En la década del 80, el equipo guaraní fue el terror de los gigantes y amenazó con llevarse el trofeo, de la mano de un colosal Víctor Pecci. En una de sus hazañas, tuvo un papel fundamental un misionero que hoy pasa por una situación desesperante. Cómo surgió la idea de jugar en courts de madera, que después fueron prohibidos.
Dicen que los sueños, más allá de lo que parezca, suelen durar apenas unos pocos minutos. Pero en Paraguay hay quienes pueden desmentirlo y hablar de uno que se extendió por cinco años. Que llevó a la gloria en la Copa Davis a un país casi sin historia tenística hasta ese momento, para hacer tambalear a los gigantes de ese deporte. Ese sueño llegó después de una siesta que duró medio siglo.
Paraguay había debutado en la competición por equipos más importante del tenis en 1931, cuando perdió 5-0 en Asunción con Argentina y ganó solo quince games entre los cinco partidos. A partir de ahí, alguien decidió que no había que participar más y se abrió un paréntesis que recién fue interrumpido 51 años después, gracias a un crack que tuvo en sus comienzos un respaldo importante en Argentina.
“Yo como juvenil era muy bueno. Después de ganar el Banana Bowl, me fui a entrenar a Argentina seis meses y a disputar torneos. Siempre soy muy agradecido del Buenos Aires Lawn Tennis, que me abrió sus puertas para jugar, tanto en menores como después en Interclubes”, cuenta Víctor Pecci en una conversación con Infobae desde su Asunción natal.
Con esa base, viajó a sus 17 años al torneo junior de Roland Garros en 1973. “Ni sé cómo llegué al club (ríe)… No sabía la dirección ni entendía el idioma. Pero logré ganar el torneo y eso me abrió la puerta para jugar un circuito de profesionales a nivel local en Francia. Con 19 años, ya estaba en todos los cuadros principales de la ATP”, recuerda.
El reconocimiento a nivel mundial le llegó en 1979 cuando, luego de dejar en el camino entre otros a Vilas, se metió en la final de Roland Garros y solo sucumbió ante un Bjorn Borg que en esos tiempos era invencible en polvo de ladrillo.
París amaba a ese tenista paraguayo que además se ganó fama de sex-symbol gracias al aro que lucía en una de sus orejas, algo inusual para un deportista varón en esos días. Así lo consignó un artículo del “New York Times” el 12 de junio de ese año, que convivía en la página del diario con la noticia de la llegada al Cosmos del neerlandés Johan Neeskens, subcampeón del mundo en Argentina un año antes. “Lo uso porque me parece lindo y porque me gusta”, contaba Víctor por entonces ante las preguntas de la prensa.
Pero aquel tenista de saque poderoso y gran talento, al que entrenaba el argentino Modesto Tito Vázquez y que en 1980 llegó a ser número 9 del ranking mundial, en la plenitud de su carrera no tenía la posibilidad de jugar la Copa Davis por la falta de compatriotas a la vista que pudieran completar el equipo. Fue recién en 1981, ya con 25 años, cuando Pecci alumbró una idea que cambiaría esa historia.
“En una gira de la Copa Marlboro, que se jugaba por ese entonces, conocí a Francisco González, que era puertorriqueño. En el torneo de dobles nos entendimos muy bien y ganamos casi todos los partidos. En ese entonces Puerto Rico no participaba de la Copa Davis, así que lo invité a sumarse a Paraguay, porque solo se necesitaba la residencia para poder jugar por el país”, explica Víctor.
Francis González había completado parte de su formación en el tenis universitario de EE.UU., donde desarrolló un juego clásico de ataque y consiguió también el toque necesario y la precisión en los globos para ser un especialista en dobles. En agosto de 1980, además, había logrado un enorme impacto al vencer al estadounidense Jimmy Connors, por entonces número 3 del mundo, en las semifinales del torneo de Cincinnati.
