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Vie. Nov 1st, 2024
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Un niño indígena wayúu comparte una barra de cereal en el asentamiento donde funcionaba un aeropuerto, el 14 de mayo de 2022, en Uribia (Colombia).

En esta región, al norte de Colombia, han muerto 21 niños por desnutrición en lo que va del 2022.

RIOHACHA.- Isabel y María Jusayú son dos hermanas de la etnia wayúu que llegaron al desértico departamento colombiano de La Guajira, desde Venezuela, pensando que tendrían un futuro mejor, con trabajo y alimento para sus hijos; pero se toparon con otra realidad: falta de oportunidades, hambre, sequía y el abandono estatal que las ha llevado a vivir sin nada.

Esta región, junto al Chocó, son los departamentos con más muertes por desnutrición infantil en Colombia, aunque el hambre es una realidad que se encuentra en cada rincón del país.

«Cuando conseguimos medio kilo de arroz no nos toca comer a nosotros los mayores, dejamos de comer para que los niños se alimenten perfectamente», cuenta en una entrevista con Efe Isabel, rodeada de los hijos de ambas en una pequeña construcción donde, por las noches, duermen siete personas.

A pesar de la situación, Isabel y María, que van a comer un plato de arroz con frijoles, su único alimento del día, no se plantean volver a Venezuela, porque en Colombia «los niños están estudiando», reciben una «mejor educación», a pesar de que a veces tienen que faltar a clase para ayudar a sus mamás a lavar ropa para conseguir comida.

Entre dos fronteras llenas de pobreza

En La Guajira, en el extremo norte de Colombia, la situación se ha agravado en los últimos años con la llegada de wayúus que residían en Venezuela y huyeron con la profundización de la crisis. Para ellos existe un solo territorio, sin fronteras, por lo que transitan entre Colombia y Venezuela como si fuera un mismo país.

En el municipio de Uribia, centenares de wayúus que llegaron en los últimos años desde Venezuela se apoderaron de un antiguo aeropuerto que convirtieron en un asentamiento donde viven en condiciones infrahumanas.

En este sitio viven ahora casi 13.500 personas, la mayoría de ellas mujeres que han llegado solas, según cuenta a Efe Antonio José Jayariyu, quien denuncia la falta de atención de las instituciones, especialmente las de salud, ya que muchas de las mujeres llegan embarazadas y no se les brinda seguimiento.

Los wayúu también habitan las zonas rurales de La Guajira, donde se dedican al pastoreo y a la fabricación de artesanías, trabajos que, no obstante, no les alcanzan para sobrevivir, quedando usualmente a merced de la ayuda humanitaria que muchas veces no es suficiente.

En la enramada, el espacio comunitario de los wayúu de la comunidad de Ishamana, los niños dibujan lo que les gustaría tener: comida para perro, una cancha, un balón, una bicicleta, una casa o un jardín, mientras una nutricionista los mide para comprobar que no están sufriendo de desnutrición.

Una nutricionista examina a un niño indígena wayúu en la comunidad Ishamana, el 14 de mayo de 2022, en Maicao (Colombia).

Contra la desnutrición

El Banco de Alimentos de La Guajira ha desarrollado un modelo exitoso, centrado en los niños de menos de cinco años y sus madres, en el que hace un seguimiento exhaustivo de los menores para garantizar que no caigan en la desnutrición y que tengan la talla que les corresponde.

Además de proporcionarles paquetes alimentarios, y en el caso de los niños que sufren desnutrición micronutrientes, la organización ha impulsado un programa de liderazgo desde el que en alianza con las mujeres wayúu venden tradicionales mochilas.

Ahora mismo atienden a más de 2.000 familias, tanto en zonas rurales como en la propia Riohacha, capital de La Guajira, entre ellas a la de Wilmer, un niño de siete años con la estatura y talla de uno de tres.

Wilmer y sus nueve hermanos tienen desnutrición crónica, al igual que su mamá y probablemente sus hijos, que es algo de lo que nunca se recuperarán, según explica el director de la Asociación de Bancos de Alimentos de Colombia (Abaco), Juan Carlos Buitrago, quien agrega que ya es «una enfermedad irreversible».

Para identificar la desnutrición, Atenas Urdaneta, nutricionista del equipo del Banco de Alimentos que recorre las comunidades haciendo seguimiento, dice que «lo primero es hacer un diagnóstico y tamizaje nutricional donde se tiene en cuenta el peso, la talla y el perímetro braquial», así como identificar signos como «el cabello despigmentado, zonas de alopecia o aspecto de ‘viejito’».

Dentro del programa, semanalmente visitan las comunidades adheridas al proyecto, para hacer seguimiento a los menores, advirtiendo que si no cumplen con las metas establecidas y persiste la desnutrición, se suspende el programa de tamizaje, como una manera de incentivar a las madres a que sigan el tratamiento de micronutrientes.

Pero aunque «se ponga remedio», los niños «nunca van a llegar a desarrollarse como un niño normal», lamenta Urdaneta. La desnutrición crónica es una enfermedad que retrasa todo el desarrollo cerebral, cognitivo y emocional.

Cuando el Banco de Alimentos encontró a Wilmer en la comunidad Witka, por ejemplo, no hablaba, pero ahora puede comunicarse y hasta sonríe.

Y mientras las organizaciones llegan hasta las partes más recónditas de La Guajira, la institucionalidad tiene una deuda pendiente con las comunidades wayúu, donde el hambre «se volvió paisaje», en palabras de Buitrago, y los niños siguen muriendo por desnutrición.


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