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Mar. Dic 3rd, 2024
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El espacio compartido en sus clases fue una de las variadas formas que encontró el sociólogo, ensayista y docente para compartir lecturas, plantear debates e incentivar proyectos que, a un año de su muerte, repasan algunos de los que lo escucharon como estudiantes y lo siguen admirando y extrañando como pensador.

Entre sus múltiples actividades, Horacio González ejerció la docencia en instituciones como la Universidad de Buenos Aires o la Universidad Nacional de Rosario pasando por las Cátedras Nacionales, una iniciativa que fortalecía el debate por el pensamiento sacudiendo las estructuras y poniendo el foco en Argentina y Latinoamérica, y ese espacio compartido en las aulas fue una de las variadas formas que encontró para compartir lecturas, plantear debates e incentivar proyectos que, a un año de su muerte, repasan algunos de los que lo escucharon como estudiantes y lo siguen admirando y extrañando como pensador.

Para el sociólogo, ensayista y docente, la clase no se limitaba al espacio del aula, ya que las conversaciones que comenzaban en ese ámbito se extendían a mesas de cafés, plazas, pasillos o viajes en colectivos. Hernán Ronsino, Eugenia Zicavo y Juan Laxagueborde pasaron por esas clases en la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y conversaron con Télam sobre esa impronta González, sobre esa capacidad para dejar huella e incentivar lecturas.

Pero, ¿cómo llegaba esa impronta al aula? ¿De qué manera se ubicaba y ubicaba a la clase en el campo de la intervención política?

El pensador dict clases en varias universidades nacionales entre ellas las de la ciudad de La Plata y Rosario Foto Victoria Egurza

El pensador dictó clases en varias universidades nacionales, entre ellas las de la ciudad de La Plata y Rosario (Foto: Victoria Egurza).

“Además de los textos (que en muchos de los casos sólo se veían en sus cátedras), la libertad que proponía para hacer los trabajos finales y la manera de pensar la evaluación fueron cosas profundamente cuestionadoras para el formato que uno venía trayendo”, resalta Ronsino, sociólogo, escritor y docente.

El autor de novelas como “Glaxo” y “Lumbre” repasa: “Todavía recuerdo el atrevimiento que tuve en combinar ciertos textos y en liberar la escritura en el ensayo que presenté. Hice un cruce entre Osvaldo Lamborghini y Fito Páez. Y me moría de ganas que Horacio me tomará ese examen, charlar con él sobre esos cruces. Pero no tuve suerte. Después pudimos compartir otros diálogos y espacios”.

Y recupera un homenaje a Juan Gelman en la Universidad de Lille en Francia, “cuando Horacio se puso a leer su texto a partir de la obra de Gelman comenzó a desplegar un pensamiento que interrogaba a todos los presentes”. Ronsino dice que “ahí residía la potencia del pensamiento de González, donde estuviera siempre iba a interrogar sin dejar de construir colectivamente con una enorme generosidad”.

Zicavo, socióloga, periodista, docente e investigadora, define al exdirector de la Biblioteca Nacional como “un distinto dentro de la academia, un defensor del ensayismo (en contra del cientificismo) en las ciencias sociales y eso lo volvía un outsider. Reivindicaba a los pensadores argentinos y latinoamericanos por sobre los europeos“.

La conductora del programa “Marcar como leído”, de Futurock, y doctora en Ciencias Sociales dice que gracias al autor de “Restos pampeanos” leyó “por primera vez a autores como John William Cooke o Arturo Jauretche“.

Entre 2005 y 2015 Gonzlez se desempe tambin como director de la Biblioteca Nacional Foto Victoria Egurza

Entre 2005 y 2015, González se desempeñó también como director de la Biblioteca Nacional (Foto: Victoria Egurza).