De repente, Paraguay se encontró con que tenía un equipo con aspiraciones para, como mínimo, aspirar a llegar al Grupo Mundial. Y la aventura tuvo un bautismo maravilloso en 1982. Luego de, entre otras cosas, revertir un 0-2 contra Uruguay en Montevideo, Pecci y González ganaron la Zona Americana con un cómodo 4-1 en la final contra Canadá en Quebec y metieron al equipo guaraní entre los 16 mejores del mundo del tenis. Era solo el comienzo del sueño.
El sorteo los ubicó en 1983 en la primera ronda contra uno de los rivales más difíciles posibles. Se vendría Checoslovaquia, campeona en 1980 luego de haber superado en la semifinal en Buenos Aires a Vilas y Clerc, y que tenía los mismos dos pilares de aquella conquista: Ivan Lendl, que estrenaba su número 1 recién conquistado, y Tomas Smid, sólido compañero sobre todo en el doble.
La lógica ponía a los checoslovacos como claros favoritos, pero Paraguay tenía una carta en la manga: la localía, a la que pensaba sacarle todo el jugo posible. Por el público, que se haría sentir como sabe hacerlo en Sudamérica. Pero también por la superficie de la cancha, que resultaría uno de los motivos para darle un tono muy particular a la historia. Y la decisión fue jugar en canchas de madera. Sí, como si fuera un partido de básquet.
Ya en 1982, durante las series por la Zona Americana, Paraguay había hecho un experimento similar en Asunción contra Ecuador y Perú. Pero en ese caso habían puesto una alfombra sobre el parquet. “La alfombra hubiera beneficiado el juego de Lendl, así que decidimos sacarla”, comenta Pecci.
“Nosotros pensamos en qué superficie podíamos hacerles más daño, porque el polvo de ladrillo los beneficiaba. Con el parquet, la serie se emparejó”, precisa Víctor, que había visto ya su buen rendimiento en ese piso en algunas prácticas en París, pero sobre todo durante el torneo de Queen’s. “Allí si había buen clima se jugaba en césped, pero cuando llovía los partidos pasaban a canchas techadas y de parquet”, comenta Víctor. En 1979, cuando perdió la final de ese tradicional torneo previo a Wimbledon contra el estadounidense John McEnroe, se le ocurrió la idea que daría sus frutos años más tarde.
El piso era clave para potenciar el juego de ataque del segundo singlista del equipo. A la ventaja que pudiera otorgarles la superficie, los paraguayos le agregaron su propio sacrificio y se entrenaron durante tres semanas en esas canchas, para terminar de acostumbrarse a la velocidad de la pelota.
Desde Fresno, California, Francis González evoca con algo de nostalgia aquellos días. “Yo le agradezco mucho a Víctor que me haya invitado, porque la Copa Davis me dio actividad fuerte y una gran condición física y mental”, considera. Sobre la cancha de parquet, remarca: “No fue que abusamos de la situación. Nosotros utilizamos un tipo de cancha donde se jugaba en Queen’s cuando llovía, así que se usaba en torneos de ATP”. Aunque también desliza, con tono pícaro en su dulce tonada caribeña: “La verdad es que agarramos la cancha, la pintamos y la pulimos para que fuera más rápida todavía. El bote era bajísimo”.
En el primer punto del choque, Lendl hizo pesar la lógica y venció en tres sets a González, pero Pecci estableció la igualdad cuando superó en cinco parciales a Smid. El quiebre iba a estar en el enfrentamiento de dobles. “Fue el mejor partido que jugué en toda mi vida”, asevera Pecci sobre aquella victoria en sets corridos que encaminó el triunfo en la serie. Ya el domingo, González completó la faena al ganarle en cuatro sets a Smid. Paraguay comenzaba a erigir su fama de matagigantes.
No estuvo tan lejos de seguir el camino en cuartos de final, cuando el equipo guaraní cayó recién en el quinto punto ante Francia en Marsella, por la victoria del talentoso Henri Leconte frente a González. Ya en 1984 llegó el primer triunfo como visitantes en el Grupo Mundial, por un 3-2 contra Nueva Zelanda más cómodo de lo que marca el resultado, porque la serie ya estaba definida el sábado. Esta vez en cuartos fue Suecia en Bastad la que marcó el camino de regreso.
