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Sáb. Nov 23rd, 2024
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Anhelina se sentó y rezó en el sótano de su casa, en Bucha, después de que las fuerzas rusas invadieran este mes su pequeña ciudad al norte de Kiev tras feroces combates.

“No había luz, agua ni gas. Era imposible salir, porque disparan. Disparaban a la gente alrededor de la casa, lo cual es un sonido terrible, incluso más aterrador que las bombas”, dijo la madre de una niña de tres años.

Ese día, soldados rusos habían irrumpido en su casa e inspeccionando los teléfonos móviles de su padre y esposo encontraron mensajes de texto a las fuerzas locales de defensa territorial de Ucrania. “Se los llevaron para interrogarlos. Y simplemente me senté y oré en la oscuridad por su regreso”, dijo a la Voz de América en un mensaje de texto.

Anhelina tuvo suerte. Los hombres fueron devueltos y un comandante ruso que “ama a los niños” les dijo a sus hombres que no asustaran al niño pequeño.

Los combatientes chechenos “milagrosamente pasaron frente a nuestra casa” un día. El amable comandante le dijo que si hubieran entrado, probablemente la habrían matado en venganza por la muerte de muchos de sus hombres en una emboscada ucraniana.

Su historia no es diferente al testimonio de otros atrapados en ciudades y pueblos ocupados. Los ucranianos se refieren despectivamente a sus invasores como “orcos”, una referencia a las malévolas bestias parecidas a troles que el autor JRR Tolkien retrató en su trilogía El señor de los anillos.

Secuestros, disparos, amenazas

No era así como los soldados rusos esperaban ser recibidos. Los prisioneros de guerra rusos han dicho a sus captores ucranianos que sus comandantes les dijeron que serían bienvenidos como libertadores. Pero se están encontrando con protestas civiles y malhumor, incluso en regiones predominantemente de habla rusa, para sorpresa de los despechados intrusos.

Y las fuerzas de ocupación están respondiendo con determinación, con amenazas, intimidación, tiroteos. En los puestos de control, los hombres son examinados bruscamente para ver si sus pechos o espaldas muestran signos de rozaduras causadas por el uso de chalecos antibalas. Ha habido denuncias de tortura y, hasta el momento, informes no verificados de violaciones.

La semana pasada, la legisladora ucraniana Lesia Vasylenko informó que las mujeres en algunas ciudades ocupadas cerca de Kiev habían sido objeto de bárbaras agresiones sexuales.

Los soldados rusos, muchos desanimados y desmoralizados, están saqueando, dicen los lugareños.

“Los ‘orcos’ tienen hambre”, dijo a VOA una mujer en la ciudad sureña de Jersón. “Al principio iban de casa en casa y pedían comida, ahora solo la toman y le roban la comida a los transeúntes y a las tiendas”, aseguró. “También llevan autos, camiones y pintan la Z”, agregó, en referencia a la marca de invasión del ejército ruso que se ha convertido en un símbolo ruso a favor de la guerra.

Los lugareños están divididos sobre las razones del saqueo. Algunos dicen que es una táctica de terror destinada a doblegar su voluntad de la resistencia; otros sospechan que es simple vandalismo por parte de tropas indisciplinadas y hambrientas.

En Bucha, Veronika, que logró huir de la ciudad después de vivir bajo la ocupación rusa durante tres días, dijo a VOA: “Utilizan las casas de la gente como si fueran propias. Comen y cargan sus walkie-talkies y limpian sus armas. Y cuando se van, roban muchas cosas también, roban de todo, hasta las licuadoras, ¿entiendes? Incluso licuadoras, alfombras, todo. Están tomando todo de nuestras casas y, a veces, queman casas sin razón”.

Agregó además que “a veces matan a gente; no sé por qué. En casa de una amiga, cuando el marido fue al retrete, lo mataron de tres tiros, uno en la espalda y otro en el estómago. No recuerdo dónde estaba el tercero. Nunca dieron una razón”.

Veronika dijo que empeoró con la segunda ola de soldados que ingresó a Bucha. La primera ola parecía ser más profesional, más disciplinada, pero los soldados que vinieron después, muchos de los cuales eran de Chechenia, “realmente eran bestias”.

“Los rusos dispersan las protestas pacíficas con sus armas. Cuando la gente los enfrenta, a menudo disparan”, dijo la mujer en Jersón. “Una vez dispararon al suelo, provocando heridas de rebote. Unas cinco personas resultaron heridas”.

El alcalde, Igor Kolykhaiev, instó a las tropas que irrumpieron en una reunión del ayuntamiento a no disparar contra los civiles; aconsejó a los residentes que prestaran atención a las reglas que logró negociar con los rusos. Logró persuadir a los invasores de que permitieran que la bandera ucraniana siguiera ondeando sobre el ayuntamiento.

Puede que los rusos se hayan apoderado de Jersón, pero la ciudad no se ha doblegado. Todavía hay resistencia civil pacífica y esporádica en forma de protestas, a las que los rusos responden con cara de pocos amigos o con disparos, amenazas y secuestros.

Y así es como se está desarrollando la vida en otras ciudades ucranianas a medida que los rusos instalan nuevos knyaz -o amos políticos- y administraciones títeres, según los lugareños, en las localidades ocupadas en el sur y el este de Ucrania.

