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Ahora, la pelea es entre los candidatos a gobernador y el Congreso que hasta este momento competían y que terminarían siendo de la misma alianza. Se abre una dura puja en los estados. El PSB quiere ser el árbitro y quedarse con los mejores puestos.

Las alianzas políticas son como una ambulancia en una guerra: siempre quedan heridos en el camino. Es, precisamente, lo que se está viendo en Brasil con la posible alianza y fórmula presidencial entre el ex presidente Lula da Silva (76 años) y el ex gobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin (69). Lo que era hasta ahora una mezcla imposible entre un líder sindical izquierdista y un liberal cercano a los grandes conglomerados económicos comienza a cuajar. Puede agriarse apenas se exponga con el medio ambiente, como toda mezcla de este tipo. Pero, si prospera, va a dejar a muchos muy descolocados. Particularmente, en los estados donde a diez meses de las elecciones se están definiendo las candidaturas y cada partido, el PT de Lula y el PSDB de Alckmin (aunque éste renunció la semana pasada), tiene intereses contrapuestos de acuerdo a la región y nadie está dispuesto a ceder sin una gran retribución.

Un buen ejemplo de lo que está sucediendo es que Alckmin está buscando un nuevo partido para afiliarse y concretar la alianza. Todo indica que será el PSB, el partido socialista. Pero su presidente, Carlos Siquiera, ya advirtió que ante cualquier alianza ellos quieren imponer sus candidatos en cinco estados: São Paulo, Rio Grande do Sul, Pernambuco, Rio de Janeiro y Espírito Santo. Lula quiere que el ex tucano (así se conocen a los que apoyan al PSDB que tiene en su logo un tucán azul y amarillo) Alckmin se afilie al PSB para formalizar la “chapa” (fórmula) en una alianza de los dos partidos que podría atraer a varios otros y posicionar al ex presidente como un “moderado”. Antes, tendrán que acomodar a todos esos que la ambulancia no podrá recoger o resignarse a que se cree alguna oposición interna, pequeña pero incómoda.

El principal obstáculo, por ahora, está en el premio mayor, el estado de San Pablo. Allí ya hay dos candidatos, el ex alcalde del PT, Fernando Haddad, y el gobernador del PSB, Márcio Franca. A pesar de estos enfrentamientos, todos, absolutamente todos, recitan el mantra de que se van a unir para derrotar al ultraderechista presidente Jair Bolsonaro, quien se juega entero para la reelección. “Las condiciones siguen existiendo, el camino hacia la victoria de Bolsonaro es difícil pero no imposible. Si la oposición no va unida, le da muchas posibilidades de que se quede en el poder”, asegura el politólogo Yascha Mounk, autor del bestseller “El pueblo contra la democracia” y profesor de la Universidad Johns Hopkins.

Lula Da Silva y Pepe Mujica en la sede de la CGT Azopardo el 11 de diciembre de 2021. El ex presidente brasileño está intentando acercarse al centro político para volver a llegar al Placio del Planalto. Fotos Victoria Gesualdi / TELAM
Lula Da Silva y Pepe Mujica en la sede de la CGT Azopardo el 11 de diciembre de 2021. El ex presidente brasileño está intentando acercarse al centro político para volver a llegar al Placio del Planalto. Fotos Victoria Gesualdi / TELAM

Si bien ya hace un tiempo que se habla de la posible fórmula presidencial Lula-Alckmin, fue el domingo pasado en un restaurante de San Pablo donde se presentó en escena. Era un evento organizado por la asociación de abogados Prerrogativa. Unas 500 personalidades se juntaron en el fantástico restaurante “A Figueira Rubaiyat” de la rua Haddock Lobo. Allí, bajo la enorme higuera que da nombre al lugar, Lula dio un discurso de 40 minutos en los que elogió a quien fue su adversario en las elecciones de 2006. También hizo saber que sin una alianza fuerte y estable será muy difícil gobernar tras el bolsonarismo. “Sé que el Brasil que voy a recibir en 2023 será mucho peor que el que me encontré en 2003″, dijo.

Se refería a las cifras tremendas de pobreza que atraviesan a Brasil. Según datos de la Red Brasileña de Investigación sobre Seguridad Alimentaria y Nutrición, 19 millones de brasileños están en la indigencia y pasan hambre y más de 100 millones no saben si tendrán suficiente para comer al día siguiente. La situación se profundiza con el constante aumento de los precios. La llamada “Ayuda Brasil” (sustituto de Bolsa Familia), cubre menos de la mitad de la canasta básica. El consumo de proteínas es cada vez más escaso incluso para las familias de clase media: el precio medio de 1 kg de carne se multiplicó por tres en los últimos meses.