Para 1985, quiso otra vez el azar que Paraguay fuera local en la primera ronda frente a un poderoso. Tocaba el verdugo de 1983, Francia, con la posibilidad de una revancha en casa, y de nuevo el polvo de ladrillo era una opción no deseada porque del otro lado estaría Yannick Noah, campeón de Roland Garros dos años antes. Se produjo así el regreso de las legendarias canchas de parquet, en la que sería su última función.
La épica en esta ocasión estuvo desde el primer punto de la serie, cuando Pecci venció a Noah con uno de esos resultados de la vieja Copa Davis: 6-8, 15-13, 2-6, 8-6 y 10-8, en un encuentro que duró seis horas. Por si esto fuera poco, después vino otro triunfo dramático en cinco sets, de González sobre Leconte.
La historia parecía casi liquidada a favor de los locales, pero Francia se quedó con el choque de dobles en otra batalla de cinco sets de Leconte y Noah frente a Pecci y González. Ya el domingo Noah igualó la serie al vencer a González en cuatro sets, y entonces tuvo que dar la cara otra vez Pecci para sellar el pase a cuartos de final con un 6-3, 6-4, 3-6 y 7-5 frente a Leconte, en una serie no apta para débiles de cuerpo ni de espíritu.
Cree Víctor que en ese festejado triunfo se empezó a cocinar el descontento de las élites del tenis hacia un Paraguay que se había vuelto una presencia incómoda, con el fervor de su público y sus pintorescas -y efectivas- canchas de madera. Algo que esta vez había presenciado sin intermediarios el francés Philippe Chatrier, por entonces presidente de la Federación Internacional de Tenis.
“Ahí hubo además un error del presidente de nuestra Federación. En vez de poner a Chatrier en el palco oficial, le pusieron uno que aunque era bueno no era el que correspondía”, recuerda Víctor, que cree que el detalle, sumado a la amargura de la derrota, fue anotado en la libreta del histórico dirigente que da su nombre al court principal de Roland Garros.
En cuartos de final, Paraguay mostró que su fortaleza no consistía solo en la localía y las ya famosas canchas de madera. Le dio dura batalla a Australia sobre césped, tanto que llegó a estar 2-1 arriba en la serie gracias a los triunfos de Pecci ante Fitzgerald y el del doble el sábado. Pero las caídas en los dos partidos de singles del domingo determinaron la eliminación.
Otra mala noticia no tardaría en llegar: la Federación Internacional decidió prohibir que se utilizaran en series de Copa Davis las canchas de parquet, con el argumento de que no eran empleadas en el circuito. “Por supuesto que molestó a algunos poderosos ver a un Paraguay tan encumbrado. Éramos tres millones de habitantes, desde el marketing no sumábamos y después de ganarles a Checoslovaquia y Francia claramente había enojo”, subraya Pecci.
Para 1986, llegaría desde Argentina un nuevo protagonista para mantener vivo el sueño de Paraguay en la Davis. Algo que se gestó cuando en una de sus prácticas en el Buenos Aires Lawn Tennis, Víctor le preguntó al entrenador Oscar Pandre si tenía algún jugador como para entrenarse. Ahí fue que conoció a quien terminaría de darle forma a un equipo que hasta ese entonces solo se sostenía con dos pilares.
Hugo Chapacú había nacido en Misiones hacía ya 23 años y era un típico tenista argentino de aquellos años, entrenado en el arte de explotar al máximo las posibilidades de las canchas de polvo de ladrillo. Había representado al país en la Copa Galea, una suerte de Copa Davis para menores de 21 años.
“A nosotros nos costaba mucho jugar en tierra de local o de visitante. Sobre todo a Francisco, que era un típico jugador norteamericano de saque y volea en cemento”, recuerda Pecci.
“A Víctor le gustó practicar conmigo y así fuimos conociéndonos. En un momento le preguntó a mi entrenador si me interesaría jugar la Davis por Paraguay. Lo pensé un poco, pero después de un rato tomé la decisión de ir”, le comenta Chapacú a Infobae desde su Misiones natal.
