El 90% de los casos de cáncer de mama detectados de manera temprana se cura. Sin embargo, hay un grupo de pacientes que presentan lo que se llama “enfermedad agresiva”, que no responden a los tratamientos y tienen una expectativa de vida muy corta.
En los últimos años, la mayor conciencia entre las mujeres de la importancia hacerse una mamografía periódica después de los 40 años, el diagnóstico precoz y los enormes avances realizados en los tratamientos cambiaron drásticamente el panorama del cáncer de mama. Así, en la actualidad el 90% de los casos detectados de manera temprana se cura. Incluso aquellos que por sus características moleculares antes tenían el peor pronóstico (los tumores HER2 positivos) hoy son el mejor ejemplo de las bondades de las terapias dirigidas a base de anticuerpos monoclonales, que, cuando no la revierten, logran cronificar la enfermedad.
Sin embargo, hay un grupo de pacientes que presentan lo que se llama “enfermedad agresiva”, que no responden a los tratamientos y tienen una expectativa de vida muy corta. Aunque no suelen tener mucha prensa porque son la contracara de este presente optimista del cáncer de mama, tanto los médicos como los sistemas de salud y la industria farmacéutica buscan incansablemente alternativas para mejorar el abordaje de su enfermedad y aumentar no sólo su sobrevida, sino también su calidad de vida.
“El 80% de las mujeres con cáncer de mama tiene tumores HER2 negativos; de ellas, alrededor del 35% tiene una expectativa de vida menor a dos años e, incluso, puede haber un subgrupo de pacientes –25%– con una supervivencia media de 14 meses”, explicó el Dr. Antonio Llombart-Cussac, jefe del Servicio de Oncología Médica del Hospital Arnau de Vilanova de Valencia, España.
Dentro de los tumores HER2 negativos, hay dos grandes grupos: los que poseen receptores hormonales y los llamados triples negativos, que son los que suelen ser más agresivos.
“Uno de los factores importantes a tener en cuenta en estas pacientes de mal pronóstico es que, aunque tengamos tratamientos eficaces, hay que ponderar muy bien el balance entre calidad de vida y eficacia de los tratamientos. Porque, efectivamente, tratamientos más agresivos consiguen mejores resultados, pero ¿hasta qué punto eso es un beneficio para la paciente o para la sociedad?”, se preguntó el experto español, que estuvo de visita en Buenos Aires.
Llombart-Cussac lideró un análisis de los resultados del estudio ATHENA, acaso el más importante realizado en cáncer de mama recurrente o metastásico (involucró a más de 2.250 pacientes), que presentó en la reunión anual de la Sociedad Americana de Oncología Clínica. “Quisimos averiguar cómo podíamos identificar en este grupo HER2 negativo en aquellas pacientes con peor pronóstico”, explicó. “El estudio ATHENA había confirmado la seguridad del tratamiento combinado de bevacizumab con cualquier quimioterapia; que añadiendo en primera línea ese antiangiogénico se conseguía un excelente resultado en cuanto a la progresión libre de enfermedad sin sumar toxicidad. A partir de esto, nos pareció importante hacer un análisis de sobrevida, porque cada vez más las autoridades sanitarias lo van a pedir a la hora de autorizar nuevos medicamentos y de esta población HER2 negativa no teníamos ninguna información sobre supervivencia”.
De esa manera, Llombart y sus colegas descubrieron la existencia de cuatro factores de riesgo importantes para que el oncólogo pueda identificar fácilmente a aquellas pacientes con enfermedad HER2 negativa metastásica agresiva y que, por lo tanto, pueden beneficiarse especialmente si se adiciona bevacizumab en su primer esquema de quimioterapia.
“Efectivamente, la presencia de un tumor triple negativo nos sirve como marcador fuerte de sobrevida, pero vimos que hay otros tres que son iguales o más potentes y que esa potencia guarda relación con otros factores clínicos que, en la práctica de todos los días, ya los conocíamos”, informó el presidente del grupo SOLTI de Investigación de Cáncer de Mama. Los otros tres factores que riesgo se asocian a “tumores que reaparecen en pacientes que recibieron una quimioterapia a base de taxanos o antraciclinas como tratamiento inicial; si pasaron menos de dos años entre el primer tratamiento y la recaída; y cuando se observa metástasis en hígado o hay tres o más órganos afectados. La enfermedad cuya evolución presenta al menos 2 de estos 4 factores de riesgo, se considera agresiva, y por tanto amerita considerar la inclusión de bevacizumab para un óptimo abordaje”.
Según explica Llombart-Cussac, a las pacientes con enfermedad agresiva se les solía ofrecer terapias combinando dos o tres quimioterapias, lo que comúnmente se llaman “dobletes” o “tripletes”, que por lo general eran muy tóxicas y de una eficacia discreta. “Ahora sabemos que el mejor doblete es con bevacizumab, porque prácticamente no añade toxicidad mientras sí suma mucha eficacia. En términos de respuesta, se pasa de un 40% a un 60 o 65%”, dice el experto.
Consciente de que muchas veces hay una cuestión económica en el uso de los recursos para las pacientes con mal pronóstico, el oncólogo recomiendó: “Bevacizumab más quimioterapia es la mejor opción en aquellas pacientes donde se necesita un control rápido y prolongado de la enfermedad, porque mantiene la calidad de vida y garantiza las máximas tasas de respuesta”.
“Hace 15 años, cuando un tumor era HER2 positivo metastásico sabíamos que su compromiso vital era de menos de 12 meses. Afortunadamente, en esas pacientes hemos encontrado esa llave maravillosa que es que HER2 como marcador, una proteína que si bien implica mucha agresividad, es trazable y se ha convertido en una diana terapéutica. Digamos que a esos tumores les hemos bloqueado el motor. Yo creo que así como sucedió con esos casos, aun sin un biomarcador, se puede tener esperanzas con estas pacientes y hay chances de cambiar el curso natural de la enfermedad agresiva. Por eso tiene sentido seguir investigando”.
Por último, Llombart-Cussac aseguró: “El problema es que recién estamos definiendo las otras rutas metabólicas de los tumores y que, además, es muy probable que muchas de ellas sean poco prevalentes. Sabemos, por ejemplo, que en el grupo de los triples negativos hay varios subgrupos y ya empezamos a reconocer que seguramente haya mutaciones específicas para cada uno, que no superen el 2% de las pacientes”. Y concluyó: “Pero eso no tiene por qué ser un freno. Estas pacientes con enfermedad agresiva no están olvidadas ni por los médicos ni por la industria: siguen siendo un grupo donde hay intereses muy importantes y hay muchas necesidades”, concluyó el especialista.
Infobae
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