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Sáb. Nov 23rd, 2024
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La pandemia ha agravado los problemas sociales de un país cuya economía cayó unos 11 puntos en 2020

Días atrás, una niña de siete años que vivía con su madre a la intemperie en un barrio popular de la ciudad de Buenos Aires, fue secuestrada durante tres días. Mientras la policía la buscaba por tierra, mar y aire, el tema de los menores indigentes volvió a la escena pública: la historia de M., como se decidió llamarla, para preservar su identidad, parecía hablar por los cientos que, como ella, estaban condenados a dormir y alimentarse en las calles de la capital.

Una vez que las fuerzas de seguridad recuperaron a la niña y arrestaron al secuestrador, el drama social se esfumó de las pantallas. También dejó de ser comentario indignado en las redes sociales. La realidad, sin embargo, lanza bofetadas que se temen irreparables. El Comité Argentino de Seguimiento y Aplicación de la Convención Internacional de los Derechos del Niño en la Argentina calcula que la pobreza infantil llega al 62,9%. En noviembre pasado, el Instituto Nacional de Estadística y Censos había calculado que el 56,3% de los menores eran pobres. Por su parte, UNICEF estimó que entre diciembre de 2019 y diciembre de 2020 hay un millón más de niños en esa condición. Diez años atrás, el Observatorio del Derecho Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) contabilizaba cinco millones de chicos pobres.

El universo del desamparo llega en todas las investigaciones hasta los adolescentes. Las cifras globales (40% de pobres) se dispararon en 2019, el último año del Gobierno de derechas. La situación se ha agravado con la pandemia en un país cuya economía cayó casi un 11% en 2020.

La herida social
El Gobierno pide a los ciudadanos quedarse en casa y no exponerse al contagio del covid. A la luz del reciente caso M., quedó en evidencia de que esa recomendación no cuenta para aquellos que no duermen en sus casas y forman parte del paisaje urbano del abandono. A pesar de su opulencia, la ciudad de Buenos Aires es una de las zonas más golpeadas por esta maquinaria de la exclusión, al igual que su populosa periferia. La Rosario donde nació Leo Messi y la provincia de Córdoba, la segunda en importancia del país, así como la región noreste, exhiben las mismas heridas sociales.

José Florito, coordinador del Programa de Protección Social del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento, le dijo al diario Tiempo Argentino que si bien en las últimas tres décadas la tasa de pobreza nunca fue menor del 25% de la población, comenzó a vislumbrarse un fenómeno que definió como la “infantilización de la pobreza” y que se caracteriza por la “incidencia desproporcionada” de ese flagelo en el grupo que va de 0 a 14 años. “La irrupción de la pandemia generó una situación crítica. Las medidas de aislamiento por la estrategia sanitaria impactaron sobre todo en familias con trabajos precarios o informales”, reflexionó.

Brecha social

La brecha entre ricos y pobres es de 25 veces en Argentina. El Gobierno distribuye ayuda alimentaria a 11.200.000 personas, casi cuatro millones más que antes del comienzo de la circulación del virus. UNICEF ha advertido, no obstante, que cuatro de cada diez hogares donde residen menores y adolescentes (aproximadamente 2,1 millones de familias) cuenta con menos dinero en sus bolsillos. Algunos de ellos se quedaron hasta sin casas.

Alejandra Perinetti, directora de la oenegé Aldeas, recordó en ese sentido cuántas veces se repiten las circunstancias que le dieron una efímera y no buscada notoriedad mediática a la niña M. Esos casos, señaló, se repiten. “A la mayoría de las organizaciones que trabajan por los derechos de los chicos-añade- no les llama la atención lo que ocurrió con ella”. La vulnerabilidad es la moneda corriente. “Seis de cada 10 niños viven en situación de pobreza en nuestro país y no sólo hablamos de hambre, sino de una pobreza estructural, porque no van a la escuela, no tienen controles médicos y no comen”, argumenta.


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