Cuando hace tres años murió Jhon Jairo Velásquez, alias Popeye, los tribunales de Colombia ya le habían quitado la fortuna que amasó mientras fue un sangriento sicario del Cartel de Medellín. En vida, y luego de 250 asesinatos a sangre fría y 3000 muertes planeadas, se había convertido en una polémica figura que los medios buscaban para que contara la intimidad del jefe narco. La sorprendente historia de sus millones.
“Que tuve suerte con las chances y gané la lotería de la Cruz Roja”, dijo sin que se le moviera un pelo la madre de Jhon Jairo Vásquez Velásquez, alias Popeye, el mayor sicario de Pablo Escobar Gaviria, que antes de morir, el 6 de febrero de 2020, había acumulado una fortuna de 12 millones de dólares.
Doña Aura Ofelia Vásquez, fue modista toda su vida. Eso sí, también se dedicó a la repostería, ya que siempre tuvo buena mano para los dulces. Pero por más esfuerzo que hizo frente a las autoridades para explicar sus millones, resultó poco creíble que pudiera haber llegado a acumular siete apartamentos, lujosas casas en los mejores barrios de Medellín y una espectacular bodega que le alquiló a la viuda del jefe del cartel de la droga, Victoria Henao, solo con su labor en el corte y confección.
“Que me acompañó la suerte”, insistió delante de sus abogados para justificar el dinero que se dividía entre cuentas bancarias y propiedades que la familia atesoraba mientras Jhon Jairo ponía bombas en Colombia, asesinaba a sangre fría a 250 personas, y planeaba 3.000 ejecuciones. “540 policías, 13 magistrados de la Corte Suprema de Justicia, 15 jueces, 12 periodistas, y 250 bombas en todo el país”, solía detallar Popeye con precisión algunos de sus crímenes.
La Justicia no le creyó una sola palabra a la anciana, y luego de 14 años de disputa, concluyó que “los bienes fueron adquiridos con dineros del narcotráfico, incluidos los pagos que Escobar le hizo a su pistolero de cabecera por asesinar jueces, periodistas, policías y civiles”, según consignó el diario El Tiempo de Colombia.
Los peritos establecieron, además, que la agencia de chance que supuestamente premió a doña Aura, ni siquiera existía cuando compró las millonarias propiedades. Además, curiosamente la mujer sólo registraba actividad económica desde 1988, año en que su hijo se convirtió en hombre clave del Cartel de Medellín. Y los fiscales no creyeron en las casualidades.
Lo cierto es que dos años antes de su final, el sicario de Escobar vio como sus millones se esfumaban. La Justicia ordenó la extinción de dominio y le quitó todos los bienes. Popeye quiso salvar a su familia del asedio de los tribunales y aseguró que durante las épocas de plomo no se había contactado con ellos, una mentira que tardó muy poco en revelarse.
Así, cuando murió, no dejó un centavo del dinero de la droga y se llevó a la tumba sólo algunos secretos del patroncito, ya que en vida había logrado fama revelando detalles de la intimidad más escabrosa del jefe narco en radios, tevé y dos libros que exhibía hasta el último aliento con orgullo: Sobreviviendo a Pablo Escobar y Mi vida como sicario de Pablo Escobar.
Popeye se definía como un “asesino profesional y un hombre sencillo”. Sobre lo primero justificaba: “En un país tan violento el matar es un trabajo lícito”. Rememoraba que los crímenes que había cometido nacían en una pequeña libreta donde Escobar anotaba toda la información de sus víctimas, información que luego entregaba a sus sicarios para que hicieran el trabajo. “En un minuto organizaba una muerte. Era grande porque mataba”, afirmó Velásquez en el documental Sin Censura de National Geographic.
Sobre lo segundo, sobre ese hombre que no vestía con ropa de marca ni usaba relojes costosos, argumentaba que la vida lo había llevado a conservar bajo perfil: “No es a propósito. Llevo una vida nómade porque algunos de mis antiguos compañeros me quieren asesinar luego de las confesiones que hice a las autoridades cuando me entregué en 1992″.
