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Jue. Nov 21st, 2024
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Con esta novela la excelente narradora argentina Selva Almada cierra una poética trilogía protagonizada por hombres

Escrita con la cadencia de un río sinuoso y templado Selva Almada (Entre Ríos, Argentina, 1973) cierra con esta novela una trilogía de personajes masculinos que se inició con ‘El viento que arrasa’ (2012) -que en 2019 recibió el First Book Award del Festival Internacional del Libro de Edimburgo por su traducción al inglés (‘The winds that lays wasted’)- y que continuó con ‘Los ladrilleros’ (2013).

No es un río’ es una narración brumosa, silenciosa y sutil que surge de las entrañas del dolor y de los sueños perdidos y del tiempo que cercena a unos personajes que buscan y gritan el nombre de Eusebio, ahogado en el río. Personaje nuclear que contrasta con Siomara, madre que no puede asumir la muerte de sus hijas en un accidente y que cree que ese hecho no ocurrió, y que la fuerza de la imaginación será suficiente para negar esa muerte conjetural para así esperar hasta la eternidad a las hijas que, sin embargo, nunca regresarán. Digo brumosa, silenciosa y sutil porque es este un texto narrativo de calado en el que los escenarios (el río, la pesca o la isla) surgen de una potentísima narración poética que calla más que cuenta, que omite más que relata, una voz onírica marcada por una herida infinita y familiar anclada en una dialéctica entre los sueños y un futuro indestructible: “A veces los sueños son ecos del futuro.”

Resulta espinoso dar cuenta de una trama que el lector percibe como improductiva porque lo perentorio aquí es una imagen, una cadencia, el tono de unos personajes rurales trágicos porque son griegos y que saben que“… con el paso del tiempo, se olvidan las voces de los muertos.”Una muerte que señorea el texto de cabo a rabo como aquello que está por llegar y que erosiona las relaciones familiares y amistosas.E s de este modo que la poética de esta novela marida con la lentitud que le es propia a la poesía, obligando a la relectura de cualquiera de los párrafos continuos y sin numerar que dan cuentan de sucesivas desapariciones como fantasmas por llegar. Y de unas notabilísimas elipsis verbales como queriendo certificar que no hay acción, que lo adjetival es lo sustantivo y lo sustantivo, la atribución capital del texto.

Las relaciones familiares se extienden y esparcen en los meandros de un río que retoma su curso una y otra vez para negar el título de la novela. Sí se trata del río y de sus afluentes emocionales, los meandros, la mayor de las veces masculinos, que conviven con la violencia, con la brutalidad y la crueldad, pero que al mismo tiempo se descubren como capaces de generosidad y altruismo para con sus amigos. Enero y Negro se llevan de pesca al hijo del amigo muerto, Tilo, en una triada que trata de lidiar con los fantasmas del pasado y del presente y que no cesa de buscar al amigo: “¿Cuánto pasó hasta que empezaron a buscarlo? A gritar su nombre en la noche silenciosas. A darse cuenta de que no iba a volver a esa noche ni nunca.”

Ni líneas temporales ni huecos espaciales en un libro de tramas subterráneas, por debajo de un río narrado desde una valiosa incertidumbre.


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