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Jue. Nov 21st, 2024
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En medio de rumores sobre la salud de su líder, el régimen comunista celebró ayer un nuevo aniversario de la fundación del Partido de los Trabajadores, la única organización política permitida. En esta nota, el asombroso testimonio de un refugiado que acaba de visitar nuestro país
 
 
El mes pasado Corea del Norte publicó un documento de 53.000 palabras con el que pretende instalar la idea de que el país es líder mundial en materia de derechos humanos. El texto, que repite la expresión “derechos humanos” al menos 700 veces, fue divulgado en respuesta a un informe de febrero de este año en el que la Comisión de Investigaciones de la ONU hizo públicas las atrocidades que se cometen en Norcorea.
 
Hace unas semanas, en una reunión casi hermética junto a diplomáticos de la región, tuve la oportunidad de conocer a Kim, un refugiado de Corea del Norte. Claro que esa no es su identidad verdadera, que por cuestiones de seguridad y protección no fue revelada. Lo bautizaron así para que pudiera dialogar con nosotros.
 
La historia postiza de Kim dice que se crió en Corea del Sur y que luego estudió relaciones internacionales en Estados Unidos. Su verdadera historia, por el contrario, es otra: una insoportable sobredosis de martillazos al sentido común.
 
Kim tiene 28 años. Es flaco y mide un metro y medio, consecuencia directa de haber sufrido durante su infancia la miseria y desnutrición a la que está sometida gran parte de la población norcoreana. Nació en un pueblito de Corea del Norte y sobrevivió a la hambruna que golpeó al país en los ’90 alimentándose con pasto, cortezas de árboles, y con ratas y serpientes en el mejor de los casos. Varias veces estuvo al borde de la muerte por inanición.
 
En esa hambruna la inoperancia del régimen se cobró la vida de tres millones y medio de norcoreanos en menos de cuatro años. Kim recuerda que, de chico, salir afuera a buscar alimento era fundirse en un paisaje atroz de cadáveres donde familias enteras se pudrían sobre el suelo cada cincuenta o cien metros.
 
En 1999, cuando Kim tenía trece años, él y su familia intentaron escapar del régimen por primera vez. Con mucha suerte cruzaron el río Du-Man, la frontera natural que divide a China y Corea del Norte, esquivando cadáveres fusilados, evidencia suficiente de lo que significaba fallar en la huída. Ya en China, él y su familia trabajaron para un campesino que los ayudó a esconderse, pero en 2001 los atraparon por una denuncia anónima y los deportaron a Norcorea.
 
El régimen envió a cada miembro de la familia a un campo de prisioneros diferente. A Kim lo encerraron en una celda donde ya había tres niños inertes, echados en el piso en condiciones deplorables. Uno de ellos no tenía pies. Se los habían mutilado por haber tratado de escapar. A Kim le perforaron las manos y lo arrastraron con una cadena por los pasillos de la cárcel. Los días posteriores fueron de golpizas prolongadas.
 
 
AFP
El padre de Kim murió como consecuencia de las torturas infligidas por los soldados. A su hermana la atraparon cuando intentó buscar asilo en Mongolia y a su madre cuando intentó huir de una prisión. Kim escapó nuevamente en 2003 y pudo refugiarse en Corea del Sur, dos años después, gracias la ayuda de una ONG surcoreana que rescata refugiados.
 
Kim se define a sí mismo como una persona muy “afortunada”. La mayoría de los prisioneros sometidos por el régimen no sobrevive las severas torturas. Para conservar la vida no les queda más opción que prostituir la poca dignidad que les queda, confesando una adhesión ficticia a una dictadura que reflota la peor faceta del ser humano.
 
El testimonio de Kim es sólo la foto de una realidad que desafía la versión más extrema de lo absurdo. Historias como las de él hay miles. El informe de la Comisión de Investigaciones de la ONU, más allá de las historias personales, describe las atrocidades del régimen en su verdadera escala: torturas, violaciones, asesinatos, exterminios, trata de personas, abortos forzados, hambrunas planificadas y la desaparición forzada de personas. Su conclusión es contundente: la gravedad, la escala y la naturaleza de las violaciones a los derechos humanos en Corea del Norte no tiene precedentes en el mundo contemporáneo.
 
El 10 de octubre Corea del Norte celebra pomposamente un aniversario más de la fundación del Partido de los Trabajadores, el único que existe en el país en la práctica. Es curioso cómo la realidad puede percibirse de manera tan diferente: para ese régimen Kim se convirtió en un enemigo y un traidor que se vendió al imperialismo. Para mí es una víctima más de un poder corrupto, podrido, que monopoliza la libertad de las personas y vive estancado en el pasado de una brutalidad medieval.
 
Al final de la reunión uno de los presentes le preguntó a Kim si extrañaba su país. Él contestó: “Algún día sé que voy a volver”. Yo me hundí en el silencio y en la profundidad de esa respuesta. Pensé en que a veces estamos injustamente forzados a heredar las consecuencias de la historia. Realmente me conmovió su fortaleza, pero por mi torpeza no supe bien cómo transmitírselo cuando nos despedimos. Simplemente le di un abrazo y sentí a Kim como un hermano. Un hermano coreano que nació del lado equivocado.
 
El autor de la nota es abogado. Miembro directivo de la Cámara de Empresarios Coreanos en Argentina y asesor de la Asociación de la Colectividad Coreana.
 
 
FUENTE INFOBAE
 
 


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