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Jue. Nov 21st, 2024
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 Cuando sintió que se moría, ya sin fuerzas en medio de un torbellino del río que se la tragaba, los brazos de Pablo Escobar Gaviria la rodearon con fuerza.

—Te tengo, quedate tranquila – le dijo, piel contra piel en el agua.

Virginia Vallejo, la presentadora de televisión más famosa de Colombia, la mujer más deseada, la diva que todos los hombres querían conquistar, sintió que se había enamorado con locura de ese hombre bajito y con pinta de campesino que la apretaba contra su cuerpo.

Ocurrió en 1982, hace 40 años, en la Hacienda Nápoles, cuando ambos estaban en la cima de sus carreras. “Fue una explosión de pasión, amor y egos”, recordaría años más tarde Vallejo.

La famosa periodista era una mujer que nunca permanecía demasiado tiempo sin un hombre a su lado. Y sobre todo de un hombre poderoso. Curiosamente fue su novio, Aníbal Turbay Ayala, sobrino del ex presidente de Colombia Julio César Turbay, quien le presentó a Escobar. Pablo estaba dando una gran fiesta de fin de semana con 230 amigos en su famosa hacienda. Un paseo campestre para que sus invitados pudieran conocer el maravilloso zoológico con hipopótamos, jirafas, camellos y aves exóticas que había armado en las vastas tierras en Puerto Triunfo.

Cuando Virginia llegó a la hacienda con su flamante pareja y se cruzó por primera vez con Escobar, quedó maravillada por “su enorme generosidad”. Ella y su novio regresaban del hospital ya que habían chocado con un boogie durante un paseo por las instalaciones. “Pablo nos recibió y dijo que no nos preocupáramos por los daños, pues él tenía muchos autos más”, relató.

Horas después llegó el flechazo que la partió al medio y la convirtió en la amante del narco durante cinco violentos y tormentosos años.

“Esa tarde estuve a punto de morir ahogada y Pablo me salvó la vida. Fui a nadar en uno de los ríos de su propiedad y se formó un torbellino. Veía que había cincuenta personas a mi alrededor pero nadie se daba cuenta de que estaba en peligro, que el agua me chupaba. ¡Ni mi novio me miraba! Y entonces llegó Pablo nadando hacia mí, me abrazó, me dijo que él me tenía, que me quedara tranquila. Y me salvó. Supe que en los brazos de ese hombre yo no tenía nada que temer”, confesó en una entrevista de televisión.

Ese abrazo en el agua, esa contacto de los cuerpos casi desnudos, fue el comienzo de un tórrido, secreto y enfermizo romance: “Me enamoró perdidamente porque yo ví en él a un hombre muy generoso, un ídolo entre la gente de Antioquia, un Robin Hood de los pobres”. Pero también la enamoró la vida de película que Escobar le ofrecía: “Gastaba dos millones de dólares en el combustible del avión sólo para poder verme”.

Culta, de una familia de alta sociedad, educada en el Anglo Colombian School -hablaba inglés y francés a la perfección-, la periodista sabía tanto de política como de moda, de crisis internacionales como del mundo del espectáculo. Y le gustaba sentir la adrenalina del peligro corriendo por su cuerpo. A nada le temía. Era vanidosa, altiva, audaz, inteligente. Un cocktail irresistible para el jefe del cartel de Medellín.

Ella se estaba divorciando de David Stivel, el gran realizador argentino, que se había aburrido de las exigencias de su mujer: Virginia lo obligaba a dormir en camas separadas porque no le gustaba que nadie la viera despertarse a cara lavada, sin maquillaje.

Un periodista del diario español La Vanguardia, le preguntó en 2018 por qué se había enamorado del jefe narco. Virginia no dudó:

“Fueron muchas cosas. Primero me salvó la vida, luego borró las deudas de mi compañía, me envió mil orquídeas ¡y me consiguió el divorcio exprés de Stivel, alguien tan importante en Argentina! De todos modos, si no me hubiese amado con esa pasión, no le hubiese dado bola. En ese momento podía escoger al hombre que quisiera”.

La pasión fue la clave de esa relación. Virginia y Escobar estaban locos de amor. Él había quedado hipnotizado por su belleza, sus piernas largas, sus ojos almendra, sus pestañas eternas. Además, su inteligencia lo fascinaba: quería que ella fuera su biógrafa. Vallejo palpitaba frente al narco: se había olvidado de los bigotes rancheros, las camisetas a rayas, las medias amarillas, su gusto por desayunar frijoles con arepa, sus modales a veces rudos y los rumores que lo señalaban como el rey de la cocaína. “La coca no era algo tan grave como lo fue después”, se justificó frente a un periodista en Miami. Por él había “sacrificado” su vida de niña bien y sus exquisitas amistades de la alta sociedad.

Escobar sabía que tenían que ser discretos, porque los dos eran muy famosos en Colombia y él estaba casado con María Victoria Heano Vallejo, a quien adoraba. Pero nada le importaba. Salía sin sus custodios y disfrutaba de las corridas de toros de la plaza de La Macarena. La llevaba a bailar rumba a Kevin, la discoteca de moda en Medellín. Le regalaba cuarenta o sesenta mil dólares -mucho dinero en la década del 80- y la enviaba a París o Nueva York, con la única condición y promesa de que gastara ese dinero en una sola semana.