Años antes de querer esconder sus millones como “bienes de familia”, la incontinencia verbal lo había llevado a contar que Escobar pagaba 1000 dólares por matar a un policía y la cifra se elevaba a 12 mil cuando la bala debía pegar en la cabeza de un político o un juez. “Mucho dinero en la década del 80″, remarcaba.
“El dinero mío era de la mafia de Pablo Escobar, me lo gané matando gente, siendo leal al lado del patrón. Él había acumulado millones de dólares. Estamos hablando del narcotraficante más grande que ha tenido la historia del mundo. Yo llegué a ver hasta 60 millones de dólares en efectivo. El dinero iba y venía”, afirmó frente a el canal internacional. La fortuna de Escobar, cuando cayó en 1993 en un tejado de Medellín mientras huía del Bloque de Búsqueda, ascendía, según la revista Forbes, a USD 25 mil millones.
Jhon Jairo adoró a Pablo Escobar hasta el día de su muerte, a los 57 años de un cáncer de estómago, en el Instituto Penitenciario y Carcelario de Colombia. Para él era “como una religión”. Tanto, que desde el final del capo narco había visitado su tumba dos o tres veces por mes solo para honrarlo.
Durante sus 23 años en prisión -hasta 2014- y cuando volvió a caer cuatro años más tarde acusado por los delitos de concierto para delinquir y extorsión a dos familias asociadas con el narcotráfico, Popeye se había ido convirtiendo en una figura de interés para el público: contaba con impunidad los secretos de su jefe, la relación con el dinero, las torturas a los enemigos y los amores con reinas de belleza.
Fue justamente la Reina Nacional de la Ganadería 1984 Elsy Sofías, según una de las versiones que el mismo sicario contó, quien le permitió conocer a Pablo Escobar Gaviria. Velásquez era por esos años el guardaespaldas y chofer de la bella joven.
Elsy Sofía Escobar Muriel tenía los ojos azules, el pelo rubio, largo y ondulado, y un cuerpo de medidas perfectas que la llevaron sin escalas a coronarse como reina.
Al verla en tevé, Pablo Escobar quedó impactado. Mandó a uno de sus hombres con un Cartier, flores rojas, bombones, miles de dólares y una invitación: “El Patrón quiere conocerla”. Días más tarde la jovencita entraba, fascinada y con sus mejores ropas a una lujosa mansión construida al filo de la montaña que rodea el valle de Aburrá, en el barrio El Poblado, la zona más exclusiva de Medellín.
“Acomodé el espejo retrovisor para admirar las dos bellezas que se asomaban por el escote de su blusa, podía intuir lo que ocultaba la delicada tela”, se regodeaba al recordar Popeye, quien la llevó a esa primera cita y a todas las que siguieron.
“Mis respetos para aquella hembra, pues debió ser muy buen polvo para que prolongara su relación con Pablo durante dos años”, reflexionaba elevando sus ojos al cielo. Esos dos años fueron suficientes para que la novia clandestina del capo del Cartel consiguiera un buen apartamento en Medellín, un auto, ropa de marca y joyas caras.
El romance empezó a escribir su capítulo final en los primeros meses de 1986. Escobar y Elsy Sofía regresaban en helicóptero de una playa en el Pacífico colombiano cuando el motor de la cola falló. El aparato se precipitó a tierra, quedó atrapado en las ramas de un frondoso árbol y sus ocupantes fueron expulsados violentamente de la cabina. Todos cayeron en un lodazal. Pablo salió ileso, sin un rasguño. El piloto quedó mal herido, el guardaespaldas tuvo fractura de fémur, y la amante del capo se quebró el brazo izquierdo.
“Elsy Sofía frecuentó al patrón varias veces después del accidente, pero enyesada perdía el encanto”, explicaba Popeye. Y relataba cómo Escobar le contó el final con la miss colombiana.
–Patrón, ¿cuánto duró con Elsy Sofía? -le preguntó Popeye.
–Casi dos años. Hasta que le entró la ambición– respondió Escobar.
–¿Cómo la ambición?
–Usted conoció el apartamento de lujo que le tenía en El Poblado, los carros, las joyas y los viajes que le di.
–Sí, claro que me acuerdo del palacio donde ella vivía.
