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Mar. Nov 5th, 2024
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A los lectores que suelen seguir estas historias de Hollywood les hemos contado los diversos oficios que desempeñaron varias celebridades antes que el éxito se instalara en sus vidas.

Una gran mayoría trabajó de mozos. Entre los que aprendieron el arte de servir en bandeja se encuentran Madonna, Antonio Banderas, Edward Norton, Will Ferrell, Susan Sarandon, Sandra Bullock, Jessica Lange y siguen las firmas. James Spader consiguió conchabo como vendedor de una disquería, Johnny Deep fue telemarketer y Harry Styles, antes de amasar una fortuna, amasó pan en una panadería. La bellísima Megan Fox se ganó unos dólares disfrazada de banana; Nicole Kidman, previo a encandilar espectadores desde la pantalla, los acomodó en las butacas; Rachel McAdams despachó hamburguesas; Sean Connery pulió ataúdes y Silvester Stallone cuidó leones en un zoológico.

Entre tantos oficios, algunas celebridades se animaron a contar que en sus inicios utilizaron su cuerpo a cambio de una retribución. ¿Culpa? ¿Cuestiones morales? No parecen sentirlas, y cabe preguntarse por qué deberían. Fueron actos libres y consensuados realizados por personas adultas.

Al Pacino es una de las grandes estrellas de Hollywood. No hay manera de no recordar sus papeles emblemáticos como el de Michael Corleone en la trilogía de El Padrino o su inolvidable Tony Montana en Scarface. Con 82 años su fortuna asciende a 185 millones de dólares, pero si contamos sus propiedades, vehículos y joyas hay que sumar otros 50 millones. Si hoy llegar a fin de mes -y agregamos año, década y siglo- no es un problema para él, no siempre fue así.

Antes de ser famoso, Al Pacino tuvo una gran variedad de empleos. Fue cartero, vendedor de zapatos, verdulero en un supermercado, mensajero en bicicleta, portero de un edificio y acomodador de cine; todos trabajos que le permitían sobrevivir mientras perseguía sus sueños de actor. Según contó en una entrevista en The New York Post, a los 20 años decidió pasar un tiempo en Sicilia. Sin un empleo estable y sin dinero decidió ofrecer lo que en ese momento sentía era lo mejor que tenía: su cuerpo. “Una señora mayor me daba comida y alojamiento a cambio de sexo. Por las mañanas me despertaba odiándome un poco”, reveló. No se explayó más. Esa experiencia solo fue un instante y -convengamos- con todo lo que vivió y filmó, no es lo más interesante de su increíble vida.

Gerard Depardieu, el artista más exitoso y conocido de Francia, tiene una vida intensa, pasional y polémica. Con más de 200 películas filmadas demostró que es capaz de actuar y mover con gracia su humanidad de metro ochenta y más de cien kilos, además de saltar de un personaje del medioevo a otro actual, de uno patético a un héroe, casi sin esfuerzo.

La infancia de Depardieu parece sacada de un libro de Charles Dickens. Hijo de padres indiferentes y violentos, a los 10 años pasaba todo el día en la calle y hasta la adolescencia no aprendió a leer. Necesitado de plata, en vez de obrero se hizo ladrón. A los 16 años fue a la cárcel tres semanas por robar un coche. Salió decidido no a dejar de robar sino a buscar oportunidades menos peligrosas. Se contactó con un conocido y comenzaron a quedarse con joyas y zapatos ajenos. Las víctimas no los denunciaban: se las quitaban a los cadáveres, luego de profanar sus tumbas en los cementerios.

A los 20 años, en pleno Mayo del 68, Gerard llegó a París. Deambuló por las calles inundadas de estudiantes e intelectuales que protestaban contra la sociedad de consumo y el gobierno francés. Cuando los estudiantes caían rendidos y se dormían en la calle, Depardieu aprovechaba para robarles sus billeteras, sus relojes y, sobre todo, su fe en la humanidad.

