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Jue. Nov 21st, 2024
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Hace sesenta años los Beatles daban su primer show. El 18 de agosto de 1962 se presentaron en el Hulme Hall de Port Sunlight. Alguien podría impugnar esta afirmación y reprochar el olvido de los años tocando en Hamburgo, The Cavern y otros lugares de los alrededores de Liverpool.

Pero esa noche, los cientos de espectadores presentes no sabían que estaban ante un hecho histórico: era la actuación inicial del cuarteto definitivo. Fue el show en el que los Beatles adquirieron su fisonomía final. A partir de ese momento serían John, Paul, George y Ringo.

Sus seguidores ya conocían al que esa noche se sentó tras la batería. Ringo Starr era un personaje dentro del ambiente musical de la ciudad. Pero muchos extrañaban a Pete Best y expresaron algunas quejas por el reemplazo. La sala rebalsaba. Había más de 500 jóvenes meneando la cabeza con las canciones del grupo.

El día siguiente, un domingo, era la gran prueba. Se presentaron en su casa, en el lugar en el que eran locales. Pero los habitués de The Cavern, su público, todavía no estaban convencidos del cambio. Decenas de chicas gritaban en la calle: “We want Pete, We want Pete” (Queremos a Pete). Los encargados de The Cavern, que ni siquiera habían escuchado cuando les avisaron del cambio de baterista, se empezaron a preocupar. Muchas decían que no volverían a pisar el lugar. “Ringo never. Pete forever” seguían cantando las fans.

Pete con un trabajado jopo, un peinado elaborado y aéreo, era el que más atracción generaba en las chicas. Su belleza respondía con más claridad, encajaba en los cánones de fines de los 50. Una belleza fría y algo engolada. Parecía que los Beatles se habían condenado con el cambio súbito de baterista.

La decisión era muy reciente. La habían tomado tres días antes. El que los decidió fue George Martin, su nuevo productor.

Después de no haber sido contratados por Decca (algún directivo prefirió firmar a Brian Poole y The Tremeloes en lugar de los Beatles: muy posiblemente la decisión más desacertada de la segunda mitad del Siglo XX), Epstein consiguió una audición con EMI. George Martin de inmediato aceptó a la banda. Pero con una firmeza amable les informó que para la grabación contrataría un sesionista para que ocupara la batería; el que ellos tenían no servía. Les dijo que si querían, por el momento, podían conservarlo para las actuaciones en vivo, pero que en el estudio mandaba él. John, Paul y George decidieron de inmediato, con la anuencia de Epstein, el reemplazo. Ringo era el candidato natural a ocupar ese lugar.

Las palabras de George Martin los terminaron de convencer. Los tres no sólo tomaron la decisión por la falta de ritmo de Best. Creían que no encajaba en el espíritu del grupo, que no compartían los mismos intereses y les molestaba su impuntualidad y su veleidad de estrella debido a su éxito con las mujeres.

Brian Epstein citó a Best en su oficina de la casa de electrodomésticos que manejaba. Neil Aspinall, el road manager de los Beatles (en realidad por más que ese fuera el título oficial su principal actividad era ser el chofer que manejaba la camioneta que alcanzaba a los músicos y sus instrumentos a cada show) era el novio de la madre de Best. Así que ofreció al baterista alcanzarlo hasta lo de Epstein. Cuando Pete Best se sentó, el ambicioso manager dio algunos rodeos, habló del clima y de otras cuestiones menores, algo infrecuente en él que solía ser muy expeditivo. Hasta que sonó el teléfono. Del otro lado de la línea estaba Paul McCartney que le preguntaba a Epstein si ya le había comunicado las malas noticias a Best. “No puedo hablar ahora, Paul. Tengo a Pete en mi oficina”, dijo Epstein antes de cortar, mirar a los ojos a Pete Best y comunicarle que el grupo había decidido prescindir de él y reemplazarlo por Ringo.

Una oleada de ira lo atravesó pero su orgullo le indicó que debía aparentar que había comprendido la situación, que la aceptaba. Pero por dentro sólo podía pensar: “Soy tan buen baterista como Ringo. Incluso soy mejor”. Cuando se levantó de su silla, Epstein le hizo una última pregunta: “¿Tenemos dos fechas en estos días? ¿Las podés cubrir? Serían las últimas dos”. Para no parecer un resentido, Pete dijo que sí.

“¿Qué pasó? Tenés muy mala cara”, le dijo Aspinall apenas lo vio salir de la reunión. En el regreso a su casa, Pete le contó. Neil se enojó, se ofreció a realizar alguna gestión (cuando al día siguiente empezó a expresar su oposición a la medida, Epstein lo interrumpió y le dijo: “Neil ya está. Vos sos nada más que el chofer”), y hasta a renunciar a su trabajo.

Mientras trataba de entender lo que había pasado, insultaba al aire y le contaba a su madre, Pete cambió de opinión y decidió no cubrir esos recitales finales.

Su madre llamó indignada durante toda la tarde a Epstein pero este nunca le atendió el teléfono.

Pete había ingresado en agosto de 1960 cuando John Lennon, Paul McCartney y George Harrison fueron contratados para actuar en Alemania pero bajo la condición de que debían conseguir un baterista. Lo convocaron sin demasiado énfasis, asegurándole que él sería uno de los muchos que audicionarían por el lugar: no querían que Pete supiera que él era su única opción para el puesto. Dejaron pasar unas horas hasta decirle que había conseguido el puesto.

