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Vie. Nov 22nd, 2024
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Sus pinturas muestran controversia, fantasía, mitos y visiones filosóficas sobre la vida y la muerte, con acento en la melancolía, el terror y el drama.

Tiene más de 50 años encerrado en su casa por una necesidad interna que lo hace pintar casi a diario. Su nombre es Macario Colombo Aldana, un creador venezolano nacido en la Sierra de Baragua del estado Lara, al occidente de Venezuela, que se caracteriza por mostrar una obra de alto contraste que ha ganado reconocimiento nacional e internacional.

El arte de Macario ha logrado transcender las fronteras venezolanas y sus obras se encuentran en países como Rusia, Italia, Grecia, España, Alemania y EE.UU. Algunos coleccionistas buscan sus piezas llenas de fantasías, mitos, controversia y visiones filosóficas sobre religión, cristianismo, el origen de la vida y la muerte, con un profundo acento de melancolía, terror y drama.

RT se trasladó hasta Barquisimeto, conocida como la capital musical de Venezuela, en el estado Lara, para conocer la historia de este pintor autodidacta, sus obras y el particular estilo de vida que escogió desde 1970.

“Yo vivo por y para la pintura, sin la pintura yo creo que no sería nadie. Soy Macario Colombo y me conocen así, por lo que yo he hecho con la pintura o ella ha hecho por mí”, explica el artista que incluso hace el montaje de los cuadros y los lienzos.

Una infancia feliz

Colombo nació el 20 de junio de 1946. Sus padres fueron Susana del Carmen Colombo Aldana y Quirico Enrique Cordero. Él cuenta que tuvo una infancia feliz a pesar de la pobreza, ya que siempre pudo jugar con plena libertad.

Su imaginación le permitió disfrutar al máximo esa etapa de su vida y fue a los 12 años cuando hizo su primera pintura: la fachada de la casa del frente de su hogar en Baragua. “Mi hermano me dijo que la guardara porque ya esa casa no existe. Fue mi primer dibujo y ahí comenzó esa necesidad de pintar, casi biológica o patológica, que llevo por dentro”.

Por la necesidad de que la familia viviera mejor, los padres de Macario decidieron abandonar Baragua, pasar por Carora y luego instalarse en Barquisimeto. “Llegamos aquí y desde entonces estoy pintando. En principio me tocó trabajar haciendo instrumentos y así era que nos ganábamos la vida, siempre fuimos pobres”.

“Lo de hacer instrumentos viene de los Aldana, del viejo Luis Aldana y por eso mi mamá, que era la que mandaba en la casa, nos inculcó eso de fabricar instrumentos. Yo hago mandolinas, violines, cuatros, guitarras y hasta arpas. Entonces, mi papá aprendió de mi mamá e instaló el taller y la gente del Salón Mixto nos compraba, así fue que enfrentamos la pobreza y podíamos tener para la comida”, comenta.

El encierro y la pintura

Macario cuenta que al principio, por cuestiones de tiempo, solo dedicaba a la pintura un día a la semana, los domingos. Sin embargo, la necesidad de pintar lo hizo a entrar en una vorágine creadora que lo encerró en su cuarto para expresar todo lo que surgía de su imaginación.

Yo sentía que si no pintaba me iba a enfermar, era algo que me decía que pintara, que tenía que hacerlo. Eso es como una especie de locura creativa, la necesidad de expresión, que las manos dibujen eso que la mente se imagina, a veces desde la oscuridad, y que termina en un lienzo”.

Así fue como Macario se abstrajo en su imaginario. “Me fui quedando en la casa y mi mamá era la que sacaba mis trabajos a la calle, los vendía o los dejaba en un lugar para que los vendieran. Mucha gente llegó a decir que yo estaba loco y no los culpo, es difícil que entiendan”.

“Yo también llegué a pensar en un momento que me estaba volviendo loco, porque estaba tan dentro de mi imaginación y de las pinturas, que filosofando decía: ‘¿será que he muerto y mi espíritu utiliza mi cuerpo para esto?’. Por eso, como vivo encerrado, tengo que estar activo, eso me lo recomiendan los psicólogos. Me pongo a drenar con la pintura, la escultura o los instrumentos”.

Las etapas de su obra

Macario explica que su obra tiene varias etapas, una de las “más bellas, oscuras y dramáticas” fue la que lo llevó a realizar decenas de pinturas enfocadas en lo que el llama “Los fantasmas del molino de Baragua”, una colección inspirada en los mitos que escuchó cuando era niño y que trasladó en imágenes que le impactaron durante su infancia, cuando vivía en su pueblo natal.

La otra etapa es sobre deidades o el cristianismo. “Yo veo a Cristo como un hombre que sufrió, de carne y hueso, no metafísico. Él fue como nosotros, no como ese ser superior o de la iglesia, lo veo como alguien que vivió, que sintió dolor, que fue bueno, pero la gente lo maltrató y se hizo eterno”.

