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Vie. Nov 22nd, 2024
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RÍO DE JANEIRO – “Queremos ayuda, para tener una vida digna, un lugar donde sembrar y cosechar”, resumió  Euligio Báez, un líder indígena venezolano que hace seis años migró a Brasil en un intento de huir de la pobreza extrema en su territorio ancestral.

Su “sueño” de volver a la agricultura con los suyos ganó urgencia entonces. La Operación Acogida brasileña que atiende a los migrantes y refugiados venezolanos decidió concentrar los indígenas y no indígenas asistidos en Boa Vista, capital de del norteño y fronterizo estado de Roraima, en un solo campamento, el nuevo Abrigo (refugio, en portugués) Rondon 3.

Dos de los cuatro campamentos destinados a los indígenas ya fueron desactivados y sus pobladores trasladados al nuevo albergue que junta miles de familias y personas solas.

Pero Báez y cerca de 300 de sus liderados del pueblo indígena warao rechazan la desactivación del Abrigo Pintolândia en que viven hace varios años y su mudanza al nuevo campamento de grandes dimensiones.

“No queremos vivir en Rondon 3, por falta de seguridad para nuestras vidas y las de nuestros familiares, escuelas lejanas y por juntarnos a miles de ‘criollos’, es decir venezolanos no indígenas, que nos amenazan”, se quejó Báez en un diálogo con IPS desde Boa Vista.

El albergue conjunto queda en una “zona roja, donde ocurren muchos secuestros de niños y mujeres y asesinatos”, justificó. Allí se asesinó a un indígena warao, acotó.

Ante la resistencia de los warao, surgieron amenazas de “quitar la luz, el agua, la alimentación, las carpa y otros beneficios de Pintolândia”, denunció.

“Eso significa no respetar los seres humanos ni los pueblos indígenas” e incumplir la convención 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que exige consulta previa e informada cuando alguna iniciativa afecta a los indígenas, cuestionó.

El pueblo warao (gente de agua, en su lengua), compuesto por unas 37 000 personas, tiene su hábitat en el enorme delta del Orinoco, en el extremo noreste de Venezuela, a más de 1000 kilómetros en línea recta de Boa Vista, en el estado de Delta Amacuro, tradicionalmente uno de los más pobres del país, donde viven de la pesca con sus características curiaras (bongos), de cultivos como la yuca o mandioca y de su rica artesanía.

Báez atribuye esas decisiones a la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), ya que la mayoría los indígenas venezolanos son reconocidos como refugiados, condición que les asegura derechos que no contemplan los de simple migrante.

Un grupo de waraos en una sala llena de chinchorros (hamacas venezolanas), donde duermen. Los niños constituyen parte destacada de los albergados en el Abrigo Pintolândia, en Boa Vista, capital del estado de Roraima, en el norte de Brasil, donde cerca de 300 indígenas venezolanos del pueblo warao, viven como refugiados y piden ayuda para reanudar su vida indígena con una de sus actividades tradicionales: la agricultura. Foto: Santiago Escobar-Jaramillo / Acnur

Venezolanos, refugiados en Brasil

Brasil decidió conceder el refugio a los venezolanos, por considerar que el país vecino  viola los derechos humanos de forma generalizada.

De hecho, la Operación Acogida decidió concentrar todos en un solo gran refugio “sin transparencia y sin el diálogo y la participación más colectiva de los indígenas”, reconoció a IPS la activista Gilmara Ribeiro, del católico  Consejo Indigenista Misionero (Cimi), participante en esa operación.

Cerca de 2000 indígenas venezolanos, la gran mayoría del pueblo warao, como Báez, permanecieron en Boa Vista, una ciudad de 420 000 habitantes. En junio de 2021 los datos del gobierno registraban 5880 indígenas venezolanos en Brasil. Es decir dos tercios dejaron Roraima y se dispersaron por el territorio brasileño.

Roraima es el estado brasileño del extremo noreste, que hace frontera con Venezuela y por eso es la principal puerta de la inmigración. Pero tiene apenas 650 000 habitantes y una economía limitada, con escasas condiciones para absorber el flujo permanente de migrantes y refugiados.

Por eso, la Operación Acogida, que aúna esfuerzos de varias agencias de Naciones Unidas, ministerios y gobiernos locales, organizaciones sociales y privadas, bajo coordinación militar, trata de “interiorizar”, es decir encaminar a otros estados brasileños la mayoría de los inmigrantes y refugiados venezolanos.

De los más de 650 000 venezolanos que arribaron a Brasil con intenciones migratorias, solo 280 000 permanecieron en el país, según datos del gobierno de enero de 2022. Buena parte entró por Roraima, donde quedaron solo 7500, según Acnur.

