Cuando a Ahmed Adnan Ahjam le mencionan Guantánamo, lo primero que lamenta es que todavía haya presos allí. “Tuve suerte que salí”, dice.
Se refiere a los 39 detenidos que siguen en esa cárcel militar establecida por Estados Unidos hace 20 años para sospechosos de terrorismo, sobre la que se han denunciado abusos y torturas.
Ahjam, de origen sirio, fue enviado a Guantánamo en junio de 2002 luego de ser arrestado por fuerzas de seguridad de Pakistán y entregado a EE.UU.
Pasó 12 años y seis meses encerrado allí, hasta que fue trasladado a Uruguay con el visto bueno de una comisión intergubernamental en Washington que revisó su caso.
Llegó al país sudamericano junto con otros cinco exreclusos de Guantánamo en diciembre de 2014, tras un acuerdo bilateral.
Pero hoy con 44 años de edad, Ahjam aún intenta rehacer su vida en Montevideo y mide sus palabras en español para referirse a la cárcel más controvertida de EE.UU.
“Si vamos a hablar no paramos por días, porque es una vida ahí. Pero puedo decirte: Guantánamo es como una tumba. El que tiene suerte, sale otra vez a caminar en la Tierra”, dice Ahjam en una entrevista con BBC Mundo.
“Símbolo de la injusticia”
Por esa cárcel ubicada en una base naval de EE.UU. al sureste de Cuba han pasado unos 780 detenidos en estas dos décadas.
Los primeros 20 llegaron en un avión militar el 11 de enero de 2002. La polémica surgió de inmediato al difundirse una foto de ellos arrodillados, enmascarados y maniatados, vistiendo uniformes naranja.
Habían pasado cuatro meses de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en EE.UU. y el gobierno de George W. Bush eligió ese sitio para enviar presos de su “guerra contra el terrorismo” sin regirse por protecciones del derecho doméstico o la Convención de Ginebra.
La mayoría de los detenidos que pasaron por Guantánamo nunca fueron acusados formalmente ni sometidos a juicio.
Cinco de los 12 presos que han recibido cargos están acusados de participar en el plan de los ataques del 11 de septiembre de 2001, incluido su presunto autor intelectual Khalid Sheik Mohammed.
Pero su juicio tampoco ha comenzado.
Uno de los únicos dos sentenciados hasta ahora en Guantánamo, Majid Kahn, denunció diversos abusos, desde enemas hasta encadenamientos durante días o amenazas de sus interrogadores.
“Cuanto más cooperaba y les contaba, más me torturaban”, sostuvo Khan ante un jurado militar en octubre, al declararse culpable de ayudar al grupo fundamentalista islámico al Qaeda.
Siete de los oficiales de alto rango que integraron ese jurado criticaron la presunta tortura que recibió, calificándola como “una mancha en la fibra moral de Estados Unidos”.
Guantánamo “se ha convertido en el símbolo de la injusticia, del racismo, de la islamofobia, de graves violaciones a los derechos humanos que incluyen la tortura y las detenciones indefinidas”, dice Erika Guevara-Rosas, directora para las Américas de Amnistía Internacional, a BBC Mundo.
“Lo que tengo claro”
Ahjam era descrito en documentos de EE.UU. como alguien que viajó a Afganistán, se vinculó con fundamentalistas y fue capturado cruzando desde la región de Tora Bora a Pakistán en 2001, durante los ataques de la coalición liderada por Washington.
Pero algunos de esos documentos señalaban que el propio detenido negaba haber conocido miembros de al-Qaeda en Tora Bora, o haber participado de entrenamientos y combates en Afganistán como sospechaba EE.UU.
En cambio, Ahjam sostenía que fue vendido por las fuerzas paquistaníes por una recompensa que pagaron los estadounidenses.
Al trasladarlo a él y otros cinco exreclusos de Guantánamo a Uruguay, el gobierno de EE.UU. descartó que fueran peligrosos.
Ahjam dice que sufrió abusos durante “los primeros cuatro o cinco meses” que estuvo en esa cárcel, como privaciones de baños o de ropa limpia.
También describió maltratos de soldados de Guantánamo, por ejemplo por dejar una toalla en un lugar prohibido de su celda.
“Te llevan afuera (de la celda), te buscan todo el cuerpo, te dejan en el piso, el pie arriba de tu cabeza así como cinco minutos y luego te vuelven a la celda”, relata.
Cuando le preguntan si cree que Guantánamo cerrará algún día, responde que al menos espera un cambio.
“No hay cosa que siga para siempre”, dice. “Eso es lo que tengo claro. Lo tuve claro en la cárcel: toda cosa tiene comienzo y punto final”.
“Mensajes confusos”
De los últimos cuatro presidentes que ha tenido EE.UU., tres expresaron su voluntad de cerrar Guantánamo: Bush, Barack Obama y el actual mandatario Joe Biden.
Pero al llegar a la Casa Blanca en 2017, Donald Trump puso paños fríos al plan impulsado por Obama para trasladar los reclusos restantes, y Biden no lo reactivó con fuerza en su primer año de gobierno.
“El presidente Biden sigue mandando mensajes confusos: promete cerrar Guantánamo, pero hace poco anunció que se construirían nuevas salas de corte para que las comisiones militares pudieran reanudar los juicios”, dice Guevara-Rosas, de Amnistía Internacional, que reclama el cierre de la prisión y rendición de cuentas por los abusos cometidos.
Cerca de la mitad de los 39 presos actuales tienen su transferencia aprobada por una comisión gubernamental, cinco de ellas anunciadas esta semana.
Sin embargo, hay una serie de obstáculos para lograr esos traslados.
Por un lado, se volvió difícil para EE.UU. encontrar países dispuestos a recibir a los exreclusos, mantenerlos bajo control o monitorear sus actividades.
Biden pidió en diciembre al Congreso eliminar las restricciones que existen para transferir los presos de Guantánamo a otros países o incluso dentro de EE.UU.
Pero ocho senadores republicanos advirtieron en una carta al presidente en mayo que quieren que la prisión siga abierta, argumentando razones de seguridad.
“Si bien con sus predecesores hubo argumentos razonables para transferir y repatriar a algunos detenidos de bajo riesgo, todos concordamos en que reubicar a los 40 restantes o cerrar la instalación supondría un riesgo innecesario”, indicaron.
“El estigma de Guantánamo”
Dos de los seis exreclusos enviados a Uruguay en 2014 se fueron luego a Turquía, dice Christian Mirza, quien sirvió como nexo entre el grupo y el gobierno del entonces presidente José Mujica.
Los otros cuatro lograron apenas una inserción laboral precaria.
“El estigma de Guantánamo los ha marcado y los va a marcar el resto de sus vidas, no solamente a ellos sino a todos los que salgan de (esa) cárcel”, asegura Mirza a BBC Mundo.
Ahjam llegó a abrir un puesto de venta de dulces árabes en un mercado de Montevideo en 2018, algo que describía como un “sueño” realizado.
Pero el negoció cerró durante la pandemia y la ayuda que recibió inicialmente del gobierno uruguayo caducó.
Ahora Ahjam sigue buscando su nueva vida después de Guantánamo.
“No sabes si estás viviendo o no estás viviendo, porque no tenés nada para vivir”, dice. “Tenés que hacer todo, luchar, empezar todo en la vida de cero”.
BBC MUNDO
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