Los papas Juan XXIII y Juan Pablo II subirán definitivamente a los altares de la Iglesia católica como santos el próximo domingo, tras un reglado proceso de canonización salpicado de diversas particularidades. Y es que los dos futuros santos están tan próximos en el tiempo que sus causas se entrelazan, hasta el punto de que el segundo de ellos, Karol Wojtyla, fue el encargado de decretar las “virtudes heroicas” y la beatificación de Angelo Roncalli.
No obstante, ambos pontífices, cuya bonhomía y carisma hizo que tras su deceso se solicitara su beatificación por aclamación, han atravesado en los últimos años un complejo proceso de canonización, requisito sine qua non para ser santo católico. La primera etapa de este proceso es ser reconocido Siervo del Señor y, para ello, los postuladores de la causa presentan a la Santa Sede un informe que, tras su examen, tiene que emitir el decreto “Nihil Obstat”.
Con este decreto se inicia oficialmente el proceso, al no haber impedimento alguno para que dé comienzo, y se nombra al protagonista Siervo del Señor. La Santa Sede comenzó a estudiar el caso de ambos pontífices con celeridad. El proceso del “papa bueno”, como se conocía a Juan XXIII, comenzó en 1965, dos años después de morir, mientras que el del pontífice polaco empezó el mismo año de su fallecimiento, en 2005, por deseo expreso de su sucesor, Benedicto XVI, quien eliminó el requisito canónico de esperar cinco años tras la muerte para iniciar la causa.
La siguiente etapa consiste en recibir el reconocimiento de sus “virtudes heroicas”, un título que les convierte en Venerables Siervos del Señor. Para que esto suceda, una comisión jurídica vaticana se reúne para estudiar la ortodoxia de los textos que publicaron en vida y para atender los testimonios de personas que los conocieron. Acto seguido, el relator del proceso, nombrado por la Congregación para la Causa de los Santos, elabora un documento denominado “Positio”. Se trata de un compendio de los relatos y de los estudios llevados a cabo por la comisión y que, una vez aprobado por el pontífice, concede el título de Venerable, el segundo paso hacia la santidad. Juan XXIII fue Venerable más de tres décadas después de su muerte, en 1999, mientras que Juan Pablo II obtuvo este título a los cuatro años de fallecer, en 2009. Ya Venerables, el siguiente trámite es el de la beatificación.
Ser beato o bienaventurado supone representar un modelo de vida para la comunidad y, además, implica que el beato tiene la capacidad de ejercer de intermediario entre los cristianos y Dios. Por esta razón, para alcanzar este grado, es imprescindible el testimonio de un milagro que se haya llevado a cabo gracias a la intercesión del Venerable. Al Papa italiano se le adjudicó en 2000 la curación de la religiosa italiana Caterina Capitani, que estuvo a punto de morir por una perforación gástrica hemorrágica con fístula externa y peritonitis aguda y que, según ella, tras encomendarse a Juan XXIII, consiguió sobrevivir.
A Wojtyla se le atribuyen cientos de milagros, aunque para su beatificación en 2011 fue imprescindible el caso de la monja francesa Marie Simón Pierre, aquejada de parkinson -la misma enfermedad que padecía el pontífice polaco- y cuya curación, de acuerdo con los médicos externos convocados por el Vaticano, “carece de explicación científica”.
Con la asignación de estos supuestos milagros realizados por intercesión divina de los pontífices, Juan XXIII y Juan Pablo II subían oficialmente a los altares como beatos de la Iglesia católica, el primero en 2000 y el segundo en 2011. Pero aún tendrían que afrontar el paso definitivo para la culminación de este complejo proceso. Se trata de la canonización, la meta, su proclamación como santos, para la cual es requisito imprescindible un nuevo milagro que debe producirse después de su nombramiento como beatos. Es aquí donde se da otra de las particularidades que han caracterizado la causa de Roncalli y Wojtyla. Y es que, en el caso del italiano, el papa Francisco, en 2013, decidió decretar su santidad, a pesar de que aún no se había certificado ese segundo milagro.
No fue el caso de Wojtyla, quien intercedió, según la Iglesia, en la curación de una mujer costarricense aquejada de un grave aneurisma cerebral por el que los médicos le habían dado solo un mes de vida. Esta mujer, Floribeth Mora Díaz, que participará en la ceremonia del 27 de abril, aseguró que escuchó la voz del papa polaco diciéndole “Levántate, no tengas miedo” cuando se encontraba ingresada en un hospital y, tras estas palabras, comenzó su curación, inexplicable para la ciencia. El próximo domingo el mundo será testigo de unas canonizaciones extraordinarias que darán a los católicos de todo el mundo dos nuevos santos a quienes venerar, dos hombres con los que aún hay generaciones que han convivido.
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