El físico padeció ELA de muy joven y a partir de entonces estuvo secuestrado en una silla de ruedas, desde donde irradió su maravilloso intelecto y sus teorías sobre los agujeros negros. Los secretos de su vida privada y los maltratos que recibió en la intimidad.
Un día como hoy, pero ochenta años atrás, nacía en St Albans, una pequeña ciudad cercana a Londres, un bebé que se convertiría en una de las mentes más brillantes y en uno de los científicos más extraordinarios que habitaría la Tierra: Stephen Hawking.
Su contribución como físico teórico y cosmólogo ayudó a develar los laberintos del espacio-tiempo en la teoría de la relatividad general, su acertada predicción de que los agujeros negros emiten radiación, lo que hoy se conoce como radiación de Hawking.
Con la ingeniosa mente que lo caracterizaba, llevó sus largos y encendidos debates científicos con parte de la comunidad científica internacional poniendo al alcance de la mano del lector común los orígenes del Universo y su recóndito funcionamiento. Cómo es que marchan los átomos, los de nuestro cuerpo y los de las grandes galaxias.
Su libro más excitante y revelador, Breve historia del tiempo, se convirtió con la velocidad de un rayo en un bestseller. En mayo de 1995 se incorporó a la lista del The Sunday Times entre los más vendidos durante 237 semanas, batiendo el récord de 184 semanas. La publicación, del 6 de abril de 1995, quedó registrada en el Libro Guinness de los Récords de 1998. En solo tres días alcanzó el primer lugar entre los más vendidos.
Hijo de Isobel Walker, secretaria de investigación médica, y de Frank Hawking biólogo investigador, ambos graduados en Oxford, el mandato familiar lo llevaba a Stephen a estudiar medicina, pero eligió la universidad de Cambridge.
Su pasión por la física y por adentrarse en las entrañas del universo, llevaron a Hawking a hacerse tres preguntas elementales, aún sin respuesta: ¿Hay un lugar para un dios en el Universo? ¿Estamos solos? ¿Tenemos una oportunidad como especie? Pero el día que le preguntaron qué era lo que más le intrigaba del Universo, el físico contestó: “¡Las mujeres!”.
Una salud demasiado endeble
Solo tenía 19 años, corría 1963, cuando el científico sintió los primeros síntomas de su terrible enfermedad. Fue mientras disfrutaba de un patinaje sobre hielo: se resbaló y tuvo serias dificultades para incorporarse. No sabía que le había pasado.
El diagnóstico llegó con muy malas noticias. Hawking tenía ELA o esclerosis lateral amiotrófica (la misma que padece el ex senador argentino Esteban ullrich). Cuando tuvo la dramática notica y cursaba su doctorado, ya estaba de novio con Jane Wilder, con quien se casó dos años después, en 1965. En la foto de casamiento se puede ver la extrema delgadez del científico, consciente de que su fin estaba cercano: los médicos le habían pronosticado solo tres años de vida. Con suerte.
Jane, la madre de los tres hijos de Hawking, Robert, Lucy y Tim, cuando la enfermedad de su marido empezó a carcomer el menudo cuerpo del astro físico, se convirtió en esposa y enfermera: lo alimentaba, lo bañaba y lo vestía, tampoco estaba ausente en sus cada vez más frecuentes visitas al hospital. Jane le salvó la vida en varias ocasiones, cuando el organismo de Stephen parecía sucumbir ante la enfermedad.
No se sabe si el carácter “irascible, obstinado e irritable”, que describe su amigo y físico Leonid Mlodinow en su libro “A memoir of friendship and Physics” (Una memoria de amistad y física), corresponde a la trágica vida que le toco en suerte o venía en el orillo de origen. En la publicación, Mlodinow revela los secretos mejor guardados de la vida amorosa del científico: amor ciego, infidelidades, miedos y maltratos que marcaron la vida del genio.
A fines de los 80, la enfermedad le dio otro cachetazo a Hawkings: atacó sus cuerdas vocales, tuvieron que hacerle una traqueotomía, se quedó sin voz para siempre y allí estuvo Jane, para cuidarlo y también para negarse a desconectar el respirador que lo mantuvo atado a la vida.
“La enfermedad de Hawking hacía que siempre hubiese sido una pareja sexual totalmente pasiva, además de frágil -reveló Mlodinow en su libro-. Con el tiempo, esa fragilidad llevó a Jane a pensar que la actividad sexual con su marido podía llegar a matarlo”.
En un documental emitido en 2013, Hawking fue claro acerca de cómo enfrentó la enfermedad. “Mantener una mente activa ha sido vital para mi supervivencia, así como mantener el sentido del humor. Probablemente yo sea más conocido por mis apariciones en The Big Bang Theory o en Los Simpsons que por mis descubrimientos científicos”,
Su “biógrafo” también contó que “hacer el amor con su marido empezó a ser una experiencia aterradora y vacía. Sólo el pensar en acostarse con él le parecía antinatural, y su deseo por él se evaporó. “Tenía las necesidades de un niño y el cuerpo de una víctima del Holocausto”, escribió Mlodinow quien asegura que fueron las palabras de la primera esposa de Stephen. Tras los vaivenes que atravesó el matrimonio, por fin llegó el final. Ella se hartó y buscó consuelo en otro hombre. Y justo encontró a Jonathan Jones en la iglesia local donde Jane iba en busca de una ayuda espiritual que le permitiera entender la personalidad de su marido. “Pasaba días enteros sin hablar con nadie y sin mostrar interés por cuanto lo rodeaba: resolvía problemas de física con una técnica mental propia”, explicó Wilde por aquel entonces.
