Pero antes, gracias a una mayoría en el legislativo estatal aun mayor de la que ya tenía, podrá sacar adelante sin problemas más medidas de su agenda conservadora y a veces polémica, dirigida, según sus palabras, a hacer de Florida el «estado de la libertad».
Los electores floridanos le han dado mayoritariamente su venia en estas elecciones para poder seguir haciendo cosas como enviar a un grupo de solicitantes de asilo venezolanos desde Texas a la isla de Martha’s Vineyard, en Massachusets, con dinero de los contribuyentes.
Según las encuestas, casi la mitad de los electores de Florida está de acuerdo con esa medida que, por el contrario, le valió a DeSantis críticas de organizaciones de derechos civiles y políticos demócratas, así como demandas e investigaciones judiciales.
Lejos de arrepentirse o suavizar su mensaje, DeSantis dijo que volverá a hacerlo y lo justificó con críticas a la política de «fronteras abiertas» de Biden.
Ese estilo debió gustarle al expresidente Donald Trump cuando lo apoyó como candidato republicano a la gobernación de Florida en 2018 siendo casi un desconocido.
Seguramente también le gustó que, ya en el puesto, despotricara contra las políticas de estados liberales y demócratas y durante la pandemia firmase leyes para prohibir «pasaportes» de vacunación, mascarillas obligatorias y cualquier otra medida contraria a la apertura de la economía estatal.
Si a eso se añade su postura anti-aborto y sus leyes para prohibir hablar en las escuelas primarias de identidad de género y limitar el derecho a la protesta, no es raro que DeSantis se haya convertido en una estrella fulgurante dentro del Partido Republicano.
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