Para gran parte del mundo, la melodía clásica es la pieza omnipresente de las clases de piano, pero para los habitantes del país asiático, es una llamada a la acción.
El camión de la basura de color amarillo canario retumbó a lo largo de la calle estrecha, pasando por delante de las tiendas de té de burbujas y los edificios bajos de apartamentos, haciendo sonar en el aire helado de la noche una interpretación metálica de “Para Elisa” de Beethoven.
Para gran parte del mundo, la melodía clásica es la pieza (demasiado) omnipresente de las clases de piano de los jóvenes y de los juguetes de los niños, pero para los habitantes de Taiwán, es una llamada a la acción, el comienzo de un ritual nocturno, una señal para atar las bolsas de plástico y bajar las escaleras: es hora de sacar la basura.
“Disfruto sacar la basura porque es una oportunidad para ponerme al día con mis amigos”, afirmó Kusmi, de 52 años, originaria de Indonesia y que ahora vive en Taipéi, la capital de la isla, donde trabaja como cuidadora de adultos mayores.
El camión amarillo de la basura (y un camión blanco de reciclaje más pequeño que viene detrás) se detuvo frente a una tienda de comestibles muy iluminada en un barrio residencial de clase media del distrito de Xinyi, el centro financiero de Taipéi.
Un equipo de recolectores de basura se bajó del camión y empezó a colocar una serie de botes, además de otros receptáculos separados para papel, plástico, vidrio, metal, alimentos crudos (para abono) y comida preparada (para alimentar a los cerdos).
Durante los 20 minutos siguientes, lo que había sido una escena callejera discreta se transformó en algo parecido a una fiesta vecinal, ya que los residentes, mayores y jóvenes, se aproximaron al camión de la basura desde todas direcciones. Llegaron a pie, en bicicleta y monopatines, arrastrando su basura preseleccionada en carritos y bolsas de plástico. Vestían con pantalones de mezclilla, uniformes de ciertas tiendas y pantalones deportivos. Algunos llevaban a sus mascotas.
Sí, algunos calzaban Crocs, esos zapatos universales para sacar la basura.
“A veces saco la basura a solas, a veces salimos juntos”, dijo Xiang Zhong, estudiante de bachillerato de 18 años que estaba allí con un grupo de amigos. El débil olor a basura impregnaba el aire.
“Creo que es un buen sistema”, dijo Xiang. “Ayuda a mantener limpio a Taiwán”.
Los sistemas de recolección de residuos varían en todo el mundo, pero ningún lugar lo hace como Taiwán. Visita cualquier ciudad o pueblo rural y cinco días a la semana, llueva, truene o relampaguee, encontrarás a la gente parada en la banqueta con bolsas a su lado, esperando a los camiones de la basura.
Algunas personas pasan el tiempo mirando sus teléfonos, otras se ponen al día con los chismes. Todos tienen los oídos bien abiertos para escuchar los primeros compases de “Para Elisa” o “La oración de la doncella”, una melodía para piano de Tekla Bądarzewska-Baranowska, la compositora polaca del siglo XIX, que es la otra melodía elegida por los camiones de la basura de Taiwán.
Todo forma parte de una política de manejo de residuos que lleva décadas en Taiwán, según la cual “la basura no puede tocar el suelo”. Los funcionarios insisten en que obligar a la gente a entregar su basura personalmente a los camiones (en lugar de sacar sus botes para que los recojan después o de tirar la basura en un contenedor) ha sido esencial para la transformación de un lugar, que en otra época fue apodado como la “isla de la basura”, en una sociedad limpia y en gran medida sin desperdicios.
“Gracias a este sistema podemos evitar que la basura se acumule y mantener limpio nuestro entorno”, señaló Yang Chou-mou, quien trabaja en la oficina de protección ambiental y está a cargo de las labores de limpieza en el distrito de Xinyi.