–Bueno, al final no estaba conforme y me pidió lo imposible. Después del accidente del helicóptero, con el brazo enyesado y todo, se le ocurrió ponerme un ultimátum: “Tu mujer o yo”. ¡¡¡Imagínese!!!
Los detalles del primer encuentro con Pablo, con reina de belleza incluida, que tantas veces relató se chocó de frente con una versión muy distinta que en su verborragia sin freno contó en el documental de Nat Geo. En penumbras y sentado en un sillón, lanzó una historia donde no aparecían ni bellas mujeres coronadas ni amantes: “El momento más importante de mi vida fue cuando miré a los ojos a Pablo Emilio Escobar Gaviria, quedé totalmente obnubilado. Yo tomé un carro de mi papá y fui a buscar una de las caletas de Pablo. Lo encontré y me dijo: ‘¿Qué está haciendo usted acá?’. Le respondí: ‘Señor, yo no tengo trabajo, conozco todas sus caletas, máteme o me de trabajo’”.
El asesino asegura que el patrón se rió y le preguntó: “¿Usted sabe manejar la MP5?”. ”La MP5 era una ametralladora cortica muy rápida – explicó-. Le dije que la sabía trabajar. ‘Pues ande conmigo’, me dijo. Y me quedé con él los siete días de las semanas los 365 días del año”.
Por la lealtad y devoción hacia Escobar, el sicario mató a la mujer que lo había enamorado (”el amor de mi vida”), a quien quemó a balazos porque así se lo había ordenado el capo narco.
La escultural Wendy Chavarriaga Gil, una modelo glamorosa, culta, con piernas eternas “que parecían salirle de la nuca”, no fue solo una amante más: “Fue su segunda mujer después de Tata, su esposa”, aclaró Popeye. Su final, fue trágico y sangriento.
El amor de Escobar por su esposa María Victoria Heano Vallejo (“Tata” en la intimidad del narco) nunca estuvo en duda. El sicario lo definía en dos palabras: “La adoraba”. Era la madre de sus hijos, Juan Pablo y Manuela, y la mujer que había elegido para formar una familia. Pero ese amor nunca le impidió tener amantes: “El respetaba a la Tata, nunca la iba a dejar por otra mujer”.
Escobar tenía un fantástico penthouse sobre la avenida Colombia, en el centro de Medellín, al que hacía llamar en clave “La Escarcha”. Allí le llevaban las mujeres, muchas de ellas menores de edad, para él y sus amigos. En ese apartamento, Pablo conoció a Wendy.
El jefe del cartel quedó enloquecido con ella. Aviones, autos caros, joyas de miles de dólares, la ropa de los mejores diseñadores de la alta costura, viajes de lujo. Todo lo que ella pedía, Pablo se lo daba. Durante un fin de semana de amor la llevó a Nueva York y se pavoneó con ella por las calles de Manhattan: “El patrón contó orgulloso que un día llegó con Wendy al reinado de belleza que se celebraba en la Gran Manzana y la gente se detenía a mirarla como si fuera una de la candidatas”, recordaba Velásquez Vásquez.
“Lo único que el patrón le tenía prohibidísimo a sus amantes era que quedasen embarazadas. Y Wendy no cumplió”, adelantó el sicario para justificar el horror que siguió.
Un hijo fuera del matrimonio era algo inaceptable, para Escobar la familia era sagrada. “Ella quedó embarazada por plata, pero el patroncito no quiso saber nada y le mandó a dos ‘pelaos’ y al veterinario para que le sacaran el bebe”, contó con escalofriante tranquilidad Popeye frente a Infobae. La durmieron con un sedante y la hicieron abortar. “Cuando la mujer despertó, el Patrón le informó que la relación había terminado”.
Desde ese instante, Wendy planeó su venganza. Meses más tarde, John Jairo Velásquez Vásquez la encontró en una discoteca de moda en Medellín. Le ofreció una copa. Conversaron, bailaron, se sedujeron. Y se fueron juntos para el suntuoso apartamento que Escobar le había regalado a la modelo en sus tiempos de amantes. El sicario se enamoró esa misma noche, entre sábanas de seda y copas de cristal con champagne francés.
