘traición’ del entonces presidente Lenín Moreno— y de 2021 — no tenían partido propio, ni cuadros históricos para dirigir la campaña, ni el expresidente Correa pudo estar presente, todo por culpa de una supuesta conspiración del sistema—.
Pero la supuesta invencibilidad del correísmo es un dogma que sirve no solo a los seguidores del expresidente; también sus opositores apelan a él cuando, en nombre de la ‘descorreización’ o de prevenir el retorno del exmandatario, echan mano de medidas cuestionables; ese fue el principal argumento, por ejemplo, tras la creación del CPCCS Transitorio que presidió Julio César Trujillo e incluso del decreto de anticipación de elecciones generales —‘muerte cruzada’— de esta semana. Pero, ¿tiene un sustento real esta creencia o es apenas un mito que se sostiene en la inercia y en lo útil que resulta para quienes usufructúan de él?
Los números
Desde que hace una década —en el apogeo del modelo de gasto público y endeudamiento, con un aparato descomunal de propaganda a su servicio, con todas las autoridades electorales alineadas y con una oposición desarticulada— el expresidente Rafael Correa cosechó un resultado apabullante de casi 60%, los resultados electorales del correísmo han venido en descenso. Con Lenín Moreno, en 2017 obtuvo ya menos del 40% en primera vuelta y en 2021, con Andrés Arauz, apenas el 32%.
Luego, la narrativa correísta ha querido convertir a los resultados de las elecciones seccionales de 2023 en una especie de retorno triunfal, pero al observar con detenimiento se ve que los triunfos del movimiento se producen ante una oposición atomizada y casi en su totalidad con indicadores de entre 20% y 30%; incluso en el caso de Guayas y Guayaquil, de las victorias más pronunciadas, no superan el 40%.
Es decir, por más que el correísmo sea mayor de las minorías, dista mucho de ser la fuerza mayoritaria que fue en su auge y, en un escenario de segunda vuelta —algo que no se ve en seccionales—, el resultado podría ser muy diferente. Además, se ha buscado reforzar esta impresión con una serie de encuestas de popularidad, aceptación y rechazo que supuestamente constatan la supremacía del expresidente Correa, pero que revisadas con detenimiento apuntan a que tampoco es ya un líder mayoritario y que así como tiene una gran masa de simpatizantes, enfrenta una cantidad aun mayor de detractores.
La oposición
Aunque al correísmo, con su pasión por el radicalismo y sus cambios ‘profundos y rápidos’, le cueste aceptarlo, la gran mayoría del electorado ecuatoriano está conformada por ciudadanos cautos y moderados. Los triunfos avasalladores del correísmo se dieron en épocas en que el centro había desaparecido —reemplazado por una clase política rentista y por grupos exageradamente radicales—, y en que la amplitud de discurso de la entonces Revolución Ciudadana convocaba a varios sectores. Eso ha cambiado hoy; existe un centro amplio, plagado de ofertas moderadas, y es el correísmo el que se ha tornado intransigente y agitador.
En las últimas elecciones presidenciales, los dos candidatos de centro izquierda moderada, de discurso más afable —Xavier Hervas y Yaku Pérez—, sumaban una votación mayor a la del correísmo. A ello debe sumársele un importante porcentaje de la votación del propio Guillermo Lasso, compuesto por personas que más que un régimen libertario extremista anhelaban apenas una democracia convencional y sensata, y juzgaban que el ahora Presidente encajaba en ese molde. Ese mismo escenario se aprecia en las recientes elecciones seccionales, donde los abundantes candidatos de centro rebasan, como tendencia, ampliamente al correísmo.
Esto demuestra que la clave de las próximas elecciones es la lucha por el centro. Sin ello, el correísmo se puede ver condenado, una vez más, a ganar la primera vuelta y perder la segunda, y ser apenas la principal minoría en un Legislativo atomizado e inmanejable —o, peor aún, verse rebasado por una hipotética nueva fuerza de centro que surja más adelante—. No obstante, ¿no está acaso reñida con la esencia misma del correísmo una posible deriva hacia el centro?
El expresidente Rafael Correa y otros principales cuadros de su movimiento han sido transparentes en su estrategia. Por un lado, destacan desde ya la apertura a un entendimiento con Leonidas Iza y todo el ala que representa del movimiento indígena. Por el otro, ha anunciado ya la necesidad de emprender una asamblea constituyente para revertir las reformas resultantes de la consulta popular de 2018.
Por último, se ha distanciado del Partido Social Cristiano; esto pone fin a la sospecha de que el correísmo guardase el anhelo de, a la manera de tantos otros populismos, dar un giro ideológico y convertirse en el heredero de toda la tendencia de centro derecha caudillista que encarna el PSC. El problema es que estas opciones radicales —un acercamiento a Iza y un nuevo intento de ‘refundar el país’— alejan al expresidente Correa aun más del centro y, por mucho que se intente mostrar el Estado ecuatoriano actual como una creación de Moreno, Trujillo y Lasso, la Constitución de Montecristi sigue siendo la creación máxima del correísmo como para desentenderse de ella sin caer en contradicciones.
Los nombres y las personas
Lo que sea que suceda no dependerá solo de las ideas, sino de los nombres que aparezcan en las papeletas. El correísmo insiste en proyectar confianza y asegura que tiene una abundancia de cuadros de entre los cuales elegir un candidato. No obstante, sus principales cuadros se encuentran fuera del país —prófugos y sentenciados—, recién posesionados como alcaldes y prefectos, o presuntamente prestos a presentarse nuevamente como candidatos a asambleístas.
A la vez, lo sucedido con Andrés Arauz demuestra que, por más disciplinado que sea el voto, el candidato que se designe influye más de lo que admiten. ¿Qué le hace al correísmo pensar que contará con un cuadro capaz de triunfar en esa durísima misión de hacerse con veinte puntos más? Igualmente, todo es posible si es que la oposición presenta candidatos que despierten un rechazo y resistencia aun mayor al que despierta el correísmo, pero todo apunta a que las particulares condiciones de este periodo —breve y cuasi provisional— disuadirá a los más excéntricos aventureros.
La historia política ecuatoriana ha sido pródiga en ‘grandes ausentes’ o titanes en reposo que, si se les permitía participar, supuestamente eran invencibles. Sin embargo, todos resultaron ser menos poderosos de lo que la leyenda rezaba. José María Velasco Ibarra terminó su carrera política sin nunca redimirse. Tras la muerte de Assad Bucaram, el CFP demostró ser mucho menos fuerte, y su revancha mucho menos inminente, de lo que su líder creía.
En épocas recientes, los retornos a la política del expresidente Rodrigo Borja no derivaron en la victoria que muchos juzgaban inevitable y la redención de Lucio Gutiérrez jamás se produjo. El caso más aleccionador es, no obstante, el de Abdalá Bucaram. Durante más de veinte años, todo el sistema político conspiró para derrocarlo, exiliarlo y evitar su participación política. Analistas, políticos y líderes de opinión daban por sentado —evidenciando su crónico pesimismo con respecto al pueblo ecuatoriano– de que si se lo dejaba volver, ‘El Loco’ seduciría nuevamente al electorado. Cuando finalmente volvió a participar —en elecciones legislativas—, en 2021, no obtuvo ni siquiera el 1% de los votos y no alcanzó una curul.
No hay forma de saberlo, pero quizás la invencibilidad de Bucaram solo existió en la cabeza de quienes lo temían. ¿No será que con Rafael Correa sucede lo mismo?
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