A casi veinticinco años de vida en común, en 1990 la pareja se separó y el científico se fue a vivir con Elaine Mason, una de las enfermeras que lo cuidaba y con la que cinco años más tarde contraería matrimonio, que se prolongaría hasta 2007.
Pese a que el científico ya estaba con otra mujer, tuvo que dar el visto bueno al novio de Jane, su exmujer, según lo reveló en sus memorias: “Nuestro tercer hijo, Tim, nació en 1979. Después, Jane se deprimió más todavía. Temía que yo muriese en breve y quería que alguien los mantuviera a ella y a los niños y, además, se casara con ella cuando yo ya no estuviese. Debí oponerme, pero también creí que me moriría pronto y sentí la necesidad de que alguien se ocupara de los chicos cuando yo faltase”.
Y la casa de Hawking comenzó a albergar a Jones en una habitación que el científico destinó para el novio de su ex. Fue así como la vivienda se convirtió en el hogar de dos parejas: Jane y Jonathan, y Stephen y Elaine Mason. “Felices los cuatro”, como dice el tema de Maluma. Se había armado como una gran familia, en la que hubo relaciones cruzadas e infidelidades mutuas, según sostiene Mlodinow en su libro.
Pero la paz duró poco. A Elaine Mason la empezaron a llamar “El monstruo” y “La pesadilla”. Elaine no sólo manipulaba a Hawking, también lo humillaba, lo golpeaba y maltrataba, según los dichos de los hijos del físico. Mdolinow narra en su libro que una vez lo vio con un ojo morado y el labio roto, aunque la policía nunca encontró pruebas de agresiones, en especial porque Hawking nunca quiso colaborar, negándose a declarar ante esa y otras denuncias similares.
El físico escribió sus memorias, Hacia el infinito, libro que dio origen a la película La teoría del todo. En esas páginas, Hawking logró un retrato descarnado sobre su vida casi secreta con las mujeres, sus relaciones sexuales, su mente abierta, secuestrada de por vida en una silla de ruedas. Cuando perdió la voz y toda posibilidad de movimiento, aprovechó la tecnología con un dispositivo que le hacía “hablar” a través de una computadora, con sólo mover ojos, los párpados o las pestañas.
También contó en sus memorias que “Jane y Jonathan (su ex y su nuevo novio) se casaron nueve meses después”. Fue un matrimonio “tempestuoso y apasionado”.
Los amores no fueron su fuerte. Poco antes de que Stephen y Elaine se divorciaran, Mdolinow presenció un episodio extraño para una pareja. El autor cuenta que llegó con Hawking a su casa, invitado por el físico. Elaine armó un escándalo con gritos ensordecedores y reproches inadecuados: “¿Quién es él? ¿Por qué lo trajiste a cenar? Deberías haberme avisado. Pero no, nunca lo hacés. Porque sos Stephen Hawking y no necesitás avisar. Bueno: ¡no hay comida suficiente para todos”. Después de la batahola de conventillo, la mujer se sinceró ante Mdolinow: “He sido su esclava durante los últimos veinte años. Ya está, ya no puedo más”. Se separaron meses después.
Tras el divorcio con Elaine, Stephen y Jane, aún casada con Jonathan Jones, vivieron una “reconciliación” ante las cámaras. Ella volvió a ser de gran apoyo en los últimos años de traumática vida de Hawking, que era cuidado por una tercera enfermera, Judith Croasdell, una amenaza ante la posibilidad de cualquier otra aventura amorosa.
Un caso extraordinario
La ciencia quedó maravillada con el físico. No sólo por su enorme coeficiente intelectual, que conservó intacto a pesar de la cruenta enfermedad. “Lo que sucedió con él es asombroso. Es, sin dudas, un caso aislado”, explicó Leo McCluskey, director médico del Centro de ELA de la Universidad de Pennsylvannia.
Su gran capacidad mental y reflexiva le permitió al investigador hacer filosofía sobre la vida y sus grandes interrogantes morales: “La víctima debería tener derecho a terminar su vida, si así lo desea. Pero creo que sería un gran error. Por mala que la vida parezca, siempre hay algo que uno puede hacer y lograr. Cuando hay vida, hay esperanza”, concluyó sobre la eutanasia.
Pero la enfermedad pudo más que sus ganas de seguir con vida. El 14 de marzo de 2018, a los 76 años, Stephen Hawking se apagó en su casa de Cambridge, Inglaterra, en las primeras horas del día, con la única compañía de su ama de llaves.
Luego de la muerte de Hawking, Elaine vistió su tumba. “Stephen era como un actor -dijo-. Necesitaba ser el centro de atracción, el centro del universo… Le encantaba porque era lo que le daba energía: le encantaba la gente. Tuvo una vida muy dura, pero fue un hombre muy valiente. Nunca se quejó. Seguramente yo estaba resentida con él por esa necesidad de atención, pero siempre fue algo temporal, después todo eso pasaba. En el fondo, él era mi único amor”.
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