En su victoria electoral, Lula proclamaba que no existen dos Brasiles, pero hay una triple fractura: étnica-social, territorial y religiosa.
En el discurso de la noche electoral, Luiz Inácio Lula da Silva apeló a la unidad, después de una campaña tensa. Ante el tercer mandato, tras travesía por el desierto, con prisión incluida por cargos de corrupción sobreseídos, el político de raza proclamó que “no existen dos Brasiles”. Sí existen: los resultados ajustados de los comicios
–50,9% de votos para Lula por 49,1% de Bolsonaro– ratifican triple fractura: étnica-social; territorial; y religiosa.
Brasil alardea de tolerancia y mestizaje –“mixtura”–. En cierto café de la milla de oro del barrio de Jardins en Sao Paulo, me llamaba la atención la familiaridad en el trato de los clientes de clase alta con los camareros. Brasil es país donde simpatía y cercanía se imponen; pero las diferencias sociales, prolongación de las étnicas, están marcadas.
El Brasil colonial, criollo, mestizo y afrodescendiente de los portugueses nace en el Nordeste, la zona con menor renta per cápita, objeto de las políticas regionales aplicadas desde Brasilia. Se trata del feudo electoral de Lula, capaz de imponerse con rotundidad, sí o sí: un 72% de los sufragios en Bahía, junto al 67% en el estado vecino de Pernambuco, si bien el apoyo cae al 56% en la metrópolis de Recife, más diversa.
Siendo muy niño, como tantos paisanos, Lula emigró con su madre y hermanos a Sao Paulo, donde se convertiría en obrero metalúrgico y sindicalista. La familia procedía del Sertao
–interior nordestino–, área semidesértica cuya pobreza era extrema. Vidas secas (1938), de Graciliano Ramos, novela y clásico cinematográfico (1963), refleja dicho atraso.
El presidente Jair Bolsonaro, ubicado en la extrema derecha, gana con contundencia en los estados meridionales: Santa Catarina –69,3% de los votos, Paraná, 62,4% y Río Grande do Sul, 56,4–. Una zona donde llegaron italianos y alemanes.
A finales del siglo XIX, mi bisabuelo manchego no se decidió a emigrar a Sao Paulo; pero muchos españoles sí lo hicieron. Lo mismo que tantos europeos, como los antepasados italianos de Bolsonaro, quien se ha impuesto en este estado con un 55,2% de los sufragios. En su capital, centro económico, con tradición sindical y receptora de sucesivas oleadas de inmigración nordestina, arribadas en origen a las favelas, los términos se invierten –Lula obtiene 53,5% de votos–. Bolsonaro también gana en Río de Janeiro.
En el contexto de la inseguridad ciudadana latinoamericana, el candidato derechista, defensor de libre posesión de armas de fuego, priorizaba una agenda de orden y seguridad, atractiva para amplios estratos acomodados. Cual remedo del conspirativo Trump, el primer presidente no reelecto enrareció la campaña con sospechas infundadas de fraude. Numerosos factores le han granjeado antipatía: la amenaza velada de un golpe de Estado, por el excapitán nostálgico de la dictadura militar; la pésima gestión de la pandemia, con 685 mil muertos; y el negacionismo de la deforestación amazónica, agravada bajo su mandato. Bolsonaro ha tardado casi 48 horas en reconocer, de soslayo, su derrota.
El fraccionamiento del sistema político brasileño, con varios partidos relevantes de centro en un parlamento donde el PT resulta minoritario, favorece las coaliciones, máxime con granero de votos anti-Bolsonaro. Así, como en su primer mandato, el vicepresidente será un político de centro-derecha, Gerardo Alckmin, gestor eficiente y contrincante en las elecciones de 2006, ha entrado en la boleta vía mediación de Fernando Haddad, político del PT, también “turco”.
A pesar del discurso liberal en lo económico, el presidente saliente ha multiplicado el gasto público en la recta final, anhelante de reelección: subsidios para familias de bajos ingresos; y reducción en el precio de los carburantes. Los camioneros han torpedeado la victoria de Lula con bloqueo de carreteras. La Brasilia desarrollista tiene prolongación en la extensión del cultivo de la soja, más al interior de la capital federal. Bolsonaro ha cosechado casi dos terceras partes del voto en Mato Grosso; y la agroindustria ha sido fuente de donaciones.
Lula ha remarcado su compromiso con la sostenibilidad de la Amazonia; mientras, madereros, ganaderos y mineros apoyaban a Bolsonaro, quien sobrepasa el 61% de votos en Manaos, base colonizadora, Lula se impone en el total del estado de Amazonas
–51%–.
Los pronósticos de victoria para el líder del PT por mayoría absoluta en primera vuelta fallaron. Una razón: la infravaloración del ascenso imparable de las iglesias evangélicas entre los estratos humildes de la sociedad brasileña. Uno de los principales canales nacionales de televisión tiene dicha adscripción. Los feligreses ya representan el 30% de la población; y en torno a las dos terceras partes de estos electores podrían haberse decantado por Bolsonaro, cuyo lema de campaña calcaba al de la ultra italiana Giorgia Meloni: “Dios, patria, familia y libertad”, con discurso muy conservador en temas como los derechos del colectivo LGTB. En los últimos días de campaña, Lula se ha visto forzado a enfatizar su rechazo personal al aborto para ganar terreno entre los evangélicos. ¿Patria? La campaña populista del candidato de derecha radical se ha apropiado de la camiseta amarilla de la “canarinha”.
En 2007, mi familia y yo visitamos Rocinha, favela antigua, consolidada, ubicada en las alturas de la playa de Sao Conrado, barrio exclusivo de Río de janeiro donde muchos astros del fútbol carioca tienen apartamentos. Lugar vibrante con comercios y moto-taxis, cuyos “becos” –o callejones ascendentes– recorrimos en compañía de un guía comunitario, tras llegar en jeep. En la campaña electoral, las cámaras de un canal de televisión europeo accedieron; y entrevistaron a dos personas de 35-40 años. Una mujer recordaba con cariño el tiempo de Lula: la mejora de la educación pública; el televisor más moderno que compró su familia; y los automóviles adquiridos a crédito de sus vecinos. Por el contrario, un hombre –evangélico– prefería a Bolsonaro, supuesto defensor de la familia.
En lugares como Rozinha, se gestó el “estrato C” –clase media-baja emergente–, legado principal de los años de Lula, alcanzado vía políticas de corte socialdemócrata, ortodoxia macroeconómica y precios elevados de las materias primas. En 2011, se veían turistas de nuevo cuño en Montevideo: afrobrasileños que hacían su primer viaje al extranjero.
Inflación y covid promueven aumento de la pobreza. La agenda de Lula III priorizará el gasto social, desde subsidios para los más necesitados a construcción de viviendas dignas. El presidente también querría subir los impuestos a los ricos.
Mensaje de Raúl Garáfulic, presidente de Página Siete
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