El domingo, miles de ciudadanos se manifestaron en Jersón y en la ocupada Enerhodar, exigiendo la liberación del teniente de alcalde de la ciudad, que ha sido secuestrado. Un video publicado en sitios de redes sociales muestra a soldados rusos en Berdyansk, una ciudad portuaria en el Mar de Azov, golpeando a los manifestantes mientras yacían en el suelo.

El alcalde de Melitopol, Ivan Fedorov, fue secuestrado el 11 de marzo por tropas rusas. Los residentes locales protestaron. Fue liberado la semana pasada a cambio de nueve prisioneros de guerra rusos.

Fedorov le dijo a Current Time TV, un canal de televisión en ruso supervisado por Radio Europa Libre y VOA: “Es una prueba bastante difícil cuando te llevan durante siete horas con una bolsa en la cabeza, sin saber a dónde”.

Sus interrogadores no le maltrataron, no era necesario, ya que había un aire constante de amenaza. “O alguien estaba siendo torturado en la celda de al lado, y podías escuchar los gritos, lo que te presionaba absolutamente, psicológicamente, por lo que definitivamente podría compararse con intimidación, tortura, etc. Así que todos estos seis días fueron bastante difíciles”, dijo.

El alcalde de la pequeña ciudad de Dniprorudne, en el sur de Ucrania, también fue secuestrado la semana pasada, según las autoridades ucranianas. Su destino es desconocido.

El alcalde de Jersón no ha sido removido, pero la semana pasada los rusos anunciaron una nueva autoridad de gobierno para la ciudad, usando el mismo nombre que se usa para otras administraciones títeres, el Comité de Rescate para la Paz y el Orden.

En Jersón, los nuevos knyaz son políticos prorrusos con vínculos con el partido del expresidente ucraniano Viktor Yanukovych, quien fue derrocado en 2014 por el levantamiento de Maidán. La mayoría de los residentes de la ciudad siguen sin cooperar.

“La actitud de Jersón hacia el mundo ruso había sido neutral antes de la guerra”, dijo a VOA una mujer local, que pidió no ser identificada.

“Pero después de los sucesos del 24 de febrero, cambió. Numerosas manifestaciones así lo demuestran. La gente muestra un coraje y una valentía notables durante estas protestas”, dijo. “La ciudad está llena de separatistas. Estos separatistas son despreciados. La mayoría son funcionarios corruptos de administraciones municipales anteriores. Intentan engatusar a la gente. Prometen beneficios; chantajean; intimidan”, agregó.

Las casas de presuntos activistas políticos son allanadas. Hay puntos de control en Jersón y patrullas rusas frecuentes detienen, registran e interrogan a los residentes, revisando los teléfonos móviles. “Lo estamos viendo mucho”, dijo un residente de Jersón. “Muchas personas han eliminado sus cuentas de redes sociales o limpian sus mensajes en Viber o Telegram antes de salir de casa”, agregaron.

Igor Kolykhaiev, el alcalde legal de Jersón, ha estado tratando de supervisar las reparaciones de emergencia y poner en funcionamiento algunos servicios básicos rudimentarios. Los nuevos knyaz están perdidos y dan órdenes a medias, dicen los lugareños. Eso recuerda lo que sucedió hace ocho años en Donetsk, uno de los dos oblasts del este de Ucrania tomados en 2014 por separatistas pro-Moscú, como atestiguó este corresponsal al informar desde la ciudad.

Los insurrectos respaldados por Moscú que tomaron el control de Donetsk ignoraban la mecánica básica de la práctica política. Cuando irrumpieron en la tesorería local de la ciudad para incautar dinero, el tesorero tuvo que explicar que los ingresos de los impuestos no se almacenaban en efectivo en el edificio.

Según los lugareños, las farmacias están casi vacías, y así también, las tiendas de alimentación. A pesar de la escasez, la mayoría de la gente no acepta la ayuda humanitaria rusa que llega en camiones. “Los rusos solo querían una bonita imagen propagandística”, dijo un lugareño. Los transportes de ayuda humanitaria de Ucrania han sido rechazados por los rusos.

Tratar de escapar de la ocupación no es fácil. El 10 de marzo, Anhelina y su familia escucharon que se estaba abriendo un corredor humanitario para Bucha. En el viaje, pasó una noche con sus parientes y otras personas en otro sótano, donde se rompió una alcantarilla. “y así, en el hedor, frío, sentados, esperamos la mañana”.

“Silla de ruedas, bandera blanca, un mínimo de cosas y nos ponemos en marcha. Pasamos junto a los cadáveres de civiles [cuántos de ellos había]. No le expliqué nada al niño, porque no sabía qué decir”, indica.

“Cada pocos metros, los rusos nos ordenaban que nos detuviéramos y levantáramos las manos. Más tarde nos dimos cuenta de que mi hija de tres años también estaba levantando las manos”, dice. En un puesto de control, un automóvil civil pasó a toda velocidad y golpeó una mina. “No quedaba casi nada”, dice ella.

Anhelina explicó entonces lo que sucedió a continuación: “No se puede retroceder, solo ir adelante, los hombres adelante, yo con la silla de ruedas atrás. Pasamos minas, cadáveres, equipo militar destrozado, nos dirigimos hacia la libertad”.

“Estamos a salvo ahora, pero nada será igual. Tratamos de hablar con normalidad, incluso bromear un poco, pero cuando cierro los ojos, veo un camino de muertos y cómo nos quedamos con las manos en alto, esperando que los rusos decidan sobre nosotros”.

VOA


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