Los asistentes a la capilla ardiente soportaron una cola kilométrica de horas, obligados a llevar cuanta comida y agua les entrara en una bolsa pequeña. Los controles de seguridad son propios de un aeropuerto al ingreso de la sede del Parlamento.
“Es lo mínimo que podemos hacer”, sostuvo Adam Armendáriz, un director de ventas de una empresa londinense, acompañado de unos colegas.
El clima soleado, un raro fenómeno en Londres, fue propicio para la ocasión.
Carmen Martínez, una abogada colombiana casada con un británico y embarazada de siete meses de su primer hijo, explicó que se sentía “bien” participando en esta manifestación de duelo.
“Representa todo” en el país. Es como la abuela de todo el mundo”, sostuvo Martínez.
Durante los próximos cinco días, cientos de miles de británicos y visitantes, hasta 750.000 según la prensa, pasarán por una capilla ardiente abierta casi ininterrumpidamente hasta la madrugada del 19 de septiembre, día en que tendrá lugar el funeral de Estado en la Abadía de Westminster y el entierro en la capilla Jorge VI del Castillo de Windsor.
El gobierno advirtió a los asistentes que podrían tener que esperar 30 horas en una fila de hasta 10 km que transcurre por el centro de la ciudad a lo largo del río Támesis.
“Tengan en cuenta esto antes de decidir asistir o traer a niños”, advirtió Downing Street.
Más de 100 dignatarios y otras personalidades tienen previsto asistir al “funeral del siglo”, como el presidente estadounidense, Joe Biden, el brasileño Jair Bolsonaro, el rey de España, Felipe VI y su padre Juan Carlos I.
El entierro de la soberana que vio pasar a 15 primeros ministros –el primero, Winston Churchill, nacido en 1874 y la actual, Liz Truss, nacida en 1975– tendrá lugar el mismo día en Windsor en una ceremonia privada..
Mientras tanto, Carlos III se instala en el poder con una gira por las cuatro regiones del Reino Unido -Gales, Inglaterra, Escocia e Irlanda del Norte-, pero sus primeros pasos no están exentos de polémica, como durante su visita el martes a Belfast.
Unas imágenes mostraban al rey perdiendo los nervios con una pluma utilizada para firmar en el libro de honor y que parecía perder tinta. “¡Oh, dios, lo odio! No puedo soportar esa maldita cosa”, exclamó el rey, dando pie a acusaciones de irascible.
(Con información de AFP)
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