La artesanía, en particular su característica cestería, es una actividad con que las indígenas waraos refugiadas en Roraima, en el estado del norte de Brasil, fronterizo con Venezuela, de donde llegaron huyendo de la extrema pobreza, obtienen algún ingreso, mientras luchan para obtener un terreno donde puedan recuperar su vida. Foto: Santiago Escobar-Jaramillo / Acnur

Argumentos para el traslado

La agencia de la ONU participa en la Operación Acogida, que actúa en Roraima para recibir a los venezolanos, asegurarles un techo, alimentación, seguridad y asistencia social.

Esa participación emana de un acuerdo con el Ministerio de la Ciudadanía iniciado en 2018 y recién renovado, que se prolongará por lo menos hasta fines de 2023.

Sobre el traslado de indígenas al Abrigo Rondon 3, la agencia aclaró en un comunicado que busca “asegurar espacios más amplios, con adecuada infraestructura e higiene” y se trata de “una reubicación voluntaria”, aunque “necesaria” ante “el flujo continuo de personas que buscan protección en Brasil”.

Ese proceso, como “todos los programas” de Acnur, se construyó con consultas y “la autonomía de parte de las personas atendidas con información y respecto a sus opciones”, concluye la nota.

No lo entendió bien así Báez, para quien la agencia promete mejoras improbables en el nuevo campamento, además de ejercer presiones e intimidación para que las familias acepten la mudanza.

“En Pintolândia hay 70 niños en la escuela, donde llegan caminando o en bicicletas. En Rondon 3 no se asegura la enseñanza, las escuelas están lejos”, señaló.

Mujeres indígenas venezolanas en una presentación de danza en el Abrigo Pintolândia, ahora amenazado de cierre, para el traslado de los 300 integrantes waraos a otro campamento, lo rechazan por diferentes motivos. Al fondo las carpas donde residen. Foto: Flavia Faria / Acnur

Razones warao del rechazo al cambio

El grupo warao tiene tres razones para rechazar el traslado al “refugio gigante de 1700 personas”, resumió Ribeiro. Primero la inseguridad, por tratarse de local cercano a la estación ferroviaria, con venta de drogas, prostitución y “mucha violencia”, y donde, además, es más fuerte la xenofobia.

La escuela más cercana, de hecho, queda a cinco kilómetros del Abrigo, una dificultad que se puede superar con el transporte en autobús, promete Acnur.

Además, los servicios de salud sufren un exceso de demanda, por tratarse de área muy poblada y de gran flujo de personas. Eso afecta más a las familias indígenas, que cuentan muchos niños y ancianos, destacó la activista de Cimi.

 

La Operación Acogida divulgó también el 17 de marzo un comunicado en que aseguro que hubo amplio diálogo en 16 reuniones y notificaciones desde fines de 2021. Además los albergues a desactivar tendrían “problemas irreparables” de infraestructura de saneamiento, higiene y habitación.

La falta de privacidad de sus ocupantes sería la causa de muchos conflictos internos. El nuevo abrigo dispone de mejores instalaciones y su seguridad dispondrá de aparatos de vigilancia permanente con apoyo de la Policía del Ejército, asegura la Operación. Y por lo menos 770 indígenas venezolanos ya habrían aceptado el traslado.

“Pero muchos lo aceptaron de mala gana, por el temor de perder la protección, la comida y la vivienda”, lamentó Ribeiro, en entrevista a IPS por teléfono desde Boa Vista.

Un motivo de la mudanza es el presupuesto de la Operación Acogida, que sufrió recortes, razonó. La concentración de migrantes y refugiados en un solo local podría reducir costos.

Faltan, según ella, políticas públicas para inserir los venezolanos en el mercado de trabajo, en la economía local, para que no dependan de la Acogida para vivir. Es más grave en relación a los indígenas que requieren tratamiento distinto, las consultas previas.

Hay diferencias incluso entre los pueblos originarios. Los waraos son más urbanizados que los eñepas, un pueblo de los bosques y “más cerrado”, matizó Ribeiro.

“Mi sueño es dejar el refugio y volver a sembrar y cosechar, como indígena. Llevo seis años acá, quiero un lugar mejor”, proclamó Báez.

“Tierra es vida, es alimento, salud, educación”, y es lo que buscará para todo el grupo abrigado en Pintolândia. Para eso decidió pedir ayuda a la prensa, a organizaciones religiosas y no gubernamentales, brasileñas e internacionales, que puedan ofrecerle condiciones de conducir su las familias waraos a una “vida digna”.

Por ahora los indígenas venezolanos obtienen sus ingresos por la artesanía y principalmente en la recolección de desechos para reciclaje, como latas de aluminio, cartones y metales.

Un grupo warao de 18 familias logró comprar un terreno de 1,5 hectáreas cerca de Boa Vista y empezó a sembrar. Es un camino de esperanza, subrayó Báez.

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