Por alguna razón y pese a los desmanes de los últimos años, Salinas sigue siendo uno de los balnearios predilectos para el turista nacional. La fuerza de la costumbre, sin duda, es lo que nos mueve a seguir visitando sus playas. Es un punto de encuentro del que nos cuesta desprendernos por sus recuerdos, aunque se vayan desvaneciendo ante la desesperanza y la decepción después de cada feriado.
El nudismo y desenfreno no es una cosa de Salinas, se repite y replica en varias localidades del país, especialmente, cuando se trata de feriados tan celebrados como lo es carnaval. La demostración de malas costumbres, no es una cosa nueva y nos guste o no, volverán a repetirse. Se trata de un espacio público en el cual, aunque quisiéramos, no cabe reservarse el derecho de admisión.
Por otro lado, se encuentra el estado actual de las aceras y calles. Desde que lo recuerdo, Salinas mantiene los mismos huecos de siempre y las mismas calles sin pavimentar. Las obras no llegan y la gente, local o de otras ciudades, ha llegado a acostumbrarse a vivir desatendidos por los políticos de turno. Muestra de aquello son las constantes inundaciones que en la época invernal la convierten en un lodazal.
Lo que pasa en Salinas no es causa del reggaetón o de las redes sociales. No es tampoco un problema de las nuevas generaciones; el descontrol ha existido siempre y sin nadie que busque contenerlo. El control y vigilancia policial, junto a la planificación turística es una deuda histórica de las alcaldías, prefecturas y gobernadores que han transitado por la ciudad y la provincia. El desorden público del último fin de semana, es una muestra de lo que nos hemos convertido: una sociedad en decadencia.
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