Fue también en esa época que descubrió que su porte resultaba muy atractivo y lo convirtió en dinero. “Supe desde muy joven que gusto a los homosexuales”, contó. “Si me pedían sexo, yo les pedía dinero”, narró sin culpas en Ça s’est fait comme ça (Así sucedió), su autobiografía, donde también reconoció que “manipulaba a algunos para desvalijarlos”. Llegó a golpear a sus clientes para lograr un mayor botín: “El ladrón y el matón estaban muy vivos en mí”. Cuando parecía que su vida tenía destino de infierno descubrió que también podía trabajar en el cine, ya sea como doble o como héroe. Consiguió eso y mucho más. Menos mal: la pantalla ganó un talento y las calles perdieron un peligro.

Mientras estudiaba periodismo en la universidad de Misouri, Brad Pitt descubrió una manera de ganar dinero de modo sencillo y sin mucho esfuerzo. Se unió a Dancing Bares, un grupo de siete muchachos que realizaban striptease a pedido para los cumpleaños. Para evitar problemas no actuaban para desconocidas sino solo para compañeras de la universidad. Cuando una de las chicas cumplía 21 años, sus amigas llamaban a los Dancing, que presentaban su espectáculo. El show consistía en una coreografía de baile con fundas de almohada, que terminaba con ellos desnudos. Más que un trabajador sexual, lo de Pitt fue una divertida aventura universitaria.

Al tiempo se mudó a Los Ángeles. Repartió muestras de cigarrillos, se disfrazó de pollo para una cadena de comidas rápidas, hasta que se empleó como chofer de limousinas. Entre sus pasajeros había un grupo de strippers a los que llevaba a despedidas de soltera. Fue uno de ellos el que le habló de un curso de actuación. En una de esas clases, Pitt conoció a una chica que lo llevó a una audición, que a su vez le consiguió su primer trabajo como actor.

Alcanzaron menos de cinco minutos luciendo su torso en Thelma & Louise para que el mundo lo convirtiera en el hombre más deseado del cine contemporáneo. La escena donde Geena Davis lo mira bailar semidesnudo con un secador en la mano se convirtió en pionera del Female Gaze, sexualizar un cuerpo masculino para la mirada femenina. Si esta escena califica en trabajo sexual, no lo creemos. Lo suyo más que trabajo parece puro don de la naturaleza.

Los que este año disfrutamos de La ciudad perdida, esa linda película protagonizada por Sandra Bullock y Channing Tatum, quedamos asombrados por una escena de baile entre los protagonistas. La química entre Bullock y Tatum es uno de los grandes hallazgos del filme. En un momento ambos bailan y Tatum sorprende por la gracia pero también con la sensualidad con la que mueve su cuerpo de 1,85 de altura y 89 kilos.

Su habilidad actual como bailarín no fue algo que le vino de chico. Channing contó que aprendió a bailar por… supervivencia. A los 15 años era un adolescente alto, bastante torpe y desgarbado, con el que ninguna chica aceptaba bailar. Fue entonces que su abuela le enseñó a moverse con un poco más de gracia. El chico torpe se convirtió en otro que lograba danzar con la mezcla exacta de virilidad y sensualidad.

A los 19 años decidió aprovechar su talento. Escuchó por la radio que un local buscaba jóvenes atractivos que supieran bailar. Se presentó en Club Joy y consiguió que lo contrataran como stripper. Perfeccionó el arte de bailar y quitarse la ropa sensualmente y sin quedar ridículo. “En una buena noche, gané 150 dólares. En una mala noche, 70 dólares; incluso 50 a veces”, contó en The Hollywood Reporter en el 2014. La experiencia le serviría para protagonizar Magic Mike, donde interpreta a un bailarín de locales nocturnos.

Actualmente Tatum es una figura fuerte en la pantalla grande y está casado con la bailarina Jenna Dewan, con quien fue papá de la pequeña Everlyn, en 2014. Pero a este señor… ¿“quién le quita lo bailado”?

Infobae


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