El increíble reloj Cartier de diamantes que le regaló Escobar fue el objeto que más brilló frente a las cámaras del Noticiero 24 horas, donde ella trabajaba. “No me lo sacaba ni para bañarme, pero un día me lo arrebataron en la calle”, aseguró.

Pablo le daba todo y más. Un día sintió que las joyas ya no alcanzaban y, conociendo la extrema coquetería de su amante, le regaló algo que ninguna mujer podía soñar en Colombia: una cirugía estética. Eligió al mejor cirujano del mundo, al brasileño Ivo Pitanguy. Virginia regresó de Brasil con los pechos redondos y firmes y una nariz respingada de muñeca. Estaba feliz.

La vida de lujos y pasión de los amantes cambió para siempre el 30 de abril de 1984 cuando Pablo Escobar Gaviria mandó a asesinar al ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla. Se transformó así en enemigo público, en un monstruo. El Estado lo perseguía: lo querían preso o muerto. El jefe del Cartel estaba obligado a huir y a vivir en las sombras. Virginia ya no podía verlo en la hacienda o mansiones, ni los fines de semana en los hoteles cinco estrellas de Panamá. Empezaron las visitas clandestinas, el estrés, las agresiones verbales y también físicas.

El juego erótico incluía muchas veces una pistola. En una escena que Virginia recuerda bien, Pablo jugó con un arma y le confesó que había matado 200 personas. Sin embargo, ella no sintió miedo ni rechazo, le ofreció “salvarle la vida” y le entregó la llaves de su casa. Frente a periodistas de El Periódico, justificó aquella reacción: “La danza de la vida y de la muerte es la más voluptuosa y erótica de todas”.

En uno de sus últimos encuentros, la periodista llevó el libro “Veinte Poemas de amor…” de Pablo Neruda. Acostados, uno muy pegado al otro en la cama, le leyó “La canción desesperada” del poeta chileno.

“Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.

El río anuda al mar su lamento obstinado

Abandonado como los muelles en el alba.

Es la hora de partir, oh abandonado!”.

Abrazados, lloraron desconsolados, ante la inminencia de un final que se tornaba inevitable.

La primera gran crisis, sin embargo, nada tuvo que ver con el creciente baño de sangre que enlutaba a Colombia. Fue una cuestión de celos. Virginia se enfureció con Pablo cuando se enteró que él le había regalado un collar de 250 mil dólares a otra mujer.

“A mí no me interesaban las joyas –le dijo a El Periódico–. Pero, ¿cómo no me va a doler que le regale joyas a otra mujer? ¡A una reinita de corona de hojalata! Los mafiosos coleccionan reinas de belleza como si fueran caballos de raza. La mujer es un trofeo para exhibir delante de otros capos. Regalar un collar de esmeraldas no es amor. Es un premio de fin de semana. En cambio, a mí nunca me regaló una joya”.

Virginia siempre sostuvo que cuando Escobar la conoció ella era una mujer autosuficiente, que se codeaba con el poder y era una estrella: “Él sabía de dónde venía yo, y yo sabía de dónde venía él. Yo era el trofeo máximo: bella, inteligente y famosa. Él era un desconocido y necesitaba poseerme y dominarme. Quería saber si yo lo amaba. Y sí, lo amaba y nunca le pedí nada. Cuando le pedí que me salvara de sus enemigos y me ayudara a escapar de Colombia, no me dejó salir. Me dijo: ‘Tienes que mirar el horror que viene ahora’”.

Corría 1987 cuando los celos volvieron a desestabilizar a los amantes. Esta vez fue Pablo. Y ella decidió abandonarlo para siempre. “Decidí dejarlo ese año, cuando Pablo creyó que yo iba a irme con Gilberto Rodríguez Orejuela, capo del rival cartel de Cali -le dijo a La Vanguardia-. Se le metió eso en la cabeza y empezó a mostrar su verdadera alma”.

Lo cierto es que Virginia se había acercado a Rodríguez Orejuela porque quería hacer un negocio de cosméticos y el narco era dueño de casi todos las empresas de ese rubro en Colombia. Pero Escobar se volvió loco. Se había desatado una guerra.

“Lo dejé para siempre porque me aterrorizaba lo que me dijo que iba a hacer, entre otras cosas, contratar a un etarra para enseñarle a poner bombas. La diferencia entre un asesino y un terrorista es la dinamita. Un asesino mata a una persona por equis razón, en este caso, venganza. Pero cuando pone dinamita caen inocentes, niños, ancianos, cae todo. Se volvió paranoico, enfermo de megalomanía y no podía seguir con él. Pablo se volvió un monstruo cuando lo dejé y empezó a usar dinamita”, declaró frente al medio español hace cuatro años.

Años después, se explayó sobre el tema develando problemas entre las sábanas y detalles picantes: “Pablo explotó cuando creyó que yo lo había engañado con el líder del cartel de Cali… porque los hombres temen que una le cuente al otro qué tal es en la cama, y Escobar era un pésimo amante… Pero él me amaba y yo lo amaba a él. Si gastar dos millones de dólares en combustible no es amor, ¿dígame qué es?”, disparó.

