MÉXICO – A pesar de que la gestión del agua para uso doméstico suele recaer en mayor medida en las mujeres, su rol en la gestión hídrica es poco valorado y con la llegada de la covid-19 se volvió aún más desafiante.
Muchas de ellas, encargadas de buscar y proveer agua a sus hogares, tuvieron que traer el recurso para la limpieza, el lavado de manos y el cuidado de enfermos, desde lugares más distantes y hacinados, lo que aumentó su riesgo de agresiones y contagios por la covid.
En sitios sin agua potable, ni facilidades como baños, excusados y productos sanitarios, mujeres y niñas también tuvieron un impacto en su higiene y salud menstrual.
“El cambio profundo consiste en dejar de ver la gestión del agua exclusivamente desde el aspecto técnico. Si le incorporamos el enfoque social, intercultural, de género, nos vamos a dar cuenta que el agua tiene un componente social y que en la medida en que lo podamos mirar como un bien común, permitirá la satisfacción de las necesidades de todas y todos”: Brenda Rodríguez Herrera.
La pandemia también ahondó las desigualdades en la gestión del agua que han vivido durante décadas las mujeres de comunidades populares rurales y urbanas.
Para Brenda Rodríguez Herrera, integrante de la asociación civil mexicana Red de Género y Medio Ambiente (RGEMA), “la pandemia nos mostró más complicación para obtener agua de mejor calidad, ampliación de las jornadas de trabajo, y los mandatos o los roles de género más marcados con relación al cuidado y la atención de personas enfermas”, dijo a SciDev.Net.
Según datos del Instituto Internacional de Agua de Estocolmo (SIWI), las mujeres y niñas son las responsables de recolectar, administrar y proveer el agua en más del 80 por ciento de los hogares en los que el recurso no está disponible.
“Unicef ha calculado que, en conjunto, las mujeres y las niñas suman más de 200 millones de horas al día recogiendo agua”, y reconoce que la recolección de agua, reduce la posibilidad de que se dediquen a la escuela, el esparcimiento o la búsqueda de alternativas para lograr su independencia económica.
En la agricultura, la actividad económica que más agua consume, la gestión del líquido a cargo de las mujeres ha sido trascendental, afirma la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Desde 2011, la FAO advirtió que las mujeres desempeñan un papel muy importante no solo en la conservación de cuerpos de agua, la recolección de agua de lluvia y la gestión de cuencas hidrográficas, sino también en la agricultura de irrigación y la de no irrigación (secano).
Sin embargo, aunque en los países en desarrollo el 43 por ciento de la fuerza laboral agrícola descansa en las mujeres, “las políticas del agua relacionadas con la agricultura siguen asumiendo erróneamente que los agricultores son hombres, marginando así a las mujeres en la gestión de los recursos hídricos”, dice la FAO.
Esto tiene que ver con la forma en la que generalmente se asumen roles en la gestión del agua. Un informe de Naciones Unidas apunta que mientras los hombres están más concentrados en el agua para su uso agrícola y en el ganado, las mujeres tienen que asumir el uso del agua para la limpieza, el cuidado de hijos y de enfermos, así como para la eliminación de residuos.
En el ámbito rural, “cuando vemos que en más del 90 por ciento de los hogares hay una mujer a cargo de administrar el hogar y esta es la que tiene que lidiar con la escasez hídrica, uno dice: vaya que nos toca pesado a las mujeres“, dijo en una conferencia Claudia Papic, directora del Fondo de Agua de Santiago-Maipo, Chile, como parte de la Alianza Latinoamericana de Fondos de Agua.
“La gestión del agua no está considerada desde un enfoque de derechos humanos, y menos de género”, dijo Rodríguez Herrera.
Añadió que “al mirar las estrategias que hubo [durante la pandemia] para la salud, la prevención y la atención de personas enfermas de covid-9, vemos una necesidad de contar con agua de buena calidad y en buena cantidad para resolver las problemáticas”.
Y eso implicó mayores impactos para las mujeres “doble o triple jornada de trabajo doméstico y de cuidados, por todo lo que tiene que ver con las medidas sanitarias y, sin duda, la falta de acceso al agua de manera equitativa”.
Menos agua disponible
Con la llegada de la pandemia por covid, uno de los cambios más importantes fue el aumento en la demanda de agua de uso doméstico para limpiar superficies, bañarse y lavarse las manos, con el fin de cumplir con las medidas sanitarias recomendadas por las autoridades de salud.
Como era de esperarse, y sobre todo en lugares con estrés hídrico, al aumentar la demanda, disminuyó la disponibilidad del recurso.