Al día siguiente, Popeye le contó a su jefe que se había enredado con Wendy. “Yo ante todo era leal a Pablo”, explicó. La memoria del sicario le permitió recrear, frente a las cámaras de la tevé de Costa Rica, ese diálogo con Escobar.
–¿Y qué tal Pope, estabas rumbeando ayer por la noche? – preguntó el narco.
–Estaba en la discoteca y me encontré con la Wendy – le confesó Popeye.
–¿Cómo? ¿Y qué pasó?
–Me la llevé para la casa, patrón. Y nos enredamos ahí nomás.
–Hace el amor muy bueno, Pope… pero déjeme que le diga que usted no es un hombre para Wendy: ella es para capos. Tenga cuidado, ahí hay algo raro.
El lugarteniente juró frente a Infobae no haberse ofendido cuando Escobar le dijo que él era poca cosa para la modelo: “El Patrón hablaba francamente y miraba a los ojos. Yo era un sicario y ella buscaba narcos. Era una mujer muy cara. Los narcotraficantes en ese momento eran extremadamente ricos: tenían aviones, haciendas, mansiones, autos de lujo que ni los más ricos tenían. Yo no podía darle nada de eso. Por eso el patrón lo vio raro. Él tenía un octavo sentido…”.
Pero Popeye siguió viendo a Wendy. Escobar, desconfiado, empezó a investigarla. Mandó a intervenir su teléfono. Una grabación le mostró que no estaba equivocado: la modelo hablaba con un jefe de la DEA que lo perseguía.
“Popeye no me dijo aún dónde está Pablo. Si, si, cuando me diga le aviso”, le susurraba Wendy al oficial, dispuesta a entregar al hombre más buscado de Colombia. Se había transformado en informante de la agencia norteamericana.
Todo ese tiempo había querido vengarse y John Jairo sólo había sido el señuelo que eligió para terminar con el hombre que la había hecho abortar y la había despreciado.
Con la cinta en su poder, el narcotraficante mandó a llamar a su lugarteniente. El sicario recordaba con claridad ese día: “La reunión fue tensionante. Estaba Pipina, la mano derecha de Pablo. Y yo sabía que cuando el patrón mandaba a matar a uno de la organización se lo encargaba a su mejor amigo. El ambiente se sentía pesado, pero yo me preguntaba ‘¿qué hice?’. Entonces, el patroncito me pone la grabación. Y escucho la voz de Wendy…”.
–¿Qué hacemos ahí, Pope? Se acuerda que le advertí– le dijo Escobar mirándolo a los ojos.
–Pues usted tiene toda la razón, patrón. Esto es gravísimo. Yo sé qué tengo que hacer.
“Entendí que tenía que matarla. Él me trataba con cariño, pero era el patrón de patrones. Las órdenes no se discutían. Yo la quería con toda mi alma, pero me sentí usado. Ella me enamoró para vengarse de Pablo. Me estaba utilizando para llegar a él. Cuando Pablo me muestra las pruebas y me dice ‘¿Qué hacemos?’, yo era un hombre de causa. Y sabía que me mataban a ella o a mí. Y preferí que fuera ella”, dijo Popeye sin conmoverse.
Y luego, con una frialdad que estremece, relató cómo asesinó a Wendy Chavarriaga Gil: “Concerté una cita con ella en uno de los restaurantes de moda. Y mandé dos de mis hombres, porque yo estaba enamorado y no quería ser quien la matara. Me paré a media cuadra. No existían los celulares y llamé por teléfono al restaurante. Mis muchachos tenían la orden de actuar cuando el camarero preguntara en voz alta por la señorita Wendy. Oí sus tacones aproximándose al bar, y luego los tiros y su grito… Quería oírla morir, porque yo me sentí pequeño, usado, idiota”.
–¿Se acercó a ella? – le preguntaron en la revista Semana de Colombia.
–Sí. La vi en el charco de sangre y sentí un cosa brutal de rabia, amor, tristeza y odio. Como si me saliera de dentro un espíritu maligno. Nunca he vuelto a sentir nada igual. Usted no sabe lo que es matar a una persona a la cual se adora. Pero Wendy había traicionado a mi Dios que era Pablo Escobar Gaviria.