“Tengo otra etapa más filosófica en la que planteo que el hombre viene del hongo y que va haciendo una metamorfosis hasta hacerse adulto, como nos vemos nosotros, pero sigue teniendo hongos en sus costados porque somos imperfectos. Nadie es perfecto, todos tenemos algo de malo y algo de bueno, como la vida, que no podría ser vida sin que exista la muerte”.

Macario dice que su obra ha sido alabada por muchos y criticada por personas que dicen que no tiene valor. “Hay gente que me quiere y gente que no. Hay muchos que se han dedicado a replicar mi trabajo, a copiarlo, violando mis derechos de autor, y los venden como si fueran míos, se lucran”.

El dinero y la pintura

Sobre la venta de sus pinturas, el artista dice que no le interesa lidiar con ese asunto. “Esas cosas no me gustan, ni los horarios. Eso me fastidia. Yo pintando es que me siento libre. Hay días en que no he pintado y cuando llega la noche me da por ponerme a trabajar y puedo durar toda la madrugada”.

“Aquí llegan queriendo comprar mis pinturas, pero eso no me apasiona, por eso vivo así, con lo fundamental. A mí lo que me llena y me da felicidad es la pintura, yo no le sé poner precio a mis pinturas, eso lo hace mi hija, que se encarga de eso, y lo que dicen los coleccionistas”.

Macario dice que pensar en el dinero envenena a las personas y las vuelve codiciosas. “Hay gente que se pierde por la avaricia, yo no, yo soy un hombre feliz pintando, que no le hace daño a nadie, que no le gusta la violencia, que cree que la mujer es algo maravilloso y que nos da la vida. Así veo la vida, sencilla, sincera, sin tanto lujo y sin mentiras”.

Agrega que su obra también está llena de amor. “El amor sagrado es el que se le tiene a los hijos, y eso a su vez, viene viene del amor profano, del amor que uno tuvo con una mujer y salió un hijo, ahí se unen ambos amores, por eso el universo está hecho de amor“.

El amor sagrado

Macario comenta que estuvo casado y su exposa sigue siendo su amiga “aunque se enamoró de otro hombre, uno bueno”. Con ella tuvo tres hijos, dos hembras y un varón.

“El varón murió porque se fue por el mal camino, las drogas y las armas. Su muerte ha sido la mayor desgracia que yo he sentido. Lo quise salvar con la pintura, pero el prefirió lo malo. Él me decía que yo era un cobarde porque no me gustaba la violencia y yo le respondía que la mejor guerra era la que no se daba, que el cementerio estaba lleno de valientes”.

“Mi otra hija, la que no vende, es la más tranquila, ella siempre viene y me visita, está pendiente de mi”, dice Macario, quien cree que el amor por la familia es el más sagrado y para disfrutarlo, lo mejor es estar siempre sobrio.

“Por eso soy abstemio, para estar consciente de lo que siento y hago. Nunca he bebido, ni fumo, ni uso drogas. Un pintor no necesita de esas cosas, la mente y la imaginación son tan poderosas que cuando uno se deja llevar, las cosas que salen son poderosísimas y auténticas”.

“Para mí vale más la hermenéutica”

En cuanto al valor comercial de su arte, dice que eso solo se sabrá cuando él muera. “Mientras viva están la envidia, los señalamientos, que si estudié o no, pero ahí está mi aporte al mundo, mis pinturas son las que van a hablar por mí y luego se verá cuánto valen. Esa plata, millones o centavos, ni siquiera la veré. Para mí vale más la hermenéutica, lo que mi pintura haga pensar y sentir a quien la observe, ese valor espiritual y sentimental no tiene precio”.

Recuerda que uno de sus momentos más difíciles fue cuando se agravó la crisis económica venezolana y se quedó sin pinturas y lienzos. En ese entonces, tuvo que recurrir al carbón de la cocina. “Me tocó dibujar con el hollín de las ollas, las raspaba con los dedos y pintaba en lo que consiguiera”.

A Colombo le han ofrecido salir de Venezuela e instalarse en países como Grecia e Italia para mostrar y vender sus obras, pero a él no le interesa. Prefiere la tranquilidad de su casa y comer un plato de caraotas con pasta y arepas.

Durante cuatro horas, también habló de sus otros intereses: las ambigüedades de la vida, las posturas políticas actuales, la maldad del nazismo y sus mentiras, la visión del budismo, el pacifismo, los robos de sus obras por personas vinculadas a la política, la música clásica y de su poeta favorito, José Antonio Ramos Sucre.

Macario agradece el reconocimiento que le han hecho en vida, reflejada en distintos documentales cinematográficos y televisivos, entrevistas y un par de libros: “Macario el pintor de la locura”, un estudio científico y sociológico escrito por Félix Pifano durante 20 años; y “La pintura como medio para la libertad”, del autor Luis Velásquez.

Yo voy a pintar hasta que me muera, hasta que el cuerpo me lo permita, es lo que me da vida y aunque no me quiero morir, porque me gusta mucho la vida, estoy claro que eso va a pasar algún día”.

Orlando Rangel Y.


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