El Bayern Múnich es de esos equipos al que todos quieren vencer. El que ha dominado el fútbol alemán desde los años 70. Tres de las seis Champions League conseguidas, las ganó de manera consecutiva en esa década: 1974, 1975 y 1976, entonces conocida como la Copa Europea. Era el Bayern de Franz Beckenbauer, de Sepp Maier, y después también de Karl-Heinz Rummenigge.
En la Bundesliga, el conjunto bávaro es el amo. La temporada que agoniza vio al Bayern lanzar serpentinas por novena vez al hilo. Es el Bayern de Thomas Müller y Robert Lewandowski, quien pasará a la historia en calidad de leyenda del club. Ya lo está siendo.
En años recientes, no obstante, también ha probado derrotas espectaculares. De esas que son impronunciables entre sus fans. Por ejemplo, un tropiezo de la talla del 5:1 que el Wolfsburg le recetó al meteórico Bayern de Jürgen Klinsmann el 4 de abril de 2009, cuando el brasileño Grafite firmara una de sus anotaciones con un “taquito” sublime desparramando rivales a diestra y siniestra. Un poema de gol.
Pero solo muy pocos equipos son verdaderos exponentes de lo que significa reponerse luego de caer ante los ojos del mundo. El Bayern Múnich es uno de esos equipos. Existe una mentalidad en la filosofía del club a la cual se le atribuye el carácter para sacudirse el miserable segundo lugar, volver a jugar una final, y conquistarla.
“La madre de todas las derrotas”
Oliver Kahn dice que el secreto del éxito del Bayern de Múnich radica en su cultura y su mentalidad. Desde 1976 que la institución no ganaba una Champions League, la reina de las competencias a nivel de clubes en el mundo. Lo que sucedió en la final de 1999 ante el Manchester United, tiene uno de los recuerdos que le quitan el sueño a cualquiera que sienta los colores del Bayern.
Corría el minuto 90 en la cancha del Camp Nou de Barcelona, la sede de aquella final. Los bávaros, con su uniforme de visitante en azul con vivos en vino tinto, dominaron a los ingleses durante gran parte del encuentro. Pero también estrellaron dos pelotas al poste, de tal manera que el insignificante 1:0, fue trampolín de una exquisita remontada relámpago.
En tres minutos (tiempo agregado), la portería que defendía el propio Kahn, vio entrar dos balones del United. El primero fue de Teddy Sheringham. Lothar Matthäus no daba crédito del empate al 91. En el 93, David Beckham acarició la pelota desde tiro de esquina, Ole Gunnar Solskjaer la mandó al fondo para el 2:1 definitivo. Kahn se quería morir. Esa fue la madre de todas las derrotas, ha dicho el experimentado exarquero del Múnich y la Selección Alemana.
Dos años después, Valencia perdía su segunda final consecutiva, esta vez en tanda de penales 5:4. Fue Kahn quien levantó la orejona en Milán.
The underdog y el drama de los penales
El espectacular Alianz Arena de Múnich era el escenario de la final de Champions League 2012. El rival, el Chelsea de Roberto di Matteo y, por supuesto, con todos los pronósticos en contra. “The underdog” como se dice en inglés. Di Matteo, técnico interino, estaba por arruinarle la fiesta perfecta en casa al equipo de Baviera. De hecho, la estadística de tiros a gol tuvo un solo dueño, el local. Así abrieron el marcador al 83.
A veces solo se necesita de una oportunidad para darle una lección a los números, las cifras y las estadísticas. Didier Drogba, un delantero de área, de los más letales que hayan vestido la camiseta del Chelsea, encontró la suya en un tiro de esquina al minuto 88. Un vuelve a la vida. Ya en el alargue, Drogba cometió una falta en el área sobre Frank Ribéry. Arjen Robben falló, o mejor dicho, el portero de los ingleses, Petr Cech, comenzaba la hombrada.
El encuentro se resolvió por la vía del drama desde los once pasos. Cech atajó dos, el último a Bastian Schweinsteiger, que hundió su rostro en su camiseta húmeda por sudor y lágrimas. Drogba sentenció, Chelsea campeón de Europa. Gänsehaut (piel de gallina) como dicen los alemanes.
¿Qué hizo el Bayern Múnich? Al año siguiente, se metió al mítico estadio Wembley de Londres. Y ganó. Una victoria contra el archirrival Borussia Dortmund 2:1 da cuenta de la mentalidad del Bayern. Robben hizo el gol definitivo al 89, mientras del otro lado, vestido de amarillo y negro, Lewandowski ya se perfilaba para ser el heredero del espíritu bávaro implacable.
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