Por supuesto, todavía hay personas antisociales que solo quieren tirar la basura y marcharse, y algunas de las que viven en apartamentos de lujo hacen que la administración del edificio se ocupe de su basura.
La preocupación por el coronavirus también ha hecho que la gente sea más cautelosa a la hora de recoger la basura. Aun así, la gente comentó que el mero hecho de poder ver caras conocidas, aunque estén parcialmente ocultas por los cubrebocas, ha sido un consuelo en un momento en que la pandemia ha hecho que muchos se sientan aislados.
En Taipéi, durante una reciente tarde de invierno, hubo destellos de esa humanidad.
A Kusmi, la cuidadora, un amigo la llamó aparte para obsequiarle espagueti en un tóper y algunas naranjas. En otro lugar, Lin Yu-wen, de 78 años, se inclinó para ayudar a su vecina y amiga de toda la vida, Yu Tzu-tsu, de 91 años, a tirar una pila de periódicos viejos.
“Estamos jubiladas, no tenemos nada que hacer en todo el día, así que es agradable salir y ver a los amigos”, dijo Lin, un ama de casa jubilada.
Lin y Yu son lo suficientemente mayores para recordar los días en que las calles de Taipéi estaban llenas de basura y los vertederos de la isla estaban desbordados. La situación llegó a ser tan grave, y los habitantes se molestaron tanto, que a partir de la década de 1990 el gobierno inició una revisión del manejo de residuos.
En Taipéi, se les ordenó a los habitantes que compraran bolsas de basura azules distribuidas por el gobierno como parte de un sistema de “Pago por tirar”, con lo que crearon un impuesto sobre la producción de basura como estímulo para generar menos desechos.
En toda la ciudad se instalaron más de 4000 puntos de recolección de basura y se retiraron la mayoría de los contenedores públicos para dificultar la creación de vertederos ilegales, además de imponerles multas a quienes fueran sorprendidos tirando basura.
Las medidas funcionaron. En 2017, Taiwán tenía un índice de reciclaje doméstico superior al 50 por ciento, solo superado por Alemania, según Eunomia, una consultora medioambiental británica. La ciudad también está entre los líderes mundiales en cuanto a la menor producción de residuos por persona.
El papel que los camiones de basura han desempeñado en el éxito de Taiwán no debe pasarse por alto, señaló Nate Maynard, experto en la gestión de residuos de Taipéi y presentador del pódcast “Waste Not, Why Not”.
“Te obliga a enfrentarte a tu propia producción de basura”, comentó Maynard. “Tienes que lidiar con ella, cargarla, mientras que en Estados Unidos y en muchas otras partes del mundo, la basura es algo que simplemente desaparece”.
Sigue siendo un misterio cómo eligieron “Para Elisa” y “La oración de la doncella”. Algunos dicen que un funcionario de salud eligió la canción de Beethoven tras escuchar a su hija tocarla al piano. Otros aseguran que los camiones venían preprogramados con las melodías.
Una cosa está clara: las dos piezas se han convertido en parte integral de la banda sonora de Taiwán, atrayendo a una multitud como lo hace la tonada del carrito de los helados en otros lugares. Cuando la ciudad meridional de Tainan se atrevió a variar de estrategia al poner lecciones de inglés por los altavoces, no salió nadie.
Huang Yan-wen, un recolector de basura del distrito de Xinyi, lleva 25 años escuchando “Para Elisa” en continuo cinco días a la semana, casi todas las semanas del año. Insiste en que no está harto de la melodía.
“Estoy muy acostumbrado”, dijo, Huang de 55 años, encogiéndose de hombros, mientras se prepara para hacer su ronda nocturna.
Para otros, las canciones pueden provocar una respuesta casi pavloviana. Maynard, el experto en residuos, recuerda que hace unos años, paseando por un parque de Londres, escuchó “La oración de la doncella” en un carrusel.
“Sentí que se me aceleraba la sangre”, dijo Maynard, “y quise agarrar mi bolsa de basura”.
© The New York Times 2022
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