El sicario siempre recordaba con nostalgia sus noches con el jefe. Cerca de las tres de la madrugada, Pablo Escobar Gaviria se despertaba sintiendo un antojo irrefrenable: quería comer arroz con huevos. Popeye iba presuroso a la cocina, prendía el fogón y echaba los cuatro huevos en aceite. Cuando comenzaban a freír, agregaba el arroz y los revolvía. Escobar lo disfrutaba con un vaso de leche caliente y dos arepas. Al terminar pedía un café, también con leche, muy espumoso: “Batilo en licuadora”, ordenaba. A esa hora hablaban de mujeres.
Pablo disfrutaba de los placeres del sexo y las orgias. “La única perversión que le conocí, si así se le puede llamar, fue su fascinación por la pérdida de la virginidad de una jovencita heterosexual con una lesbiana experimentada”, se atrevió a la infidencia John Jairo frente a un periodista de la tevé colombiana.
“El patroncito fue un amante fogoso. En la cama siempre fue un caballero con las mujeres, fuera alguna de sus amantes o una simple prostituta de las muchas que nos acompañaron”, se lo escuchaba repetir, con respeto, frente a los periodistas.
Lo que ocurría entre las sábanas del jefe del Cartel nunca fue un secreto para Popeye: “Al patrón le elegíamos las mejores jóvenes que acostumbraban ir a las dos discotecas de moda. Fue la época de oro de las mujeres paisas, cuando aún tenían las tetas originales y el resto sin cirugías. Pablo tuvo blancas, morenas, trigueñas, pelirrojas… Y casi no repetía: era raro ver a la misma muñeca dos o tres veces con él”.
Victoria Henao siempre supo de sus infidelidades. Pero frente a las mentiras, callaba. En su libro Mi vida y mi cárcel con Pablo Escobar, la viuda del narco desnuda su dolor frente al engaño: “Me dolía su infidelidad, pero no tenía la valentía suficiente para dejarlo. La historia que yo misma me contaba para sobrellevar semejante drama era aquella vieja frase: ‘Todos los hombres son iguales’. Entonces, pensaba, ‘no lo voy a dejar por eso’. Además, cuando nos casamos, el engaño estaba dentro de lo probable dados sus antecedentes y por eso tomé la decisión de no perseguirlo, no mirar la agenda de teléfonos, no revisar si la camisa tenía colorete. El que busca, encuentra, dice el refrán y preferí no encontrar”.
Los agentes de la DEA que lo persiguieron durante años, y que no querían ataparlo vivo, solían recordar cómo los golpeaba descubrir en las conversaciones que interceptaban, esa doble vida del narco: el padre y marido amoroso y el monstruo violento y cruel.
Recordaban que lo escuchaban decirle a la Tata cuánto la extrañaba, mientras de fondo se escuchaban desgarradores gritos de alguien que estaba siendo torturado. Pablo solo tapaba el teléfono y pedía a sus hombres. “Háganlo callar, ¿no ven que estoy hablando con mi familia?”.
A la hora de matar, confirmó su sicario, Pablo era implacable y repetía: “A veces soy Dios, si digo que un hombre va a morir lo hará ese mismo día”
“Todos pensábamos que Pablo Escobar era inmortal, manejaba las situaciones más apremiantes con total sangre fría”, decía con los ojos iluminados. Pero Pablo no sólo jugaba con la vida y la muerte de sus victimas, también las torturaba. Así lo contó Popeye: “Usábamos muchas cosas para torturar a los que considerábamos nuestros enemigos. Bolsas, agua caliente, herramientas, soldadores y hasta cuchillos”.
En su memoria el sicario llevó marcado a fuego el último día que vio a Pablo Escobar con vida. “El ejército nos estaba respirando en la nuca y Pablo había comenzado a cometer errores, hablaba mucho por teléfono. Un día veo el teléfono allí y se lo señalo… ‘Mire Pope, yo lo necesito para llamar a una familia en una emergencia. Si tiene miedo váyase. Usted ha sido muy leal conmigo, ha aportado mucho a la organización’, y me dio las gracias por todo. Yo lo abracé y antes de salir voltee a mirar y él también me miró. Fue la última vez que nos miramos a los ojos”.
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