Eso es lo que le preocupa a Lula, tomar un país arruinado no sólo por la pandemia y el negacionismo de Bolsonaro, sino en llegar armado de una alianza que no lo deje rehén del llamado Centrao, compuesto por legisladores que negocian cada proyecto de ley y cambian permanentemente su voto, o de la bancada de los evangelistas que le impediría avanzar con una agenda progresista. El ex presidente sabe que tiene muchas posibilidades de ganar, más allá de quien lo acompañe en la fórmula. Tiene una intención de voto del 44/48% mientras que Bolsonaro anda por el 24/25%, de acuerdo a la última encuesta de Ipespe.

Lula busca ampliar su base de apoyo para hacer frente a una difícil situación social. Más de 19 millones de brasileños están en la indigencia y otros 100 millones no saben si tendrán suficiente para comer al día siguiente.
Lula busca ampliar su base de apoyo para hacer frente a una difícil situación social. Más de 19 millones de brasileños están en la indigencia y otros 100 millones no saben si tendrán suficiente para comer al día siguiente.

Y en eso hizo hincapié Lula en su discurso. “Es hora de que perseveremos juntos, para restaurar la democracia y reconstruir este país. No es una tarea para una sola persona. Es una obra colectiva”, dijo. “No importa si fuimos adversarios en el pasado. Si intercambiamos algunos golpes. Si en el calor del momento dijéramos lo que no deberíamos haber dicho. La magnitud del reto que tenemos por delante hace que cada uno de nosotros sea un aliado de primera hora”, añadió el ex presidente.

Los especialistas que se dedican a estudiar la lógica de la elección de los candidatos a vicepresidente señalan dos criterios principales para elegir al compañero de fórmula: que el candidato equilibre la papeleta y, por otro, que tenga experiencia política. El equilibrio puede buscarse combinando las diferencias de género, edad, raza, religión, región o ideología. En este sentido, parecería que Lula no busca precisamente los votos que le pueda aportar Alkmin. Está maniobrando para reposicionar la imagen de su candidatura, que sus adversarios insisten en calificar de “radical”. Aunque, si su socio de centro-derecha contribuye a ganar dos o tres puntos porcentuales en las elecciones, podría cerrar la carrera en la primera vuelta. “El elector brasileño vota por el candidato presidencial, no por su vice. No me parece que este tipo de alianza contribuya a los objetivos de la candidatura en relación con la captación de nuevos votantes. Pero puede ser un intento de enviar mensajes a sectores de la élite, menos numerosos, pero significativos en la formación de la opinión pública”, opina Felipe Nunes, profesor de Comunicación Política de la Universidad Federal de Minas Gerais.

El ex gobernador de Sao Paulo, Geraldo Alckmin, está involucrado en casos de corrupción por el caso Odebrecht como el ex presidente Lula da Silva. EFE /Antonio Lacerda.
El ex gobernador de Sao Paulo, Geraldo Alckmin, está involucrado en casos de corrupción por el caso Odebrecht como el ex presidente Lula da Silva. EFE /Antonio Lacerda.

Por otro lado, Alckmin también se juega mucho si llegara a aceptar esta invitación para acompañar a Lula. Antonio Lavareda del Instituto de Pesquisas Sociais, Políticas e Econômicas (IPESPE), lo ve así: “La decisión que tomará Geraldo Alckmin no es fácil. Recordemos que lidera todas las encuestas para gobernador de São Paulo. Como le gustaba decir a Marco Maciel (vice de Fernando Enrique Cardoso), paradigma de vicepresidente -competente y leal- las consecuencias siempre vienen después. Si la alianza se produce, y si esta “chapa” resulta victoriosa -nunca hay certezas cuando se trata de elecciones democráticas-, será la evaluación por parte de la opinión pública del desempeño de este eventual gobierno la que dictará la lectura definitiva de la opción del ex gobernador, y posicionará su futuro político. Sólo lo sabrá si lo intenta. Como dicen los británicos, `la prueba del pastel es comerlo´”.

Y por debajo están los temas pendientes de la corrupción. Tanto Lula como Alckmin tienen cargos en su contra más allá de que hayan sido sobreseídos en varias causas. Para un sector de la población este tema sigue siendo crucial al momento del voto. También se sabe que no se trata de un grupo mayoritario y que la memoria humana suele ser muy corta. Pero los casos serán ventilados en la campaña. El propio Sergio Moro, azote de Lula en el caso Lava Jato y también candidato presidencial, mandó un tuit sardónico: “¿es mi impresión o asistimos a una cena conmemorativa de la impunidad y la gran corrupción?”.

Es probable que después del Réveillon, las fiestas de fin de año, haya unas cuantas charlas de playa y se vaya definiendo esta alianza política. El resto, lo definen 148 millones de brasileños el 2 de octubre de 2022.

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