Se habían conocido unos meses antes. Los Quarrymen -John, Paul, George y el bajista Stuart Sutcliffe– tocaban en el Casbah Café, un sótano que era propiedad de Mona Best, la madre de Pete. Como dueño de casa, Pete acompañó al grupo en algunas ocasiones.

En los años siguientes, Pete la pasó muy mal. El éxito de sus ex compañeros fue demoledor para él. Seguía sin entender cómo veía el fenómeno cultural más impactante de la era moderna de afuera cuando él había estado dentro hasta hacía muy poco. En algún momento creyó que con los antecedentes y con la atracción que generaba en las mujeres, le esperaba una buena carrera. Pero ya nadie se fijaba en él. El dolor y el odio lo consumían.

En 1965 intentó suicidarse. Los periodistas lo acechaban, querían conocer la historia del perdedor. Lo que no podía manejar no era su fracaso sino el éxito ajeno pero que pudo ser propio. Él no había fracasado, ni siquiera había podido empezar a jugar. La sombra enorme y eterna de los Beatles lo envolvió.

Unos años después, John Lennon reconoció que se habían comportado “como unos cobardes. Nosotros tendríamos que haberla dado la mala noticia”.

“En entrevistas posteriores a ser echado, ellos dijeron que yo no era un baterista lo suficientemente bueno, después, de repente, que era antisocial, que no hablaba, que era malhumorado, corto de inteligencia… Vamos muchachos, denme un respiro. Ya me echaron de la banda. Déjenme en paz seguir adelante con mi vida. Podrían haber sido más amables, pero me echaron a patadas de la banda”. Casi en tono de súplica, Pete Best -que nació un día como hoy en Chennai, India, hace 79 años- recordó ante Ryan Tubridy, el conductor de The Late Late Show de la tevé irlandesa cómo lo laceraron durante años las palabras de sus ex compañeros de los Beatles.

En unas pocas ocasiones sacó provecho de la situación desventajosa. En 1965 en una entrevista, Lennon, nunca recatado para declarar, dijo que lo reemplazaron porque Pete, debido a algunas enfermedades, tomaba pastillas que le hacían mal y provocaban sus ausencias en los shows.

Best le hizo juicio por difamación y obtuvo una buena suma de dinero en compensación. Por esos meses hizo otra simpática movida comercial. Editó un disco con varios sesionistas. Era su disco, él era el líder. El título del disco tenía su ingenio: Best of the Beatles. No mentía. Él era Best y había integrado los Beatles.

Muchos incautos cayeron en la trampa y compraron el LP pensando que compilaba las mejores canciones de los Fab Four.

Al poco tiempo abandonó la música. Durante las siguientes dos décadas se ganó la vida como empleado estatal. Pero tuvo su módica revancha en los noventa cuando salió el proyecto Anthology. Como allí se incluyeron algunas de las grabaciones de Decca, a Pete Best le correspondieron regalías. Debió esperar más de tres décadas pero por fin los Beatles lo convirtieron en millonario. Cobró más de 6 millones de dólares.

Pero eso tampoco bastó. Cuando la noticia se conoció, la prensa volvió a buscar sus declaraciones. La alegría por su nuevo presente económico se enturbiaba cuando escuchaba la pregunta recurrente: “¿Qué siente al saber que mientras usted cobró 6 millones, la fortuna de Ringo es de 400 millones?”.

La elección de Ringo como el reemplazante de Best se les presentó como obvia. La banda lo conocía muy bien. La primera vez que compartieron cartelera había sido más de tres años antes en la inauguración del Morgue Skiffle Cellar, un boliche de Liverpool, cuando los Beatles todavía no se llamaban así; eran los Quarrymen. El 13 de marzo de 1959 Ringo fue el baterista de los Al Caldwell´s Texans (que poco después se convertirían en Rory Storm and The Hurricanes). A partir de ese día se cruzaron muchas noches tanto en Inglaterra como en Hamburgo.

Ringo ejercía cierta fascinación sobre los otros tres: los anillos, el nombre artístico, el carisma y su auto, un Zhepyr Zodiac. Era mayor que ellos, tenía un aire excéntrico y se desenvolvía con simpatía y una seguridad totalmente alejada de la soberbia. Cada vez que se lo cruzaban los hacía reír y nunca pasaban un momento incómodo con él. Ringo, además, era el mejor con su instrumento en Liverpool.

Sabemos que esos días de agosto la vida de los dos bateristas cambió para siempre. Esa decisión fue un punto de quiebre inexorable. Pocas veces se puede marcar con tanta claridad en qué momento se tuerce el destino de alguien como en estos casos.

Lo que no tiene una respuesta clara es si los otros tres hubieran triunfado sin Starr. Ringo es el Beatle menospreciado. El único mortal entre tres genios. Pero ¿los Beatles hubieran sido lo mismo sin él?

Ringo Starr no fue el mejor baterista del mundo. Pero fue, qué duda cabe, el mejor baterista posible para los Beatles. Fue el engranaje perfecto para que todo cuajara. Su manera de tocar era poco ortodoxa: un zurdo tocando una batería para derechos. De ahí su particular estilo.

Ringo fue, más allá de su aporte musical, un órgano indispensable en la banda. Fue el corazón de los Beatles.

Paul siempre lo supo: “Si Ringo estaba atrás, nunca nos teníamos que dar vuelta. Sabía que todo iba a salir bien. Recién cuando el 18 de agosto del 62 hicimos ese primer show en The Cavern con Ringo, recién esa noche, fuimos una verdadera banda”.

Infobae


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