“La cursada en la que fui su alumna recuerdo que siempre llegaba con una pila de libros que ponía sobre el escritorio y que jamás abría. Citaba de memoria, hacia sus propios recorridos improvisados sobre los textos. Era un orador imponente, un hipnotizador del discurso. Ir a sus clases era una fiesta de la palabra”, sintetiza.

Laxagueborde, sociólogo, docente y ensayista, llegó a las clases de González como alumno pero después compartió con él tareas docentes, ya que hacían equipo en seminarios sobre Borges, que, según explica, “iban cambiando de tema, desde la traducción para ver cómo pasar de un género a otro y cómo pensar una cosa en otra. Otro fue sobre revistas culturales argentinas, arte y sociedad”.

En ese tiempo que se inauguró en 2016, Laxagueborde cuenta que “veía cómo él pensaba las clases y ponía a andar con pocos elementos visibles una cantidad de elementos infinitos”.

“Durante su vida como profesor tuvo incitación a actividades performáticas en la vía pública, con caminatas. En sus clases no había intervención política sobre la realpolitik del momento histórico sino más bien era una intervención más ladeada, subliminal y sospechosa de lo que había que hacer. Una sospecha que lo llevaba a participar y lo hacía porque creía que podía ser transformado en su propia condición, como si nunca aceptara del todo. Siempre podía encontrarle algún pormenor o curiosidad a actividades que en principio parecían grises”, relata el autor de “Tres personas”.

Era una persona muy libre pero también siempre quería estar en medio de una organización, grupo o proceso que pusiese en juego sus ideas y sus sospechas”, define Laxagueborde.

Entre sus exalumnas está María Pía López, quien inició en esas clases una complicidad con González que trascendió la vida universitaria e impulsó proyectos editoriales e institucionales como la creación del Museo del Libro y de la Lengua, dependiente de la Biblioteca Nacional, que mañana, en su homenaje, será renombrado como Horacio González.

Pero ese encuentro inicial, en las aulas de la facultad de Ciencias Sociales, fue retomado en uno de sus libros, “Yo ya no. Horacio González: el don de la amistad” en el que define su modo de estar en la universidad no como el ejercicio de una transmisión pedagógica “sino la invención de estrategias para conmover almas; mitos y ritos propicios para el encuentro afortunado”.

En esas páginas, la socióloga, docente y ensayista retoma las tesis de González sobre ese rol docente: “Antes de entrar en una clase -allá por el 92- lo escuché decir que nada era más triste para un profesor que no ser saludado en los pasillos por los estudiantes. Recién lo entendí cuando fui profesora y me descubrí pendiente del modo en que las palabras dichas en una clase se inscriben en los rostros o en las escrituras de otras personas”.

Horacio Luis González (1944-2021) fue profesor de Teoría Estética, de Pensamiento Social Latinoamericano, Pensamiento Político Argentino, formó parte de las Cátedras Nacionales de 1968 al 72, dictó clases en varias universidades, como la Nacional de Rosario y la UBA, fue Doctor Honoris Causa por la Universidad de La Plata y la Universidad Autónoma de Entre Ríos.

Pero la docencia fue una de las formas que encontró para compartir pensamiento y proyectar ideas que conmuevan y redefinan el horizonte de lo posible. Las otras fueron la escritura de ensayos o novelas, el impulso de revistas, editoriales, el armado de un espacio como Carta Abierta que salió a disputar la lectura de una coyuntura que exigía discusión sobre la renta agropecuaria y su inolvidable paso por la Biblioteca Nacional, institución que capitaneó por 10 años, entre 2005 y 2015, y transformó en espacio de encuentro y conversación con tradiciones y apuestas arriesgadas.

Será en ese espacio donde se juntarán mañana sus compañeros, compañeras, colegas y afectos para recordarlo, leerlo y celebrarlo. La cita es a las 14, la propuesta es una maratón de lecturas, cantos y recuerdos que culminará con su nombre en el frente del edificio del Museo del Libro y de la Lengua.

POR EMILIA RACCIATTI / TELAM

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