(Luis Miguel Modino, RD).-
El Mundial acabó, no de la forma que los brasileños esperaban, pero acabó, aunque uno se pregunta si no era esta la forma que algunos brasileños querían que terminase.
Podemos decir que éste ha sido un mundial marcado por una fuerte connotación política aquí en Brasil y para eso se ha usado, y continuará siendo utilizado en los próximos meses, uno de los símbolos que más unifican a los ciudadanos de este país, como es la selección.
Vestir la camiseta nacional es una de las costumbres más propias de todo brasileño, independientemente de su condición social. Es una cosa de la que la mayoría sienten orgullo, apagado en estos últimos días tras la sonrojante derrota contra los teutones, pero que volverá de nuevo dentro de cuatro años.
Nadie puede olvidar que en menos de tres meses tendrán lugar las elecciones en las que serán escogidos los nuevos cargos políticos a nivel federal y en cado uno de los estados que componen este gigantesco país. Después de doce años de “lulismo”, pues no olvidemos que aunque no sea presidente, Lula influye decisivamente en las decisiones del ejecutivo, la oposición quiere recuperar el poder y se sirve de cada uno de los detalles que suceden para conseguir su objetivo.
Por otro lado, nada diferente de lo que hace el gobierno, que quiere mostrar que la organización del evento ha sido mucho mejor de lo esperado, calificándolo como un éxito en este sentido.
La presión comenzó desde el primer día en que el balón empezó a rodar, con los insultos hacia la presidenta Dilma Rousseff en el partido inagural, lo que se ha repetido, en menor escala en la final. Aunque podríamos decir que esto ya empezó hace más de un año con las protestas durante la Copa de las Confederaciones. Es verdad que durante buena parte del mundial las protestas no aparecieron. Sólo en los primeros días y el martes pasado en que Brasil fue eliminado estas protestas aparecieron, derivando en episodios violentos.
El Mundial deja sensaciones encontradas. De un lado el fracaso futbolístico de una selección siempre sobrevalorada entre sus compatriotas, sentimiento que se sostiene en los cinco títulos conquistados, pero que poco a poco ha perdido fundamento. De otro, el éxito organizativo que ha hecho que la mayoría de los visitantes hayan considerado este evento positivamente y hayan vuelto para casa felices, tanto dentro de los estadios como en los desplazamientos de una ciudad para otra, aspecto que no era fácil de resolver en este país de tamaño continental y que se había convertido en una gran preocupación.
También ha sido destacada la alegría del pueblo brasileño y el ambiente futbolístico que se respiraba en cada rincón, lo cual podemos considerar normal en un país en que el futbol está por encima de todo o de casi todo y la alegría forma parte del ADN nacional.
Todo esto va a influir en el futuro inmediato de la sociedad brasileña. Una vez que se pasen los sentimientos iníciales se verán las consecuencias reales para el futuro. Cada uno va a usar el Mundial para intentar sacar provecho y esto se traducirá en las urnas.
Al finalizar este mundial uno se pregunta por qué el sentimiento de buscar objetivos comunes se esfuma cuando la “canarinha” es eliminada. La unión de doscientos millones de ciudadanos, en torno de los mismos objetivos, podría hacer realidad una sociedad diferente, mejor para todos, en la que las grandes reclamaciones de la mayoría de los brasileños, que suspiran por más dignidad en las condiciones de vida, se hiciesen realidad.
Aunque la selección no ha marcado los goles que debería para levantar la Copa, esperemos que la unión de los que habitamos esta nación haga que se levanten otras copas, que muestren la victoria contra una sociedad desigual, donde la pobreza todavía es una realidad en la vida de mucha gente.
Que poco a poco este país llamado Brasil crezca en mejores condiciones de enseñanza, de sanidad, de vivienda, y de otras muchas necesidades básicas. Que la violencia, tan presente en la vida del día a día, pueda dejar paso a una convivencia harmónica, en la que el orden y progreso que aparecen en la bandera nacional sea una realidad palpable que haga que cada brasileño se sienta ciudadano de derecho pleno. Ese día, Brasil ganará, por fin, un mundial disputado en su propia casa.
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