Una vez que el mesopotámico dio el sí, todo se movió de manera vertiginosa y conoció en pocos días a Alfredo Stroessner, por entonces dictador del país. “Me hicieron los papeles para nacionalizarme en dos o tres horas”, comenta divertido Hugo, que superado el trámite burocrático pasó a estar en condiciones de sumarse al equipo que derribaba gigantes en la Davis.
El debut del misionero fue en un año de transición. En 1986, por primera vez desde que había ascendido al Grupo Mundial, Paraguay no pudo superar los octavos de final. La caída 4-1 ante Italia, en la que Chapacú perdió sus dos singles, obligó a jugar una serie por la permanencia ante Dinamarca en Asunción. Y ahí, con algo de sufrimiento, Pecci aseguró el 3-2 en el quinto punto del domingo para seguir un año más en la élite.
El gran año de Chapacú en la Davis fue 1987, cuando caería otro gigante. Paraguay se preparó con un entrenamiento riguroso para enfrentar en marzo por los octavos de final a Estados Unidos, que llegaría con dos tenistas a los que no asustaba el polvo de ladrillo: Jimmy Arias, ex número 5 del mundo, y Aaron Krickstein, que a los 19 años también ya había sido top ten y prometía dar todavía mucho más. A ellos se sumaba la dupla en apariencia indestructible que conformaban Ken Flach y Robert Seguso, los mejores del mundo en la especialidad.
“Nosotros -evoca Chapacú- hicimos una buena preparación. Nos fuimos un mes a Punta del Este, a una casa frente a la playa. Teníamos preparador físico, masajista y ya estábamos arriba a las 6 de la mañana. Hacíamos 10 kilómetros de trote por la playa y mucho tenis”. El misionero asevera que nunca estuvo tan bien preparado para jugar y acota: “Ya en Asunción, nos concentramos 15 días antes de los partidos en el Yacht&Golf Club”.
Desde lo que permitía ver el ranking, el duelo no tenía equivalencias. Pecci, más allá de su inoxidable calidad, ya tenía 31 años y había salido del top 100, mientras que Chapacú se ubicaba 282°. Así y todo, el fin de semana iba a alumbrar un nuevo milagro, aunque también un escándalo que dejaría secuelas.
Ya el viernes se le empezaron a quemar los papeles a Estados Unidos, cuando el por entonces desconocido Chapacú estuvo break arriba en el quinto set contra Aaron Krickstein, aunque finalmente cedió el partido luego de casi seis horas de lucha bajo el agobiante sol de marzo en Asunción. En el segundo punto, Pecci se mostró como en sus mejores días y superó en cuatro parciales a Arias, en un encuentro que tuvo que terminarse el sábado temprano.
Después de dos horas de descanso, el incansable Pecci jugó el dobles con Francisco González y estuvieron a punto de dar el gran golpe: se pusieron dos sets a cero arriba ante Flach y Seguso, pero los estadounidenses reaccionaron y consiguieron pasar arriba otra vez en la serie.
La única chance que tenía Paraguay el domingo era llevarse los dos individuales, y para eso primero Chapacú debía concretar ante Arias todo lo bueno que había hecho en la extenuante batalla contra Krickstein. El misionero se llevó los dos primeros sets, pero el cansancio empezó a dejar su huella y Arias llevó el partido a un quinto y definitorio parcial.
Chapacú se había quedado sin reservas en el tanque. Los 40 grados pesaban en su físico y Arias aprovechó para ponerse 5-1 y 40-15. “A mí lo que más me perjudicaba era la tensión del partido, estaba todo acalambrado. Pero del otro lado veía que Arias también estaba cansado y le ponían hielo por todos lados”, cuenta el misionero. Cuando ya nadie lo esperaba, tanto que según Chapacú buena parte de la gente que había estado en la cancha se iba para su casa y la televisión de EE.UU. cortó la transmisión, la historia dio un vuelco.
