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Jue. Nov 21st, 2024
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Ante la célebre máxima castrista de “la historia me absolverá”, el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante repetía una respuesta tan ingeniosa como despiadada: “pero la geografía te condena”. Su afirmación — en línea con la de Napoleón de que “conocer la geografía de una nación equivale a conocer su política exterior” o la implacable de Abraham Verghese de que “la geografía es destino”— destacaba que gran parte del porvenir de un lugar no depende de las acciones o elecciones de sus habitantes, sino de su ubicación y de las características de su tierra. Quito no ha sido la excepción en ese sentido y gran parte de los desafíos que enfrenta hoy la ciudad tienen su origen en los designios de la geografía.

Por defensa, no por comercio

Aunque no existen registros certeros de los motivos que empujaron a los primeros habitantes de Quito a elegir dicho territorio —y a que hubo diferentes asentamientos y culturas en los alrededores, como la de Cotocollao o la del Inga, desde milenios atrás—, la ciudad exhibió desde un inicio características geográficas favorables no tanto para la producción, pero sí para su defensa. Bajo el breve dominio inca cobró especial importancia debido justamente a que, ante una posible resistencia, el carácter inexpugnable de la ciudad la tornaba muy útil para conducir las tareas de ocupación y asimilación de la zona frente. Los conquistadores españoles optaron por mantener el centro administrativo de la zona en el mismo emplazamiento en nombre del sentido de continuidad, pese a que existía una fundación anterior y opciones logísticamente más convenientes. Esa misma dificultad de acceso determinaría, siglos después, la duración de la larga campaña de los independentistas por hacerse con la ciudad e incluso las engorrosas dificultades de la Batalla de Pichincha. Desde sus inicios, Quito estuvo pensada para que, en su caso, la geografía fuese una barrera, no una aliada.

Nacer y crecer enclavada entre las montañas, a casi 3.000 metros de altura sobre el nivel del mar, conllevó desde un inicio inmensos desafíos para Quito. El primero fue, de forma sostenida a lo largo de los siglos, domar, dentro de la posible, la topografía. Aplanar y limpiar terrenos, pero sobre todo rellenar quebradas, vaciar lagunas y construir canales, por medio del extenso uso de mano de obra, fue una constante en la historia de la ciudad. Sin embargo, la altura de las montañas que la rodean y las corrientes de viento húmedo provenientes de este y oeste, dotan a la ciudad de una pluviosidad inusual, que hasta el día, de hoy, conlleva un elevadísimo desgaste y costo de mantenimiento de la infraestructura. Asimismo, la elección del lugar ha implicado, a lo largo de la historia, un oneroso costo en desastres naturales. A los aluviones e inundaciones, se suman los terremotos (muy destructivos en los siglos XVI, XVII y XVIII) y las erupciones del Pichincha —que ya han dejado de ser una amenaza—. Por último, el tipo de suelo eleva los costos de construcción y mantenimiento de infraestructura vial.

Más lejos es más caro

El aislamiento natural de Quito conllevó siempre una población reducida —tanto por las barreras geográficas que dificultaban la expansión del viejo centro, como por los elevados costos de abastecimiento— a lo largo de los siglos. Sin embargo, la llegada a partir de los setenta de la energía barata permitió superar esa limitación y suscitó un gran aumento poblacional: se tornaba factible, gracias al combustible subsidiado, mantener el aprovisionamiento de una ciudad mucho mayor y extender la ciudad decenas de kilómetros hacia norte y sur, gracias a la movilidad que permitían los vehículos a motor. Sin embargo, la geografía ha impedido a Quito extenderse más de los tradicionales cinco kilómetros en el eje este-oeste y ha impulsado un crecimiento desmedido en el eje norte-sur; esta situación, desgraciadamente inalterable, al combinarse con un modelo de concentración administrativa y económica en ciertas zonas, condenó a la ciudad a crónicos problemas de movilidad. A ello, se le debe sumar el efecto que la altura tiene sobre los motores de los vehículos, que en combinación con la barrera que implican las montañas deriva en un grave problema de combinación aérea. Tanto los efectos de la altura en los motores, como los de la topografía agreste y las vías maltratadas, conllevan también un mayor desgaste para los vehículos.

La difícil ubicación de Quito implica también elevados costos de abastecimiento. Es inusual que una capital se encuentre tan lejos de los puertos —además, con tan pocas vías de conexión y tan distantes— y de la producción alimenticia (la mayoría de las fuentes de carbohidratos provienen de la Costa o son importados). Ello ha implicado también que permanezca alejada, tradicionalmente, de las grandes corrientes migratorias que surcaron América Latina en los siglos XIX y XX. Conforme la ciudad crece, la provisión de agua se ha tornado cada vez más costosa, y proveniente de fuentes cada vez más lejanas en tanto, a diferencia de capitales más cercanas a las costas y a menor altura, Quito no cuenta con una gran corriente de agua cercana a partir de la cual abastecerse. Lo mismo se aplica a cualquier servicio básico: proveer un producto o servicio en un lugar elevado y lejano resulta siempre más costoso.

Elementos que perduran

Paradójicamente, las mismas barreras geográficas que hacían a Quito inexpugnable a lo largo de su historia han sido determinantes en momentos de convulsión política. En la guerra civil de 1932, los más sangrientos episodios se produjeron, justamente, ante los intentos de ingresar a Quito de fuerzas provenientes de otras provincias— violencia de una escala tal que al cabo de cuatro días se optó por una solución negociada—. Ese mismo factor —el costo que implicaba incursionar en la capital— evitó que el estallido del 28 de mayo de 1944 se extendiera a la capital, que en 1975 el intento de golpe de Estado no prosperara, o en que, en 1986, el general Frank Vargas Pazzos en su levantamiento de protesta optara por desplazarse a Manta. También esa geografía es lo que ha permitido que en los levantamientos de octubre de 2019 y de junio de 2022, los manifestantes logren con tanto éxito, desde adentro, cercar y desabastecer a la capital hasta forzar su rendición.

Quizás, en un futuro no muy lejano, los avances tecnológicos terminen ofreciendo soluciones efectivas y de bajo costo a estos problemas. Mientras, la ciudad debería, como dice el dicho, aceptar aquello que no puede cambiar y comenzar a planear también en función de la indoblegable fuerza de la geografía.


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