Moy Rondón, artesana venezolana, emigró con su esposo y dos hijos –así como millones de sus compatriotas– por la crisis política y económica en su país. Aquí cuenta su historia.
Soy de Ciudad Bolívar, Venezuela. Queda al suroriente, límite con el Brasil. Es una zona turística, de una biodiversidad superrica, hay 18 pueblos indígenas. De hecho, elegimos Paraguay porque se parece mucho a mi tierra natal. La gente asocia Venezuela con playa, pero tiene una región –como la de Bolívar– donde está el río Orinoco; y así como ustedes comen surubí aquí, yo comía mucho surubí allá en mi tierra. Entonces, el cambio no fue muy significativo a nivel de región, solo el frío. Aquí hace mucho más frío.
Mi llegada a Paraguay se dio, hace cinco años, por la crisis venezolana tan fuerte que se presentó en un momento; uno no sabía qué rumbo iba a tomar el país. Con el tema de la expropiación, ya no había ni siquiera productos que comprar, en ese entonces, cuando decidimos emigrar.
Hicimos todos los esfuerzos, tuvimos que vender todo. Primero tomamos la decisión de mudarnos de país y empezar desde cero con la familia. Mi esposo es periodista y teníamos una tienda de artesanía y éramos artesanos allá.
Antes de salir, recorrimos con los niños y familiares todos los saltos que hay en mi región, como una despedida, porque no sabíamos si volveremos otra vez. Tomamos un avión a San Pablo, de ahí un vuelo interno hasta Foz de Yguazú y luego en autobús para Asunción directo.
Al principio nos fuimos hacia Villa Morra. No quería dormir en terminal ni en la calle. Entonces me metí en Booking y fui alquilando piezas. Hermoso lugar, pero costoso. Y habíamos visto también que se podía comprar terreno al llegar.
Esperábamos solo que nos aprobaran la residencia para empezar a buscar un terreno, porque en Migraciones tardaban tres meses para darnos la residencia permanente. Paraguay era uno de los países más difíciles para venir en ese momento. Después de que el presidente Marito rompió relaciones con Venezuela se acepta la figura del refugio; por eso hay cada vez más venezolanos acá.
Optamos venir a Paraguay porque es muy lindo para vivir; puedo llegar y comprar un terreno. Y no en cualquier país puedes llegar y montar tu propio emprendimiento. Y Paraguay tiene esa apertura.
Cuando estábamos haciendo el papeleo de Migraciones, vi estos tolditos verdes; vine con los artesanos y al mes ya me tenían trabajando acá en la Plaza O’Leary. En Venezuela decimos, ‘se juntó el hambre con las ganas de comer’.
Le expliqué a la presidenta de la Asociación de Artesanos que hace más de 20 años trabajo en artesanía. Con mi marido trabajamos juntos. Ya así fue que compramos las dos herramientas que necesitábamos para empezar, una caladora de mesa y el taladro para hacer los juguetes de maderas reforestadas.
La idea de instalarnos en Paraguay es definitiva. Muchos andan probando suerte, nosotros nos instalamos aquí y por eso nos adaptamos a la cultura. Investigamos ya desde Venezuela cuál es la fauna del Paraguay, qué podemos hacer porque la función del artesano es rescatar valores patrimoniales y la cultura del país donde estás viviendo.
Queríamos también un país donde la artesanía es valorada. Aquí hay espacios dignos para trabajar. Hay cosas que se pueden mejorar, pero estamos bien encaminados. Lo que nos hace falta es una Casa del Artesano para que los que vienen de distintas partes del país tengan una casa donde se puedan bañar.
Muy similares
Venezuela siempre fue un país muy alegre y el paraguayo es muy alegre. Hay otros países donde la gente es amargada, por su cultura es seria; sin embargo, el paraguayo se ríe, es amable y el venezolano también.
Yo no sentí nunca un cambio de país. Sí cuando llegamos me pegó un frío de 16 grados en octubre de 2017, y no había traído una chaqueta para ponerme. Vinimos sin abrigo, si de donde yo vengo no existe el frío. El internet nunca me habló de frío, a mí me engañó el internet porque decía 30 o 40 grados.
Fue un todo proceso de decisión el venir. Yo veía amigos y familiares irse: Una prima se fue a Chile, mi hermana está en Miami, mis tíos están en Brasil. Nosotros estamos regados por el mundo. La única que no ha salido es mi mamá y un hermano.
Si nos hubiésemos quedado, estaríamos muertos todos allá de hambre o presos. Porque cuando tu creces en libertad, si ves las cosas mal hechas las quieres denunciar y entonces si lo haces te meten preso o te torturan.
Gracias a la tecnología hablo con mamá todos los días. Pero mi mayor satisfacción es que mi madre se puede hacer un examen médico con un 100.000 guaraníes que le envío. Porque allá los sueldos son seis dólares y G. 100.000 allá rinde. Entonces, si uno está afuera puede ayudar a sus familiares que se quedaron.
Antes salía con mis productos en una maleta de viaje y vendía todo en un día. La gente cambiaba de auto cada año. La Venezuela que hay ahora no es la misma en la que crecí, es otro país. Si cae el régimen volvería, claro que sí.
Si nos hubiésemos quedado, estaríamos muertos de hambre o presos. Porque cuando creces en libertad, si ves las cosas mal hechas las quieres denunciar y si lo haces te meten preso o te torturan.
En su barrio de Capiatá creó un grupo que impulsa la economía circular
Junto a su marido Fritz Sánchez edificó una casita en un terreno que compraron en el barrio Kennedy de Capiatá. Rebobina que, entonces –febrero de 2018– tomaron uno de los últimos lotes que quedaban en la zona. Por lo que se siente fundadora del sector donde habita. “Cuando compramos el terreno no había asfalto, no había luz, no había agua. Entonces con los poquitos vecinos que había formamos como una gran familia de apoyarnos unos a otros. Pagamos entre todos a un gestor para que nos trajera la luz”, relata.
Sus vecinos y colegas les ayudaron –dice– a equipar su casa con los insumos básicos como inodoro, sillas, mesas. “Recuerdo que llegamos con lo puesto, solo teníamos nuestras maletas con las ropas, más nada”, refuerza.
Como retribución, a Moy no se le ocurrió mejor idea que organizar ferias para generar economía circular en su barrio. “La mayoría de ellos son del interior del Paraguay y es gente muy talentosa; entonces organicé una feria para que los que sabían hacer mbeju vendieran ese producto, los que tejían ao po’i también”, apunta.
Cuando llegó la pandemia del Covid-19 dejaron de feriar –señala–, pero a partir de un grupo de WhatsApp no perdieron la conexión para seguir feriando en modo virtual. “Hoy somos 235 personas en el grupo y cada uno ofrece allí sus productos. Venden a toda hora y todo por delivery. Una dice ‘tengo huevo de codorniz’, otro que tiene vivero; está el que arregla zapato, el que hace pizza; otro fabrica macetas para flores y plantas. Todo es de manera artesanal, porque si nos apoyamos los emprendedores del barrio se genera una economía circular porque el dinero queda allí”, comenta.
UH
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