Entre los temores de Arias y el renacimiento de Chapacú, que sacó fuerzas de no se sabe dónde, el marcador se revirtió y el misionero nacionalizado se llevó la victoria por 9-7, en medio del delirio en el Yacht & Golf Club de Asunción. En el punto definitivo, Pecci, con el aliento entre otros de la barra brava de Olimpia (“esa vez inauguramos la batucada”, recuerda González) fue otra vez héroe y venció a Krickstein por 6-2, 8-6 y 9-7.
Otro coloso había caído en suelo paraguayo, pero algo no tan grato había pasado en medio de toda la euforia. Durante el partido que ganó Chapacú, con Stroessner en el estadio, el presidente de la Asociación Paraguaya de Tenis, Alejandro Velázquez Ugarte, increpó por un fallo al árbitro Kurt Nielsen. El danés permitió que el partido continuara, pero elevó un informe lapidario ante la FIT, que veía con algo de desconfianza el crecimiento de Paraguay en el mapa del tenis mundial.
El rival de cuartos de final iba a ser España, donde se preparaban para vivir un “ambiente infernal” en la serie, tal como tituló el diario “El País” el 16 de marzo de 1987 luego de la caída de EE.UU. en Asunción. Pero poco después llegó la noticia de que la Federación Internacional sancionaba a Paraguay con la pérdida de la localía para lo que quedaba del año.
Previsiblemente, en Paraguay se recibió la novedad con tristeza primero y furia casi de inmediato. “Nos robaron la localía de la Davis”, tituló el diario “Noticias”, mientras que “Hoy” afirmó que “el pecado fue haberle ganado a Estados Unidos”.
Aunque desde la Asociación Paraguaya la consideraron “una medida extrema”, Pecci hoy asume que hubo un mal manejo de la dirigencia. “Yo soy una persona objetiva, y entiendo que se movieron mal. Por eso terminamos jugando en Venezuela”, opina.
Fuera de casa, aun así Paraguay estuvo cerca frente a España. Tanto Pecci como Chapacú vencieron a Sergio Casal, pero fueron determinantes las victorias de Emilio Sánchez tanto en los singles como en el partido de dobles junto a Casal frente a Pecci y González.
En un año en el que hubiera podido definir todas las series como local, incluida la semifinal, Paraguay se quedó afuera lejos de casa en cuartos de final. Y desde ahí, de a poco, empezó a apagarse su llama.
Aunque mantuvo la categoría un año más, en 1989 quedó sentenciado su descenso a la Zona Americana al perder 5-0 contra Suiza. Y en 1990, ya sin Francis González, perdió 5-0 como local ante Canadá, en la última serie que jugaron Pecci (que nunca había caído en casa en singles) y Chapacú.
Víctor Pecci vive hoy en Paraguay, adonde regresó luego de cuatro años en Miami. Llegó a ser ministro de Deportes y ahora trabaja desde el Comité Olímpico Paraguayo con chicos de 10 a 14 años, para apuntar a la formación desde la base.
También Francis González se volcó a la enseñanza. Regentea la Fresno Tennis Academy, donde tuvo entre otros como alumna a Sloane Stephens, que ganó el US Open 2017 y llegó a ser número 3 del ranking. Lleva 24 años en California con su familia y solo regresó a Paraguay como capitán del equipo de Puerto Rico para una serie de Copa Davis.
Para Chapacú, el presente es mucho más difícil. Aunque tuvo propuestas laborales en México y Francia, la precariedad de la situación de sus padres, que tienen 88 años, lo obligó a volver a su provincia para cuidarlos. “Yo tenía una pequeña reserva económica, que en dos años y medio se consumió. Y ahora me las tengo que rebuscar como sea, porque no hay clases de tenis y las academias que había cerraron todas”, se lamenta Hugo, que espera con ansiedad una respuesta del gobierno de Misiones a su proyecto para la enseñanza de tenis en la provincia.
El tenis paraguayo hoy está muy lejos de aquellos días de gloria. Apenas registra a tres jugadores en el ranking mundial, y ninguno de ellos se encuentra entre los 1500 mejores. De aquel sueño de los 80, queda la alegría de saber que aún desde la humildad pudo llegar a lo más alto con una mezcla de talento, picardía y un enorme sacrificio. Esos tres ingredientes con los que se construyen algunos de los mejores sueños.
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