Una encuesta realizada por WaterAid en 14 países de África y Asia del Sur en enero de 2021, muestra que para el 65 por ciento de los encuestados el agua a la que la gente pudo acceder no fue suficiente para cubrir todos los usos diarios durante la emergencia.
Pero la escasez de agua implicó un mayor impacto para las mujeres, pues, por un lado, tuvieron que aumentar la frecuencia con la que acarreaban agua. Y, por otro, muchas prefirieron proveer el agua a sus familias antes que a ellas mismas.
“Las mujeres, para proteger a sus familias, pueden desviar el limitado suministro de agua del hogar para lavarse las manos con más frecuencia, sin tener en cuenta su propia necesidad de higiene personal, lo que las expone a infecciones urinarias y vaginales”, explican en un artículo autores de la Universidad de Notre Dame, Estados Unidos.
Gestionar el agua también implicó contagios
Aunque la gestión del agua por parte de niñas y mujeres ya es problemática e inequitativa respecto al papel de los hombres, con la llegada de COVID-19 aparecieron situaciones que llevaron a las mujeres a correr mayor riesgo de contagio debido a su rol en la gestión del agua y sus propias necesidades de higiene.
De acuerdo con SIWI, hubo mayor riesgo de contagio debido al contacto con más personas en busca de agua. “Las fuentes compartidas, como los pozos, las tuberías y los camiones, también hicieron que las superficies comunes fueran tocadas por muchos”.
Para las investigadoras Alexandra Said, Panchali Saikia y Martines Klimes, “el riesgo de infección para las mujeres y las niñas en la pandemia en curso es, por tanto, mucho mayor para las que tienen que recoger agua de puntos comunitarios abarrotados, recorrer largas distancias en busca del recurso o para atender a sus familiares enfermos”, explican en un estudio sobre agua, género y COVID-19.
La pandemia también implicó problemas para la salud e higiene de niñas y mujeres, especialmente en lugares sin agua potable, ni facilidades como baños, excusados y productos sanitarios.
“Combatir los brotes de enfermedades en lugares en los que las condiciones de vida son terribles, como en los centros de detención o en los campamentos de refugiados, presenta aún más desafíos”, explican en su reporte Said, Saikia y Klimes.
Las autoras plantean que algunos de ellos son el uso de letrinas compartidas, condiciones sanitarias precarias; carencia de agua y jabón; exposición a agresiones sexuales o de corrupción. Asimismo, denuncian que “los representantes de los servicios de agua que solicitan sexo a cambio de agua también es frecuente en algunos Estados frágiles, como Colombia”.
En su encuesta, WaterAid consultó a los participantes sobre sus mayores preocupaciones en términos de agua, higiene y sanidad durante los períodos de cuarentena. Las más mencionadas fueron la falta de agua limpia, de estaciones para el lavado de manos, de infraestructura para la higiene menstrual y de accesibilidad para personas con problemas de movilidad.
Gestión de agua con perspectiva de género
A pesar de que miles de mujeres en el mundo están a cargo de la gestión del agua para uso doméstico, e incluso agrícola, la pandemia por covid profundizó la inequidad que les impide participar en las decisiones a nivel doméstico y público sobre el manejo hídrico dentro de sus propias comunidades y hogares.
Para Rodríguez Herrera, especialista en agua y género, se deben implementar estrategias de mediano y largo plazo para incorporar a cada vez más mujeres en los espacios de decisión, en capacitaciones, proyectos de captación de agua de lluvia.
“Se debe transformar el mensaje de parte de las instituciones de cómo las mujeres no son solamente son las que cargan el agua, sino tendrían que ser, por derecho propio, quienes estén en la toma de decisiones, en los espacios, en las consultas”, afirmó.
El cambio profundo, dijo Rodríguez Herrera, consiste en dejar de ver la gestión del agua exclusivamente desde el aspecto técnico. “Si le incorporamos el enfoque social, intercultural, de género, nos vamos a dar cuenta que el agua tiene un componente social y que en la medida en que lo podamos mirar como un bien común, permitirá la satisfacción de las necesidades de todas y todos”, dijo a SciDev.Net.
Por otro lado, algunos grupos de especialistas, como el grupo de la Universidad de Notre Dame, recomiendan establecer políticas que reconozcan las vulnerabilidades específicas de niñas y mujeres en materia de agua.
“Es necesario que las intervenciones en materia de agua, saneamiento e higiene y los programas de protección social tengan en cuenta el género y den prioridad a las experiencias, necesidades y preocupaciones de las mujeres y las niñas en diferentes contextos culturales”, afirman.
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