¿Qué es preferible: una muchacha de 12 o 13 que se inspecciona en el espejo, o un muchacho de su misma edad que se cepilla los dientes? ¿Ser rechazado por una cortesana, o conversar con intimidad con un muchacho dedicado al kabuki que padece de hemorroides? ¿Cuidar de una mujer tuberculosa, o cuidar de un joven que constantemente exige que gastes tu dinero? ¿Casarte con la hija de tu patrón y acostarte con ella cada noche hasta consumirte gradualmente, o enamorarte del hijo de tu patrón y ver su cara solo de día?”.
Todo esto se preguntaba, en 1687, el poeta y novelista Iharu Saikaku, una de las más brillantes figuras de la literatura japonesa del período Edo o “Era de la paz ininterrumpida” (1603-1868). En su libro El gran espejo del amor entre hombres, Saikaku presenta cuarenta relatos cortos sobre las relaciones homosexuales entre monjes, actores kabuki y samuráis que, a pesar de lo raro que pueda sonar, ya eran algo de lo más normal en el Japón del siglo XVII.
En ese entonces, los japoneses distinguían dos tipos distintos de amores: el camino del amor de las mujeres, conocido como nyodô, y el camino del amor por los hombres, conocido como wakashudô o simplemente shudô. Como explica en el prólogo el Doctor Paul Gordon Schalow, encargado de la principal traducción del japonés al inglés, “la literatura popular del Japón premoderno no representaba el amor entre hombres como anormal o perverso sino que lo integraba a la esfera más amplia del amor sexual como tema literario”.
De todos modos, al no ser la homosexualidad un elemento anómalo en la vida amorosa de los hombres, en especial en la clase samurái, imperaban en las relaciones entre hombres las mismas consideraciones éticas que en aquellas entre un hombre y una mujer. Por ejemplo, al comienzo de la relación entre un samurái y su amante, era obligatorio un intercambio de promesas de fidelidad y lealtad por escrito con una fórmula similar a la occidental “hasta que la muerte nos separe”. A su vez, el adulto (llamado nenja) debía proveer apoyo social, respaldo emocional y un modelo de masculinidad para el joven (llamado wakashu).
En la cultura japonesa premoderna, las relaciones homosexuales entre hombres debían darse entre un adulto y su wakashu hasta que este último, al alcanzar los 19 años, era presentado en sociedad en un ritual que lo convertía, a la vista de todos, en adulto. Así, el entonces wakashu cambiaba de rol y debía, a su vez, buscarse un adolescente a quien amar y proteger. Sin embargo, según explica el traductor Gordon Schalow, “las parejas de dos hombres adultos o de dos muchachos se aceptaban como legítimas siempre y cuando uno de ellos asumiera el rol de ‘hombre’ en la relación y el otro el de ‘muchacho’”.
A su vez, en El gran espejo del amor entre hombres, Saikaku distingue dos tipos de hombres: los “conocedores de muchachos” (shôjin-zuki), que se interesaban por los hombres jóvenes aunque no exclusivamente, lo que hoy se catalogaría como bisexual; y los “misóginos” (onna-girai), que rechazaban completamente a las mujeres como compañeras sexuales.
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En los cuarenta relatos que componen este libro, Saikaku se centra en la segunda categoría de “misóginos” o “famosos enemigos de las mujeres en Japón” para establecer el humor que caracterizaba la mayoría de sus textos. Así, para dejar en claro desde el prefacio el tono buscado, Saikaku escribe: “Las mujeres sirven para entretener a los viejos aislados en tierras que carecen de bellos jóvenes, pero para un hombre en la plenitud de la vida no son compañía digna ni siquiera para mantener una conversación. ¡Nuestro ingreso al shudô se ha visto demasiado demorado!”.
Para aquellos lectores a los que les parezca que el humor de Saikaku está demasiado cerca de la discriminación hacia las mujeres, además de remarcar la distancia espacial y temporal con el Japón del siglo XVII, Gordon Schalow explica en su prólogo: “El tono misógino de Saikaku, que muchos lectores encontrarán ofensivo, está dirigido no tanto a las mujeres como hacia los hombres que las aman”. Más allá de todo, Saikaku solo quería complacer a su audiencia masculina habitual al aprovecharse del debate por cuál era el mejor camino del amor: el de los hombres o el de las mujeres.
Desde el siglo VIII
Las relaciones sexuales y amorosas entre hombres eran moneda corriente en Japón aproximadamente desde el siglo VIII. Sus comienzos se rastrean hasta Kûkai (Kôbô Daishi, 774-835), fundador del Budismo Shingon, cuya tradición clerical remarcaba el poder del amor entre monjes y sus acólitos para alcanzar la iluminación espiritual. A Kûkai se le atribuye la introducción de la homosexualidad masculina proveniente de China a finales del siglo VIII y principios del IX.
De todos modos, aunque la homosexualidad ya se conocía en Japón cerca de un milenio antes de El gran espejo del amor entre hombres, en el período que le siguió a su publicación no abundaron las representaciones del amor entre varones. Como destaca Gordon Schalow en su prólogo, el escritor Yukio Mishima se jactó reiteradas veces de que su novela de 1949 Confesiones de una máscara había sido “la primera obra importante en tratar el tema de la homosexualidad en Japón desde El gran espejo del amor entre hombres”. Entre una y otra, sin embargo, pasaron poco más de tres siglos de silencio al respecto.
Pero para el siglo XVII, sin embargo, la literatura que versaba sobre las relaciones homosexuales masculinas todavía estaba en su auge, en parte gracias al florecimiento de la industria editorial que se vivió en Japón por esos años. Por primera vez en la historia del país era posible que los escritores vivieran exclusivamente de sus libros, y Iharu Saikaku fue el primero en lograrlo. “Cuando comenzó la escritura de El gran espejo del amor entre hombres en 1687, lo hizo con el objetivo concreto de aumentar el número de lectores y satisfacer su ambición de ser publicado en las tres ciudades más importantes de esa época: Osaka, Kioto y Edo. Eligió el tema del amor homosexual masculino porque resultaba atractivo para su audiencia más habitual”, explica Gordon Schalow en el prólogo.
Con El gran espejo del amor entre hombres, Saikaku inaugura un nuevo género literario que dominaría el mercado editorial japonés del 1600: el ukiyo-zôshi, o “libros del mundo flotante”, en los que se describían los distritos de placer, el ambiente del kabuki y el teatro, y el día a día de los habitantes de la ciudad. Para esto, el autor divide los 40 relatos del libro en dos partes. Los primeros 20, por un lado, se centran en el wakashudō y las relaciones de los guerreros samurái con sus amantes adolescentes, lo que representaba el ideal de pederastia. Los otros 20 relatos, desarrollados en el ambiente de los jóvenes actores kabuki, mostraban la pederastia a su propia manera, con muchachos que se prostituían en los distritos del teatro de las tres mayores ciudades de Japón.
Al momento de su aparición en 1687, El gran espejo del amor entre hombres, así como gran parte de los “libros del mundo flotante”, reflejaba la idea instalada en el imaginario popular de ese entonces de que el amor romántico no se encontraba en la institución del matrimonio sino en el ámbito de la prostitución. Hoy, a más de tres siglos de su publicación, todavía resiste como uno de los testimonios más importantes de una época ya lejana en la que no había por qué defender las relaciones homosexuales entre hombres pero, en caso de hacerlo, como ejemplificó a la perfección Iharu Saikaku, mejor que sea con humor.
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