Desde 2006, Virginia vive en Miami, donde se exilió bajo el régimen de testigo protegido por haber declarado contra las mafias de Colombia, los Cartel de la droga y los vínculos narco con la política.

Durante los primeros años en Estados Unidos, donde llegó con algunas monedas de 25 centavos en la billetera, pasó penurias económicas. Vendió sus joyas y la platería que había llevado para poder pagar la renta de un cuarto de hotel. Incluso, aseguró, que casi terminó viviendo en la calle. “Iba a convertirme en homeless -afirmó en El Tiempo-. Me quedaban menos de 10 dólares y acababa de sufrir cuatro derrames cerebrales. Esos son los momentos más difíciles y duros de toda mi vida: la pobreza absoluta, no la muerte; porque he sobrevivido 31 veces, desde niña, y en el último momento María Magdalena me ha salvado, por eso le haré un homenaje”.

Fueron sus rezos, dice, y la ayuda de un amigo periodista de El Nuevo Heraldo que le prestó 300 dólares, lo que le permitieron negociar la venta de un video que había hecho antes de salir de Colombia con a la poderosa cadena RCN. “Me pagaron 30 mil dólares, pude devolver el dinero que me habían prestado y salir adelante”.

La presentadora escribió un libro “Amando a Pablo, odiando a Escobar”, que luego se convirtió en fuente para la serie Narcos y la película de Javier Bardem y Penélope Cruz, Loving Pablo en 2017. La periodista demandó a Netflix en 2018, señalando que la serie había saqueado su novela biográfica sin consultarle ni pagarle un ni un dólar. ”En nuestra relación había muchas emociones cruzadas. En Pablo yo encontraba protección y dinero, aunque también le tenía miedo”, confesó en esas páginas biográficas.

A pesar de la vida de pasión y adrenalina, Pablo Escobar no fue para ella el amor de su vida. “Fue el tercero”, confesó al periódico colombiano. “Tuve un lord inglés y un conde alemán. El lord estaba casado y estuve 15 años con él. El conde era libre e íbamos a casarnos pero enfermó y murió. Fue el amor de mi vida durante 24 años y sufrí su pérdida”.

Vallejo, sin embargo, nunca pudo olvidar al capo narco. “Él era bajito y algo gordito, pero no como en las series, donde lo ponen como un gordo asqueroso con panza de gelatina y peluca -le dijo a La Vanguardia-. Se volvió monstruoso, pero cuando lo conocí era un campesino de 32 años lleno de plata por más que esas series de televisión lo hayan convertido en un dios; en realidad lo trataban como a un pobre diablo y me inspiraba compasión. Lo veía vulnerable frente a los ataques de los medios, los políticos tradicionales y mis exnovios millonarios”.

La periodista aseguró siempre que quiso torcer el trágico destino que el hombre que amaba tenía marcado: “Mi propósito no era enderezarlo, sino salvarle la vida. Con Pablo no podía usar los argumentos de una esposa convencional, o de un cura. Tenía que usar argumentos criminales, que eran los únicos que él entendía. Me preocupaba su supervivencia, no sus cualidades morales. Pablo y yo teníamos códigos éticos muy diferentes. Compartir los códigos éticos sería lo ideal, pero en la vida las cosas casi nunca son ideales… Yo lo amaba. Pero amarlo no me convierte en su cómplice”, confesó en El Periodico.

La mujer que acaba de cumplir 73 años, el 26 de agosto, asegura que “Pablo era un hombre despiadado, creo que no me mató porque necesitaba que yo escribiera su biografía. Pero nos amamos con locura”.

La hermana de Escobar, Alba Marina, se enfurece cada vez que le nombran a Vallejo: “Esta mujer que asegura que fue el gran amor de Pablo y que guarda todos sus secretos, fue solo una de sus tantas amantes que lo cautivó y lo aburrió. Estuvo con ella hasta que se cansó y la envió a estudiar cine a los Estados Unidos para poder liberarse de su acoso. Él se beneficiaba de su imagen. El amor no se mide por los galones de gasolina o el precio de las joyas”.

Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, lugarteniente y jefe de sicarios, sin embargo, la desmintió poco antes de morir en 2020. “El Patrón sólo tuvo tres amantes: Elsy Sofía Escobar Muriel, reina de belleza de la Ganadería en 1984; la modelo Wendy Chavarriaga Gil, a quien Pablo mandó a matar porque quiso entregarlo al Bloque de Búsqueda y Virginia Vallejo. Las demás fueron mujeres de paso, hembras para una noche o un fin de semana. Por su cama gatearon desnudas reinas de belleza, modelos, presentadoras de televisión, deportistas, colegialas y mujeres del montón… Eso sí, todas hermosas”.

Y de las tres amantes, aseguró el sicario, la periodista fue especial. “Virginia fue un gran amor. Una de las mujeres más importantes en la vida del patrón. No fue una amante, fue su mujer. Estaba loco por ella”.

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